martes, 11 de noviembre de 2025

Real Monasterio de Santo Tomás (Ávila)

 



De estilo gótico con tres claustros diferentes, un retablo principal, obra de Pedro Berruguete con diversos episodios de la vida de santo Tomás de Aquino, el coro gótico flamígero, de nogal, que es obra de Martín Sánchez de Valladolid y el lujoso sepulcro en mármol de Carrara del príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos, dignos de ver los pliegues del manto, y unos guanteletes a los lados del infante que indican que no murió en batalla, obra del escultor italiano Domenico Fancelli, hacen de este monasterio una de las joyas de Ávila.



También encontramos en la iglesia el confesionario de santa Teresa y el Cristo de la Agonía, obra venerada por la santa abulense.


En 1482, favorecido desde sus orígenes por los Reyes Católicos, por su tesorero don Hernán Núñez de Arnalte y bajo la dirección de Martín de Solórzano, comenzaron las obras que duraron hasta 1493.

En la fachada hay diez estatuas realizadas por Gil de Siloé y Diego de la Cruz bajo doseles y pináculos. En su mitad vemos un gran rosetón que da luz al coro y a la iglesia y un poco más arriba el escudo de los Reyes Católicos sostenido por un águila.

El claustro del Noviciado de estilo toscano es el más antiguo, con el pozo en un lateral. El claustro del Silencio de estilo gótico sirvió de enterramiento para los frailes. El claustro de los Reyes, carece casi de ornamentación, en el ala sur se hallan las aulas de la antigua Universidad de Santo Tomás de Ávila, establecida aquí desde mediados del siglo XVI y clausurada en el siglo XIX. Aquí se graduaría Gaspar Melchor de Jovellanos. También en este claustro se encuentran dos museos: museo de Arte Oriental y museo de Ciencias Naturales.

Sirvió como tribunal de la Inquisición y vivió en él durante sus últimos años fray Tomás de Torquemada.  



Merece una visita por su historia y su belleza

domingo, 9 de noviembre de 2025

La cocina a mi alcance: Ensalada de garbanzos

 



Es una legumbre que gusta a muchos por sus cualidades culinarias y nutritivas. Algunos sitúan su origen en el Mediterráneo y hubo un tiempo en que era sinónimo de pobreza. Eso ha cambiado.

En el refranero español aparece: En todo cocido siempre hay un garbanzo negro. Y muchos son los que piensan que en toda familia también.

A veces se les relaciona con la muerte. Los griegos lo comían en los banquetes fúnebres, en la región de Niza, en Francia, se come garbanzos el Miércoles de Ceniza, el Viernes Santo y el Día de Todos los Santos. En España es costumbre comer el Viernes Santo el rico potaje de… adivinen. En la Antigua Roma los garbanzos gozaban de una reputación envidiable.

En una ensalada, son ricos, ricos, ricos.


Ingredientes:

1 frasco de garbanzos cocidos

1 aguacate maduro

1 tallo de apio picado

1 zanahoria picada

Unas gotas de limón

Tomate, cebollín, aceitunas negras, sal, semillas de girasol.


Preparación:

Mezclad todo. 


Y os acordaréis de mí

Santa María la Real de la Almudena: Patrona de Madrid

 




La historia de la patrona de Madrid se remonta al año 711, cuando ante la conquista árabe los cristianos de la villa escondieron en la muralla de la ciudad una imagen de la Virgen María con el Niño Jesús en brazos. Allí permaneció oculta hasta que el 9 de noviembre del año 1085 cuando el rey cristiano Alfonso VI la encontró milagrosamente después de haber conquistado Madrid.



Desde ese día la imagen es conocida como Santa María por ser la más antigua de las advocaciones de Madrid, la Real por haber sido encontrada por el rey y de la Almudena, palabra árabe que significa muralla donde la Virgen fue hallada con dos cirios encendidos que según la tradición nunca se apagaron durante los siglos en los que estuvo oculta. Las llamas tostaron el rostro de la imagen que presenta la tez morena.

 


viernes, 7 de noviembre de 2025

Amantes de mis cuentos: Y tú ¿de qué presumes?

 


Homenaje a Luis Carbonell

El Acuarelista de la Poesía Antillana

fue un destacado declamador de cuentos  

y estampas populares afroantillanas,

músico y escritor cubano.

 

 

Esta mañana, en el Malecón, me llamaste negro delante de mucha gente. Me callé a tiempo. Ahora te encuentro solo y me vas a escuchar bien claro, como que me llaman «Tostao».  

A cuento de qué viene eso de despreciar a los negros, si tú de blanco por un lado solo tienes cuarto y mitad y por otro, lo vas a descubrir. Es que ya no recuerdas a tu bisabuelo, que era tan prieto como el azabache, aquel hombre que de la nada se hizo rico trabajando en una hora lo que tú no te has esforzado en treinta años, aquel hombre tan orgulloso de su color que cuando le invitaron a sentarse en una mesa de blancos, allá en tiempos de la esclavitud, puso la bolsa repleta de oro sobre la silla diciendo: Siéntate, Estanislao Salgado. Su triunfo, su prosperidad, nunca le nubló la mente y sabía que lo invitaban por su dinero, que por su color le hubiesen dado una patada allí donde la espalda pierde su honesto nombre.

No, no, no, te quieras ir tan pronto. Ya sé que las verdades duelen. ¿Qué te crees, tú?, conmigo no puedes ir por el mundo como si fueras blanco, que te conozco, camaleón, que conozco a toda tu familia, que sé que a tu abuelo lo tienes en el cuarto de atrás sin dejarle salir, solo presumes de abuela y de madre porque son rubias de ojos claros. No te quieres acordar de tus orígenes, los has echado al barranco como bagazo de caña.

A mí no me engañas por mucho que te vistas con trajes de dril 100, por mucho que te codees solo con los blancos, porque tu pelo te salió lacio, los labios los tienes finos, y las mejillas rosá… Yo, en cambio, este negro que está aquí, delante de tus narices, por si no lo sabes, entérate bien, soy tu padre y exijo respeto.  

 

© Marieta Alonso Más  

 

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Sol Cerrato Rubio: Ruido

 



El ruido del mundo en mí.

Mi mundo en el ruido


*Si, mucho ruido

Lombrices harapientas, manillares de bicicletas, iPads detenidos, escorpiones hambrientos armarios empotrados, sonetos disonantes, cuentos enfermizos. 


Mucho, mucho ruido

Botellas disolutas, acelgas hoscas, cortezas sensoriales, burbujas extraviadas, amantes arancelarios, odios imperfectos. 


Tanto, tanto ruido

Euros transfronterizos, dientes cavernarios, palabras ancestrales, raíces sumergidas, consejos amatorios, confusiones violentadas. 

Huecos digitales, estorninos silenciosos, basura comprometida, mentes dormidas, palabras acomplejadas, sudores argentados. Halagos imprudentes, punzadas atronadoras.

Rumiando ruido, masticando ruido, Ruido que contamina, ruido que desangra. Desalojando ruido, reciclando ruido. 

 

© Sol Cerrato Rubio

 

 
 *Ruido de Joaquin Sabina

 
 

 

 

lunes, 3 de noviembre de 2025

Amantes de mis cuentos: El emigrante

 



Era el 20 de enero de 1920. Llovía. En el puerto de La Coruña, esperaban un padre y un hijo al vapor «Flandre» de bandera francesa. El chico con dieciséis años marchaba a Cuba en busca de un porvenir. Una bolsa con una manta, un pantalón, una camisa, un jersey, seis salchichones, seis chorizos. Era la primera vez que veían el mar.

Por fin atracó el barco, comprobaron que los papeles y el pago estaban en regla y llegó la hora de despedirse. Padre e hijo se fundieron en un abrazo largo, sentido, como si les costara trabajo deshacerlo. Por fin, se soltaron y los dos se pasaron la mano por los ojos con un rápido ademán. El hijo, dándose la vuelta, se subió a bordo, instalándose en tercera, por no haber cuarta.

Su equipaje austero contrastaba con la cantidad de consejos recibidos. Subió corriendo a cubierta y desde allí estuvo diciendo adiós a aquella figura encorvada por el peso de su aflicción hasta que fue un punto en la lejanía.

¡Voy a volver!, gritaba.

A medida que el barco fue inclinándose hacia el sur las noches se hicieron más cálidas, igual que las manos de una madre. El 21 de febrero de 1920, sobre las tres de la tarde, tras veintidós días de navegación, el barco enfiló el canal que conducía a la bahía de La Habana. Atracó en el Muelle de Caballería.

Aquel niño se llamaba Ramón y regresó a su tierra al cabo de sesenta años.

 

© Marieta Alonso Más

sábado, 1 de noviembre de 2025

Amantes de mis cuentos: Una cascada para nosotros

 



Mis padres eran tan excéntricos que les gustaba más la naturaleza que el asfalto. Cuando se casaron fueron a vivir muy cerca de este salto de agua, el más recóndito, el más alejado, el más hermoso lugar que ojos humanos vieron. Pasaba inadvertido hasta para las autoridades por su difícil acceso. Allí decidieron vivir a lo Robinson Crusoe. Taparrabos en verano y vestidos de cuero para los días de frío.

Cuando tomaron aquella decisión, mi padre, tan pragmático como siempre, ni maleta se llevó. Mi madre, soñadora, llevó consigo todos sus libros, zapatos de tacón, collar de perlas y los regalos de boda, hasta aquellos que estaban repetidos, por si se presentaban tiempos de vacas flacas. Aprendió a hacer conservas con todo lo que sobraba de la época de cosecha.

Al principio se alojaron en una cueva hasta que con sus manos levantaron su casa a base de piedras, troncos y tejas para el techo. Lucharon contra la vegetación, contra algunos animales salvajes y crearon una forma de vida autosuficiente, como cazadores-recolectores. La agricultura, la pesca, la caza, el ganado no tenían secretos para ellos. Trabajaban sin descanso.

Los hijos fuimos naciendo. Una o dos veces al año íbamos a la civilización, y allí se vendía a la vez que se compraba todo lo necesario.

Soy la número veinte de los hijos que tuvieron.



© Marieta Alonso Más