domingo, 1 de diciembre de 2024

Amantes de mis cuentos: Más allá de los ojos

 


A los árboles, como a mí, nos gusta acercarnos a ese mar increíblemente azul o verde, aunque a veces tiene el color de mi estado de ánimo, casi negro. Lo miro y, como por arte de magia, se alejan mis penas. Me atrae el perfume yodado, sus profundidades, los atardeceres. A pesar de ser sus aguas indiferentes a las desgracias de los hombres, las amo.

 

Cuando llega la primavera, mi pueblo pierde su aspecto deprimente. El suave aroma de las rosas, el zumbido de las abejas que alertan de su presencia y el aleteo de las mariposas con sus vivos colores llenan los jardines, pero yo… No pierdo tiempo. Me voy corriendo a mi acantilado.

 

La abuela lo sabía. De niña me contaba historias que nunca me aclaraba si eran verdad o mentira. Debía averiguarlo por mí misma, decía sonriendo y añadía que no hay nada más hermoso que contemplar un arcoíris desde nuestro precipicio. Cada vez que veo uno me acuerdo de ella y gozo al contar desde el rojo en la parte exterior hasta el violeta, esos siete colores que me hacen soñar.

 

Una tarde mientras paseábamos por ese despeñadero surgió el arcoíris. Emocionada, la abuela me prometió que cuando ella muriera haría todo lo posible para que la viese en algún punto del color malva, el que está en la parte interior. De regreso a casa me dio a leer el Antiguo Testamento, y aprendí que el arcoíris fue creado por Dios tras el Diluvio Universal para recordar a los hombres que jamás volvería a destruir la tierra.

 

Desde entonces han pasado muchos años. Ahora no corro, voy a paso lento hasta mi lugar preferido y busco a la abuela en la franja violeta. Y allí está.

 

 

© Marieta Alonso Más

 

 

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