Inka es la perrita de Jaime. Está nerviosa al
ver tanto movimiento en su casa. No sabe que es el día de Reyes.
Hay envoltorios alrededor del árbol, gritos de alegría, de enfado, de asombro… al abrir los paquetes. Jaime está enfurruñado, le han traído un balón cuando él había pedido una bicicleta y un libro cuando en la carta escribió ‒bien claro‒ que quería un videojuego.
Inka se echa a los pies del árbol. Siente frío. Se levanta. Lleva con parsimonia la manta a su rincón preferido, al lado del radiador. Soslaya las cajas y el papel tirado por el suelo y justo en el momento que ya está acomodada, Jaime tira con gran fuerza el balón y es ella quien recibe su enojo en pleno lomo.
Lanza tres ladridos contundentes, mientras Jaime llora al haber recibido un buen azote por su acción. Se echa a sus pies, lo mira melancólica, se tapa los ojos con una pata y gime en solidaridad con su amo.
Y es cuando se dan cuenta que no le han entregado su regalo. Mira a todos sonriente. Una pata delantera le sirve para mantener quieto el paquete, con la otra rasga el papel y comprueba que es un abrigo tejido a dos agujas con los colores del arcoíris.
Mueve el rabo con fuerza, lame la cara de Jaime y comienza a dar vueltas a su alrededor. Signo inequívoco de que quiere salir a la calle.
Le ponen la estridente prenda, su amo deja de sollozar, y juntos se van al parque a correr los dos, detrás del balón.
© Marieta Alonso Más
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