miércoles, 3 de julio de 2024

Amantes de mis cuentos: Amigas y vecinas

 



Esta tarde me asomé a la ventana junto a mi abuela.

Todo era quietud, silencio. Enfrente otra anciana miraba la calle desierta. A su lado una niña y una muñeca con los rostros entre los barrotes de su terraza. Llamaron mi atención:

‒¿Quieres jugar conmigo? ‒grité.

‒Vale ‒y bajó la cabeza como avergonzada.

Mi abuela abrió la puerta de cristales del salón. La abuela de la niña hizo lo mismo. Y las dos nos sentamos en el suelo de la terraza de cada una. Me presentó a su muñeca, se llama Hada y yo le señalé a Micifú, el gato más arisco del mundo y a gritos le conté que esa mañana había cazado un ratón y se lo había comido. El minino levantó la cabeza sabía que hablábamos de él.

Ella estaba triste, pero me abrió su corazón y explicó que su mamá y su papá, ayer, se habían ido a trabajar a Francia y que estarían allí siete meses, unos doscientos catorce días más o menos. Tenía un calendario y había marcado cada día con un círculo, por ese motivo, había venido a vivir con la abuela. Yo le dije que mis padres se habían ido al cielo, para siempre, pero que desde allí nos cuidaban a mi abuela y a mí. Y todas las noches le contaba a la foto de boda que tenía en mi mesita de noche lo que había hecho durante el día.

—Y tú ¿apareces en ella?

—No. Yo aún no había nacido.

—¡Ah! —se asombró mi amiga— entonces no pudiste comer pastel.

Mientras tanto las abuelas y vecinas, primero se saludaron, luego hablaron del tiempo tan agradable, que la primavera había llegado sin avisar y de repente llegaron a una feliz conclusión, que bien podrían ir al parque para que nosotras jugáramos, mientras ellas conversaban de sus cosas.

Desde entonces por las mañanas vamos al colegio y todas las tardes salimos de paseo. Nunca me he sentido tan feliz.  


© Marieta Alonso Más

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