jueves, 19 de septiembre de 2024

Liliana Delucchi: Entre dos aguas




 ¡Pobre Sofía! Es lo que veo en las miradas de mis amigos, esos que no me dejan ni un minuto a solas, los que organizan circuitos por la sierra, comidas o conciertos. Todos los que se quedaron conmigo, los que cerraron la puerta al mal nacido que no solo me dejó viuda, sino que en el coche con el que tuvo el accidente también iba su secretaria. La de toda la vida… ¿Acaso no era yo la mujer de su vida? Me lo dijo muchas veces.

Esta tarde me han traído a una exposición de fotos sobre pecios.

Quien organiza la muestra es Martín: Divorciado hace años, oceanógrafo y que está buenísimo. ¿Cómo se les ocurre que ese Adonis de pelo oscuro y ensortijado que parece un modelo de anuncio vaya a fijarse en mí, en la pobre Sofía? Menos mal que Marcela me llevó de compras y el vestido que llevo no me queda grande como los que dormitan en mi vestidor. La partida del innombrable me dejó sin apetito y bajé diez kilos. No es que me viniera mal; de hecho, estaba un poco rellenita, pero hubiera preferido mantenerme en ese peso y no sufrir.

Deambulo por la sala y en una de las fotos me parece ver una forma entre las aguas. No entiendo nada de barcos, pero eso no se asemeja a la zona de una nave, más bien parece un rostro. El mío. ¡Estoy muerta! Allí, durmiendo en la eternidad de vaya uno a saber qué océano. Las palabras de mis amigos que están en la sala de exposiciones, si es que las dicen, no me llegan. Ver mi muerte en sus ojos me quitaría la fuerza con la que quisiera decirles que siento su amor. Me gusta pensar que irán juntos a un buen restaurante a brindar por mí. Cada uno se acordará de las cosas que nos unieron, de momentos que compartimos.

Pedro, mi querido hermano, ¿volverá a entrar en mi habitación para tirar esa ropa que ya no sale en las revistas? ¿A quién acompañará en sus largos paseos por las tiendas, regañando a las dependientas porque no se dan cuenta de que lo que me ofrecen no es de mi estilo? Pobrecito mío, tragándose las lágrimas y guardando mis perfumes en su bolso de Gucci, se dejará caer poco a poco en el sueño de esa casa a oscuras.

¡Muerta! Estoy en un cajón, en medio de flores, huelo el humo de las velas y me distraigo con los colores de las vidrieras. La iglesia está llena; rostros amigos, otros no tanto y algunos que no reconozco.

¡Qué bonito! Escucho a Pavarotti cantando Lucevan le stelle. Mi adorado Pedrito, pendiente hasta del último detalle en el último adiós. Si pudiera lloraría, pero parece que no puedo. ¿Me habrán maquillado? Seguro. Mis queridos amigos no querrían que emprendiera desaliñada este viaje.

Estoy otra vez en la sala de exposiciones. Hay alguien a mi lado, es Martín, el oceanógrafo guapo. Desde su sonrisa de anuncio me pregunta dónde estaba, parecía muy triste y perdida. Lejana.

—Allí mismo, en el fondo de esas aguas —señalo una de las fotografías,— flotando en un mar de muertos, mirándome desde otro lugar.

—A veces uno olvida que hay muchas formas de morir —le oigo decir. Siento su brazo rodeando mis hombros y su aliento cerca de mi mejilla que adivino ha recuperado el color.

—Y también de vivir. —Me arreglo el pelo y le ofrezco un mohín seductor.

Es entonces cuando escucho a lo lejos la voz de Pedrito «¡Vaya con Sofía!»

© Liliana Delucchi

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