jueves, 13 de junio de 2024

Malena Teigeiro: Un penacho de plumas rojas

 


A sus 86 años Lola camina apurando el paso hacia la Puerta de Sol. Sin fijarse en su amiga, quien a pequeños saltitos intentaba seguirla, le echa una ojeada al reloj. Aunque Aurora era mucho más joven que ella, ya que solo tenía 81, ambas se habían caído bien desde el momento en que se vieron en la casa de la tercera edad. Y estas Navidades, como siempre hacían, juntas iban a visitar el belén de la Casa de Correos, que según leyó en la revista del club de Mayores, este año estaba dedicado al rey Carlos III. O sea, que tenía que ser espectacular, le comentaba a Aurora.

Durante aquella carrera en la que Aurora intentaba no perderla colgándose de su brazo, ambas no dejaban de mirar los escaparates, todos adornados con bolas doradas y luces de colores. Aquellas vitrinas trajeron a la mente de Lola recuerdos de su niñez. El belén que ponían sus padres sí que era bonito, decía soñadora. Hasta tenía un río con agua que por cierto siempre causaba algún estropicio. Fantaseando romántica, recordó el papel de Arabia con el que su madre encendía la hoguera, que además de dar humo, llenaba la habitación de un dulce y denso perfume a pachulí.

—Aunque, claro, reconozco que no tiene color con el que vamos a ver.

Y sin escuchar la voz de su amiga que medio ahogada le recriminaba que fuera tan deprisa, ella, cada vez más rápido, le contaba el alarde de casitas, ovejas, lagos y castillos, desparramadas a lo largo del pasillo de la casa de sus padres.

De pronto Aurora se paró en seco. Lola la miró. No podía comprender cómo aquella mujer tan joven, se dijo para sí, se conservaba tan mal. Quizá fuera porque no tenía ninguna ilusión. Desde luego, siempre fue una persona muy correcta, cumplidora, y desde el fallecimiento de su esposo, su única dedicación era ser viuda. Eso, sí. Era la perfecta viuda: ni una risa, ni una broma, todo en ella tenía una especie de trance. Tampoco la vio derramar una lágrima. Porque aquella que durante el funeral se secó con el pañuelito, era falsa. ¡Ay, Señor! Cuánta hipocresía. ¡Como si los demás no supieran la mala vida que su hombre le daba!

Sin embargo ella que seguía soltera, no tenía que fingir ningún duelo. Y eso, lo de quedarse soltera, en principio le dolió, pero después, viendo lo visto, entendía que el Señor la había bendecido. ¡Vaya si fue una suerte su soltería! Tuvo sus apaños… Decentes, eso sí, siempre uno después de otro. Y como desde niña le había llamado la atención el mar, al terminar el bachillerato hizo unas oposiciones de funcionaria al ministerio de Marina, que aprobó con el número dos, lo que le proporcionó un bonito sueldo. Y aunque no llegaran a nada, desde su puesto coqueteó durante años con Julito, que trabajaba también de funcionario en una mesa cerca de la suya. Tenía que reconocer que le molestó que se hiciera novio de la chica nueva con la que poco después se casó. Y claro, el no tener obligaciones le había permitido viajar, comprar sus joyitas, en fin, lo que se dice vivir sin preocupaciones.

—Lola, no corras tanto, que me voy a ahogar —la sollozante voz de su amiga rompió sus pensamientos.

Durante unos segundos aminoró el paso. De pronto pensó: Si se ahoga, peor para ella, que no se hubiera entretenido tanto con tonterías antes de salir de casa. Porque tenía que conocer de sobra que ella iba todos los años, el mismo día, a la misma hora, a visitar el Belén de la Casa de Correos. Suspiró para sí recordando al ujier encargado de vigilar a los visitantes, el que salía en el cambio de guardia de las 12. Su rostro sonrió al recordar la imagen del hombre, ya de una edad, quizá próximo a jubilarse, tan guapo, tan elegante, y con aquel penacho de plumas rojas sobre la cabeza… No. Ella no estaba dispuesta a perderse aquella visión de la que solo podía disfrutar una vez al año. Y Lola después de echarle una miradita al reloj, de nuevo apretó el paso sin preocuparle que su amiga se quedara atrás, perdida entre la barahúnda que cargada con bolsas de regalos, llenaba la plaza de La Puerta del Sol.

© Malena Teigeiro

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