La
noche había caído sobre la Aldea hacía rato, pero a Shikamaru no le urgía
volver a casa. Llevaba horas sentado cerca del monumento a los caídos, girando
el encendedor de Asuma entre los dedos mientras observaba el horizonte, sumido
en sus pensamientos. Para cualquiera que no lo conociera, podría parecer el
mismo vago de siempre, pero su mente era un hervidero que desmentía cualquier
apariencia de calma.
Hacía dos días que había ejecutado a
Hidan, pero su espíritu no terminaba de alcanzar la satisfacción que esperaba.
En su lugar, seguía asentado en su pecho el mismo vacío incómodo desde que
Asuma había expirado entre sus brazos. Como si la venganza no hubiese sido más
que un espejismo. Una promesa de alivio y cierre que, al final, solo había
dejado tras de sí un eco amargo de tristeza y soledad.
Despacio, como si el mero
pensamiento hubiese invocado al fantasma de su difunto maestro, Shikamaru sacó
el paquete de cigarrillos del bolsillo. Se lo había quedado después de la
muerte de Asuma, casi como un recuerdo al que aferrarse. Pero ahora sentía que
debía ir un paso más allá. Vacilante, extrajo uno y lo observó girar entre sus
dedos.
Siempre había odiado el tabaco: el
olor, la aspereza en la garganta y la forma en que el humo le llenaba los ojos
de lágrimas. Sin embargo, en ese instante, aquella cajetilla tenía un atractivo
especial. Como un susurro lejano, una presencia reconfortante que le hacía
sentirse menos solo.
Sin pensarlo demasiado, se llevó el
cigarrillo a los labios y encendió el mechero con un chasquido, imitando el
gesto que había visto tantas veces en su maestro. Esta vez, la llama surgió a
la primera entre la rejilla de metal y Shikamaru supo que no había vuelta
atrás.
La primera calada le abrasó la
garganta y lo hizo toser, haciendo que sus ojos se llenaran de una mezcla de
irritación y tristeza residual. Definitivamente, el humo del tabaco siempre le
hacía llorar. Pero ni la tos, ni las lágrimas ni el fuerte aroma le parecieron
tan amargos como la bilis que subía por su estómago cada vez que los recuerdos
volvían sin piedad.
«Esto es mejor que nada», se dijo,
sintiendo una extraña paz al sostener el cigarrillo entre los dedos.
Exhaló el humo lentamente, dejando
que su cuerpo se relajara un poco. Como si, de algún modo irracional, la
presencia de Asuma estuviera allí a su lado, con una mano firme sobre su
hombro.
—Ese vicio es nuevo.
Shikamaru se enderezó de inmediato
al escuchar aquella voz femenina e inesperada, alerta. Giró la cabeza y vio a
Temari a unos metros de distancia, con los brazos cruzados.
La última vez que se habían visto
fue semanas atrás, durante los exámenes chūnin, aunque a él le parecía una
eternidad. Verla ahora solo consiguió que su maltrecho corazón latiera más
rápido sin razón aparente y no supo si aquello era más doloroso o si, de alguna
forma, le proporcionaba un tenue alivio. Eso y la súbita conciencia de que, si
ella estaba allí, él debería haberlo sabido y estar preparado para recibirla,
cosa que no había hecho. Si la Quinta Hokage se enteraba, su cabeza rodaría por
el suelo. Pero, por alguna razón, en ese instante aquello le importaba bien
poco.
Sin poder evitarlo, la miró
fijamente. Durante la preparación de los exámenes, su relación se había vuelto
poco a poco más cercana. Entre piques, provocaciones y discusiones sobre la
conducción de las pruebas, tanto a solas como junto a la junta evaluadora,
Shikamaru había empezado a notar lo cómodo que se sentía con su presencia. Años
atrás, habría puesto los ojos en blanco por tener que lidiar con una mujer
desconocida durante tanto tiempo. Ahora, sin embargo, no podía dejar de valorar
su profesionalidad, su determinación y, al mismo tiempo, su paciencia para
escuchar y evaluar cada argumento. Era una mujer con carácter, sin duda. Pero,
por primera vez en su vida, eso no le parecía un fastidio monumental.
Aun así, en ese momento y después de
todo lo ocurrido, lo último que quería era enzarzarse en otro tira y afloja con
ella. Incluso cuando sus discusiones habían dejado de ser realmente agresivas
hacía más tiempo del que admitiría jamás, en ese instante no tenía fuerzas.
Solo quería estar solo con sus pensamientos y su dolor.
Y, sin embargo, tampoco fue capaz de
ignorarla ni de pedirle que se fuera. Por más que su alma estuviera sumida en
la oscuridad desde aquel día, una parte de él se alegraba de verla.
—¿Qué haces aquí? —preguntó al
final, eligiendo responder a su pulla desviando la conversación, en lugar de
justificarse.
Su tono fue más seco de lo que
pretendía y Temari lo notó. Apenas un ligero gesto en su expresión delató su
molestia antes de que respondiera con ironía:
—Guau. Menudo recibimiento.
Él resopló sin moverse. El humo
salió de golpe por su nariz, casi sin darse cuenta, pero tampoco apartó la
vista de esos ojos verdes. Dos pozos profundos que, ahora y siempre, parecían
analizarlo con una intensidad que le resultaba incómoda y a la vez relajante.
Más aún en ese instante, cuando lo único que quería era cerrar su alma y su
corazón para no sentir nada.
—Ya... No esperaba visitas aquí
arriba, la verdad —murmuró con voz monocorde.
Temari enarcó una ceja.
—Ya veo.
Shikamaru se obligó a no chasquear
la lengua, irritado y sin saber por qué. En otras circunstancias, no le habría
importado tanto o incluso habría admitido que ella tenía razón, pero ahora no
tenía paciencia para escuchar sermones. No quería que su presencia le recordara
que la rutina continuaba. Que había que proteger el mundo ninja. La Hoja. Que
la diplomacia era la única forma de hacer frente a la amenaza de guerra que
pesaba sobre todos ellos. Que, le gustara o no, pronto habría una cumbre de
Kages que requeriría un retorno al trabajo político para ambos.
—En realidad, respondiendo a tu
pregunta, llegué esta tarde —dijo ella con naturalidad—. Había revuelo en la
aldea y Naruto, Ino y Sakura me pusieron al día.
Shikamaru entrecerró los ojos. Su
lado más herido y reactivo le susurraba, de forma terriblemente tentadora, que
le dejara claro lo poco que le importaba todo aquello. Pero la parte de él que
sabía que Temari no tenía la culpa lo obligó a morderse la lengua.
Aun así, no pudo evitar resoplar con
hastío y que cierta amargura se filtrara por sus labios junto con el humo de la
última calada.
—Genial. ¿Y has venido a darme un
sermón sobre lo sensible que puedo llegar a ser?
Sabía que era un dardo directo. Un
rencor que arrastraba desde hacía casi tres años, desde que ella se lo había
echado en cara. No es que el tema hubiera vuelto a surgir desde entonces, más
que en momentos esporádicos, y, de hecho, si Temari seguía llamándolo «llorón»,
hacía tiempo que Shikamaru lo toleraba con resignación... o hasta con cierta
diversión, dependiendo del día.
Pero no esa noche.
No podía.
En cualquier caso, Temari pareció
encajar el golpe. Su ceño se frunció y su expresión se tornó más agresiva
mientras se cruzaba de brazos y escupía:
—No, venía a darte el pésame por tu
maestro, idiota. Pero si me vas a tratar así, la próxima vez no me molesto.
Tras aquel exabrupto, la joven se
giró bruscamente para irse, pero Shikamaru ya se había arrepentido de sus
palabras antes siquiera de que ella le diera la espalda por completo.
—Temari.
No alzó la voz, pero ella lo oyó.
Frenó en seco, aunque apenas giró la cabeza en su dirección. Shikamaru suspiró,
se frotó la sien con la mano libre y dudó durante un par de segundos sobre qué
hacer. Al final, se rindió a lo que su corazón herido le pedía y apagó el
cigarrillo contra la piedra más cercana.
—Lo siento. No debería haberte
hablado así —se disculpó—. ¿De acuerdo?
Temari se volvió por completo, aún
con el ceño fruncido y los brazos cruzados.
—Depende. ¿Vas a seguir ladrándome o
podemos hablar como personas normales?
Él exhaló despacio el último
resquicio de humo de sus pulmones.
—No, no voy a volver a decir nada
—reculó, dando vueltas todavía al encendedor en una mano, antes de esbozar una
media sonrisa más amable—. Aunque... gracias por las condolencias. Se
agradecen.
Ella lo observó detenidamente
durante varios segundos que parecieron eones. Shikamaru esperó su respuesta con
el alma en vilo. Si Temari lo mandaba a paseo en ese instante, sabía que se lo
había ganado.
Finalmente, por suerte, la joven
respiró hondo, sacudió la cabeza y se acercó un par de pasos antes de sentarse
a una distancia prudencial.
—He oído que castigaste bien a ese
bastardo —comentó entonces.
No dijo su nombre, pero no hacía
falta. Ambos sabían de quién hablaba.
—Que lo planeaste, incluso. Y salió
bien.
—Solo hice lo que se merecía, ni más
ni menos. No podía quedarme de brazos cruzados.
Temari pareció suspirar al asentir,
con aire pensativo, pero su tono era sereno como de costumbre cuando repuso sin
mirarlo:
—Hiciste bien. Quizá es cierto que
la venganza no es lo mejor en estos casos, pero era lo que había que hacer.
No había reproche ni acritud real en
sus palabras, pero Shikamaru notó cómo se le revolvían las entrañas al
escucharla. En el fondo le escocía oír lo mismo de boca de Temari y de Tsunade.
«La venganza no es propia de ti»,
había dicho la Quinta.
Y era cierto. Antes.
Ahora, quería luchar por lo que le
importaba, sin importar el precio.
—No puedes entenderlo —le replicó,
hosco.
Para su sorpresa y mayor irritación,
Temari soltó una risa seca y despectiva.
—Y un cuerno. Te recuerdo que esos
bastardos también secuestraron a mi hermano —replicó en el mismo tono, antes de
añadir con gesto tenso—: Los habría asesinado yo misma si hubiera podido. Así
que solo te has adelantado, llorón. No te lo tengas tan creído.
Shikamaru bajó la mirada, con una
punzada involuntaria de culpa que le recorrió el cuerpo.
—Mierda. Tienes razón —admitió,
sacudiendo la cabeza, sin ánimo de discutir.
Por alguna razón, las palabras
bruscas de Temari eran ese bofetón de realidad que necesitaba, aunque no sabía
cómo. Abatido, resopló y miró al horizonte.
—Casi había olvidado lo ocurrido.
Perdona —se excusó, más suave.
Ella lo miró, pero no respondió. Sin
esfuerzo, Shikamaru entendió que no hacía falta. Era extraño como aquella hosca
joven rubia y él podían entenderse tan fácilmente sin necesidad de palabras.
Temari enseguida desvió la mirada, también hacia la aldea. Durante varios
minutos, ambos se limitaron a observar la villa durmiente en la distancia,
perdidos en sus respectivos pensamientos. No obstante, el silencio era cómodo y
casi cómplice. Los dos, aun viniendo de aldeas distintas, estaban metidos junto
a todos sus seres queridos en lo que parecía ser el principio de un conflicto ninja
mucho mayor.
De repente, Shikamaru se dio cuenta
de que las diferencias culturales entre Temari y él pesaban menos que nunca.
Quizá por eso, tras apenas un minuto de cómodo silencio, susurró:
—No es lo mismo sin él.
Temari se giró apenas en su
dirección, lo que demostraba que lo había escuchado a pesar del tono bajo, y
asintió con calma.
—Nunca lo será, pero seguirás
adelante —afirmó, sin mostrar condescendencia.
Sus ojos verdes reflejaban una
seriedad y, al mismo tiempo, una serenidad que Shikamaru no podía dejar de
mirar sin razón aparente.
—No porque quieras tú, sino porque
él querría que lo hicieras.
Él parpadeó y se obligó a apartar la
vista, confundido más por la situación que por sus palabras.
—Supongo que tienes razón —concedió,
reflexivo, aunque el dolor de pensar en Asuma volvió con fuerza—, pero nunca me
había sentido así.
—Te entiendo. Pero créeme, lo
superarás. Y probablemente también lo superarás —declaró Temari, sin tapujos.
Shikamaru se removió con incomodidad
en el sitio.
—Eso es difícil —la rebatió, sincero
y humilde al mismo tiempo.
«Superar a Asuma. Qué más quisiera»,
pensó, abatido y halagado al mismo tiempo, sin razón aparente.
Temari, por su parte, inclinó la
cabeza: escrutándolo con una mirada que le provocó una punzada de vergüenza en
el pecho.
—Sé que siempre te lo digo, pero
tienes talento de sobra para ser uno de los mejores ninjas de la Hoja —dijo
entonces, sin asomo de emoción en su voz, más allá de la serenidad de quien
simplemente constata un hecho—. Seguro que tu maestro también lo sabía.
Shikamaru agachó apenas la barbilla
y meneó la cabeza, sintiendo las mejillas arder de forma menos incómoda de lo
esperado.
—Bah. Me estás haciendo la pelota
—reiteró, mirando sus dedos entrelazados entre sus rodillas.
En la periferia de su campo de
visión, ella negó de golpe y casi con una risita seca.
—Ni de coña. No voy a darte coba
como si fueras un niño necesitado de atención —declaró, categórica.
Tras escucharla, Shikamaru soltó una
risita entre dientes, casi un bufido. Después, desvió la vista hacia la Hoja.
—Supongo que es lo único que me
queda, ¿no? —resopló, con una rendición exenta de tristeza.
A su lado, Temari asintió, esbozando
apenas una sonrisa. Solo ese simple gesto pareció caldear extrañamente el
ambiente en lo alto de la colina. Sin embargo, duró lo que un suspiro antes de
que ella se levantara, se sacudiera la falda del kimono y lo encarara con
calma.
Shikamaru notó en su mirada algo
extraño, un matiz que no supo interpretar: ¿comprensión? ¿Amistad? ¿Camaradería?
Para bien o para mal, aquel destello
duró apenas un instante antes de que ella hablara con su tono habitual y
autoritario, aunque más suave de lo normal:
—No le des muchas vueltas, ¿de
acuerdo? Es lo mejor.
Él la observó, extrañado, pero, de
algún modo, reconfortado, sin entender del todo por qué. Sin pensarlo
demasiado, asintió despacio.
—Gracias, Temari.
Ella asintió levemente con la cabeza
antes de recolocar el abanico a la espalda y girarse con naturalidad.
—Mañana espero verte a la hora del
desayuno, o te reportaré ante la Hokage. ¿Entendido?
Shikamaru parpadeó, sorprendido por
la amenaza, teniendo en cuenta el momento que acababan de compartir. Sin
embargo, al mismo tiempo, una risa suave escapó de sus labios, inesperada y
liberadora. Había algo absurdamente reconfortante en pensar en una rutina tan
simple.
—Allí estaré.
Temari asintió satisfecha.
—Bien.
Él la imitó con un leve gesto de
cabeza, pero no dijo nada más. Se limitó a observarla mientras se alejaba, su
mente, como siempre, enredada en una maraña de pensamientos. Aunque, por
primera vez en días, uno de ellos no le pesaba tanto y esa ligereza era
extraña. Algo incomprensible. Sin embargo, aún pasarían años antes de que el
gran estratega Shikamaru Nara descubriera el porqué.
Por ahora, una guerra llamaba a las
puertas de la Hoja. Y era hora de salir a luchar.
Historia inspirada en Shikamaru Nara
y Temari, personajes del manga/anime “Naruto/Naruto Shippuden”
Imagen:
“Stargazing”, de Paula de Vera
Sigue a Paula
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