Llora y derrama tus lágrimas de
color cielo sobre mí.
Alma no quería llorar, ni descubrir
su vulnerabilidad ante él.
Andrés se mostraba ufano y altivo
ante la situación.
Había vuelto a meter la pata una
vez más.
Ahora tocaba esconder la cabeza
bajo el fango. E intentar esquivar las aguas turbulentas de sus pensamientos que
se aglutinaban en una especie de laberinto oscuro en la mente.
Cogió de nuevo el móvil y marcó el
último número que aparecía en el espacio dedicado a las llamadas recibidas.
—Buenas tardes, Alma. ¿Todo
bien?
—Sí, todo bien. Lo he pensado
mejor. Os he enviado mi carta de dimensión, tal como me sugeristeis.
Andrés abrazó a Alma. Ella
permanecía impermeable.
Con la mirada fija en la ventana
entreabierta por donde se colaba una ráfaga de aire fresco.
© Sol Cerrato Rubio
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