No sé por dónde salir. Quiero a mi marido, aunque cueste creerlo. El mundo
sabe que es un cantamañanas. No necesita fingir, se le nota, pero lo quiero,
aunque hace una semana le fui infiel y no siento ningún remordimiento. Tampoco
ansío repetir la faena. Lo único que recuerdo de ese desconocido es que tenía
el pelo gris haciendo juego con su bigote. Como soy discreta, no contaré lo
ocurrido, solo se lo comenté a la tía Maite.
Ella había dejado al novio a la puerta de la iglesia por un tipo veinte
años mayor: calvo, aburrido e impertinente. Lo mejor que tenía el elegido era
su abultado monedero producto de sus sustanciosas cuentas de ahorro. Aunque hay
que reconocerle que tuvo una cosa verdaderamente buena, morirse a tiempo,
dejando a su viuda todos sus bienes. Cosa que ella agradeció.
La tía Maite ayudó a toda la familia, a sus padres les compró un piso, a la
abuela una tumba, a sus hermanos la entrada para montar un negocio y a todos
los sobrinos bicicletas y patines. Hasta el exnovio salió beneficiado, le
compró un billete de avión para que se fuera a Australia, lo más lejos posible
para no caer en tentaciones.
Anoche, sin venir a cuento, tía Maite murió dejándome heredera. En una nota
escrita con letra de molde, me instaba a viajar a Creta, sin marido, a que
caminara por el circuito de los siete meandros.
«Utiliza la cabeza para salir de tu laberinto, espabila y toma buenas
decisiones, que la vida es corta.»
© Marieta Alonso Más
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