jueves, 21 de noviembre de 2024

Blanca del Cerro: Un gran acontecimiento

 



        Todos se dirigían al parque. Al principio fueron unos pocos a los que atrajeron los murmullos que corrían de boca en boca, y a continuación se fueron uniendo multitud de cotillas, de curiosos, de observadores y de fisgones, porque nadie podía creerse lo que habían escuchado, lo que se decía y comentaba, porque los rumores aumentaron y aumentaron, porque aquello que se oía no podía ser posible. Sí lo había sido, allá en épocas pasadas, pero en aquellos tiempos modernos y tecnológicos, resultaba bastante difícil, por no decir casi imposible a estas alturas de la vida.

        Y la multitud fue aumentando a medida que recorría las calles. La noticia saltaba de boca en boca. A ellos se unieron algunos periodistas, una cadena de televisión, dos emisoras de radio y algunos medios independientes, sin olvidar a ciertos influencers, a los que pareció curioso lo que estaba ocurriendo. Lo comentarían en sus canales

        Cada vez eran más, y las calles se llenaron hasta llegar a su destino.

        Las puertas del parque permanecían abiertas, como solía ser habitual. Por allí paseaban parejas, familias, mujeres acompañadas de niños, algún ente solitario, y seres de lo más variopinto, porque hacía un día espléndido y el sol acariciaba con un encanto especial.

        La multitud, ya formada por varios cientos de personas, avanzó por las veredas, todos comentaban, todos iban a ver lo que parecía imposible, todos continuaron caminando hasta llegar a un claro. Se detuvieron al unísono, contemplaron, admiraron, suspiraron, abrieron los ojos, sin palabras, con gestos de sorpresa, de incredulidad y de escepticismo

        Y allí, sentada sobre una piedra, rodeada de naturaleza, ajena a todo lo que sucedía a su alrededor, había una joven rubia y muy bella y, ¡oh, maravilla de las maravillas!, estaba leyendo un libro.

 

©Blanca del Cerro

 

martes, 19 de noviembre de 2024

Liliana Delucchi: Desagravio




 Sin más compañía que la sombra que dibuja a su espalda el sol de la mañana, Angustias atraviesa las calles en dirección al prado donde se celebrará la romería. El pueblo está vacío, con la única presencia de la ropa que se balancea en las sogas que cruzan de balcón a balcón.

Un gato cruza por delante y la hace mirar hacia abajo para descubrir que no ha sido lo pulcra que había pretendido. Se sienta sobre el escalón de una de las casas y con un poco de saliva limpia el rastro de sangre que ha quedado en una de sus zapatillas.

Como dijo una vez mi madre, un escupitajo a tiempo lo salva todo. Espero que no haya quedado mancha. De todos modos, en medio de la algarabía de los bailes y los comienzos de lo que acabará en estruendosas borracheras, ninguna de esas brujas se fijará, y si lo hacen siempre puedo decir que estuve matando una gallina en casa de la señora. Porque en la casa en la que sirvo, sí que se come, no como en las que ellas friegan, donde ni los mendrugos son del día.

El aire que se cuela por debajo del sayo le produce un repentino temblor. Apura el paso, las campanas anuncian el comienzo de la misa. No llegas tarde, Angustias, nadie sospechará de ti.

Terminado el rezo y con la bendición del párroco, dará comienzo la fiesta. Las carretas ya están en formación, los jóvenes alardean de sus atuendos y empiezan a entonar canciones; las ancianas se dirigen a la plaza y forman un corro para iniciar la primera sesión de cotilleos. Se quitan la palabra la una a la otra; sus miradas suspicaces recorren el semicírculo para corroborar que sus sospechas sobre la conducta de alguna de ellas son ciertas: un hijo acusado de robo, una nuera descubierta en situación dudosa… Hasta una sopa con poca sal es motivo de deshonra.

En medio del grupo, Angustias mira hacia la calle. Teme la aparición del Guardia Civil, ese gordo con la nariz colorada por el orujo, la chaqueta lustrosa a causa de manchones y el pelo ralo, que anda husmeando por donde no debe. Ella ha dejado la puerta bien cerrada, incluso ha puesto una frazada a los pies de los cadáveres para que la sangre no salga por debajo de la tranquera.

Ya verás, Sagrario, lo que les pasa a las jóvenes presumidas que van por ahí quitando el novio a las otras. Sí, tu Adela es rubia y tiene buen tipo, pero iba por el pueblo con la nariz para arriba y nadie la quería, solo mi Bernarda, que la ayudaba con el huerto, que le enseñó a sacar lustre a los cacharros y ¿qué recibió en pago? Que le quitara el novio.

Días sin comer estuvo la pobre, hasta que sus caderas redondas quedaron como estacas. Pero mi hija tiene madre, una madre ha de velar por el honor de su hija y esa malnacida de Adela va a pagar por su traición.

Ahí estaban los dos tortolitos, en la casa de la colina, ella bordando, él mirándola con arrobo. ¿Cómo está doña Angustias?, tuvo el coraje de preguntarme el muy mierda. ¿Cómo iba a estar? Furiosa.

No se lo esperaban. No fue difícil. No para alguien acostumbrada a degollar terneros. Ahora sí que van a estar juntos para siempre.

Angustias retoma el camino. Se acerca con paso seguro a la pradera sembrada con los colores de los trajes, tibia por el sol de esa primavera recién estrenada, con las montañas aún con nieve a lo lejos. Allí están sus vecinas, marcando el ritmo del baile con el pie, batiendo palmas, riendo. Angustias las sorprende con una sonrisa que desde hace tiempo no luce y se dirige a una de ellas:

—Bueno, Sagrario, ¿cómo está tu Adela?

—Muy contenta, preparando su ajuar.

© Liliana Delucchi

domingo, 17 de noviembre de 2024

Apellidos españoles: Rodríguez

 


  

Es un apellido patronímico español. Su origen deriva de la unión de Rodrigo y el sufijo «ez», que al final de este y de otros tantos apellidos españoles, significa «hijo de». En este caso sería «hijo de Rodrigo». Es uno de los apellidos españoles más populares del mundo.

Su origen se remonta a la Edad Media. Se cree que el apellido Rodríguez surgió alrededor del siglo XI, en el Reino de Castilla. Sin embargo, hay diferentes versiones con respecto a su origen: Una versión indica que podría tratarse de una traducción del apellido vasco Rodriguena, de otras variantes similares como: Rodrigitz, Rodrigoena y Rodriguarena. Otra versión sugiere que es posible que el apellido se modificara cuando el Reino de Navarra se unió al Reino de Castilla. En ese entonces, la reina Isabel La católica, castellanizó varios apellidos, con origen navarro. No obstante, ordenó guardar el sufijo «ez» de origen euskera, en homenaje al Reino de Navarra.

Según distintos historiadores, existen evidencias del uso del apellido Rodríguez en familias de la nobleza española a mediados del siglo XV.

Su significado es «glorioso», «rico de gloria», «poderoso por su fama».


viernes, 15 de noviembre de 2024

Nuevo Akelarre Literario nº 110: El cochecito de bebé



El primer cochecito fue fabricado en 1733 por el arquitecto inglés William Kent, quien recibió el encargo del duque de Devonshire para sus hijos. 

Disfrutad con nuestros cuentos pinchando en el link.

https://www.nuevoakelarreliterario.com/el-cochecito-de-bebe/ 

miércoles, 13 de noviembre de 2024

Malena Teigeiro: La tormenta


 


El aire de la montaña le había dejado la piel del rostro roja. ¿O quizá había sido el sol? Cualquier cosa antes de reconocer delante de su madre el porqué de sus calores.

Los habitantes de Touriño, decían ellos, estaban orgullosos de vivir en una pequeña ciudad, y cuando lo hacían ponían los ojos en blanco contando que hasta el Rey, de vez en cuando, visitaba su castillo. También hablaban con regocijo de la esplendorosa boda de la hija de los dueños de aquella mole de piedra con un joven príncipe llegado de un país lejano. Sin embargo, Marta no era de la misma opinión. Ella odiaba aquel pueblucho en donde la única diversión eran las Fiestas de la Santa Patrona. Y como no estaba dispuesta a que su vida fuera dibujada por una serie de aburridas grandezas, había decidido que se iría a vivir a Coruña. Quizá a Vigo. Le daba igual. Y si no, en cuanto pudiera ahorrar un poco se iría en el primer barco que atracara en uno de esos puertos. Con todo esto bien decidido y algunos dineros en un sobre que guardaba debajo de un ladrillo, vivía más o menos tranquila.

Su relativa tranquilidad le fue arrebatada por la presencia de Juan. Era alto, moreno, y de fácil hablar, habla que acompañaba con el movimientos de las manos. A ella aquellas manos de dedos largos, limpios, sin arañazos, y que movía con tanta elegancia, le recordaban las alas de las palomas. En cuanto lo vio, pensó que quizá fuera La Patrona quien se lo enviaba. Que quizá no tuviera que irse a vivir a Vigo ni a Coruña, ni mucho menos emigrar a La Habana. Sin duda, él era quien la podría sacar de aquella aldea.

El joven había venido a pasar el verano con su anciano abuelo, dueño del viejo castillo que levantado sobre un pequeño monte, en vez de guardar la aldea, la cubría con su tenebrosa sombra. Desde que llegó, el muchacho solía salir del castillo todas las mañanas acompañando al anciano señor. Ambos daban largos paseos a caballo por los bosques que cercaban la aldea. Ella, después de mucho pensar, decidió que la forma de poder entablar una conversación con él, era hacerse la encontradiza. Escondida entre los árboles, estudió el camino, los horarios. Y cuando ya lo tuvo todo claro, un día sí, otro no, luego uno sí y otro también, se cruzaba en su camino por los montes. Y cuando eso sucedía, el abuelo de Juan bajaba la cabeza llevándose dos dedos al sombrero, lo que a la joven la hacía feliz. Aquel caballero que apenas se veía por la aldea, la saludaba como si fuera una elegante dama. Su acompañante, del que Marta estaba cada vez más enamorada, imitaba aquel gesto con una alegre sonrisa.

Una de las mañanas en que escondida entre las matas esperaba la aparición de la pareja, lo vio cabalgar solo. Al cruzarse con ella el muchacho, luego de saludarla, se detuvo dispuesto a acompañarla. No recordaba cómo, pero comenzaron una divertida conversación. Al día siguiente, además de saludarla, le contó de sus estudios y de su vida en el país extranjero. Y así, el amor de Marta por él creció y creció con una profundidad inesperada. Y fue todavía mayor cuando tres días después la besó.

En la soledad de su casa, Marta comenzó a pergeñar un plan. El día de la Romería de la Santa, cuando hubieran bailado y bebido unos vasos de vino ¾quizá mejor agua ardiente¾, y cuando ya casi hubiera oscurecido, se lo llevaría al bosque que se encontraba justo detrás del campo de la feria. Estaba segura de que cuando la tuviera entre sus brazos, ella conseguiría que le hiciera el amor. Su plan era perfecto.

La mañana de la Fiesta de la Santa Patrona amaneció radiante. Acompañada por sus padres Marta entró en la fría iglesia. Sin embargo, sintió que una ola de calor la inundaba cuando Juan, sentado junto a su abuelo en el banco principal, le sonrió. Sonrisas que continuaron durante la comida en las mesas del campo de la feria. Tal y como había pensado, Juan la sacó a bailar, y animado por ella, se bebió varios vasos de agua ardiente. Ya se estaba retirando el sol cuando percibieron que la niebla, espesa, oscura, acompañada de una ligera lluvia cubría el campo. Los músicos dejaron de tocar y con rapidez recogieron sus instrumentos. Cualquiera que hubiera nacido en la aldea conocía que detrás de aquello la tormenta llegaría. Sin despedirse, Juan corrió junto a su abuelo que ya se encaminaba hacia el automóvil.

Con las lágrimas mezcladas con la lluvia, Marta lo vio desaparecer. Lloró con airada congoja hasta su casa. Al llegar se secó los ojos. No quería que sus padres la vieran tan descompuesta.

¿Cómo iba a decirles que no le quedaba otro remedio que emigrar a La Habana?

© Malena Teigeiro

lunes, 11 de noviembre de 2024

Agua de Colonia: Juan María Farina

 



Su partida de nacimiento nos dice que nació el 8 de diciembre de 1685 en Santa María Maggiore, Italia. Murió, a los ochenta años, el 25 de noviembre de 1766 en Colonia, Alemania.

Fue el creador de un perfume al que nombró en 1709 Eau de Cologne, en agradecimiento a la ciudad que lo había acogido. Hoy en día es la Fábrica de Perfume más antigua del mundo y se puede visitar el Museo para conocer el origen de la fragancia y su fundador.

Al principio, Farina visitaba a sus clientes recorriendo los caminos a caballo y él mismo firmaba, dedicaba y sellaba las etiquetas de su fragancia. Su logotipo: un tulipán rojo enmarcado con su firma.

En una carta escrita en 1708, el perfumista describió así su nuevo aroma:

«Mi fragancia recuerda a una mañana primaveral italiana, después de la lluvia, naranjas, limones, pomelos, bergamota, cedrat y a las flores y hierbas de mi país natal».

Se dice que es un perfume elegante, suave, para damas y caballeros. Un perfume versátil que combina con lo casual y a la vez con lo formal. Esta fragancia cautivó a la nobleza del siglo XVIII. Entre sus clientes famosos se encontraba el Kaiser Carlos VI, Fernando VI, rey de España Goethe, Voltaire, Mozart, Napoleón Bonaparte, Simón Bolivar, la reina Victoria de Inglaterra…, Thomas Mann, Indira Ghandi, la Princesa Diana y hasta Bill Clinton lo han usado en épocas más recientes. 

En aquel entonces Eau de Cologne se refería únicamente al perfume creado por Juan María Farina. Después de la Revolución Francesa, las cosas cambiaron, muchas personas trataron de plagiar dicho perfume. Como en aquella época no había derechos de marca y Napoleón Bonaparte firmó un decreto mediante el cual no se podían mantener en secreto las fórmulas de medicinas, jarabes, remedio y perfumes, el Agua de Colonia se convirtió en un genérico.  

Por haber hecho a Colonia mundialmente famosa, dicha ciudad le rindió homenaje a Farina erigiendo una estatua, que es posible contemplar en la torre del Ayuntamiento.

La genuina, la auténtica Eau de Cologne, hoy, es producida por la octava generación de la familia de su creador.


 

Gracias, Farina

 

sábado, 9 de noviembre de 2024

La cocina a mi alcance: Arroz meloso con solomillo de cerdo en olla de presión

 



En 1679 el físico francés Denis Papin inventó el «digestor a vapor». Y en 1682 lo presentó en la Royal Society a los científicos más ilustres de Inglaterra. Isaac Newtn estuvo presente en el evento. El artefacto asombró, pero no prosperó. Habría que esperar al siglo XX para que se fabricaran las ollas express.

En 1919, en España, se concede la primera patente al inventor zaragozano José Alix Martínez. Su uso se generalizó a finales de 1950.

La primera olla exprés era de latón, hoy se fabrican en aluminio y acero inoxidable. Mi madre fue una forofa de este tipo de olla, hasta dulce de leche nos hacía en ella.

Seguía las instrucciones: No llenar la olla más de dos tercios de su capacidad. Asegurarse de que la junta de goma en la tapa quedara bien colocada. Y explicaba que, al ponerla al fuego, el vapor que desprendía el agua caliente, al no encontrar salida, elevaba la presión interior y aumentaba la temperatura, permitiendo calentar el agua por encima de los 100ºC sin hervor. Para evitar explosiones -uno de los mayores temores de mi abuela y de mi madre-, al llegar a cierta presión se activaba una válvula que liberaba vapor.

Hay que ver el tiempo que se ahorra, decían las dos mientras tejían.

 

Ingredientes: Tiempo: 45 minutos

1/2 kilo de solomillo de cerdo

160 gramos de arroz bomba

1 cebolla

1 diente de ajo

1 pimiento verde

1 pimiento rojo

1 tomate de pera maduro rallado

1 litro caldo de verduras

Hebras de azafrán

Sal

 

Preparación

Limpia el solomillo y córtalo en trozos pequeños. Dora la carne.

Corta en trozos pequeños la cebolla, los pimientos y el ajo, ralla el tomate. Échalo a la carne. Sofreír. Añade la mitad del caldo y cierra la olla. Déjalo cocer quince minutos a fuego medio-alto.

Quita la presión a la olla pasados los quince minutos. Ábrela y añade el resto del caldo. Cuando hierva, echa el arroz. Remuévelo hasta que vuelva a hervir. Cierra la olla y cuenta 7 minutos. Ahora el fuego debe estar a media potencia. Quita de nuevo la presión, abre la olla y remueve lentamente durante un par de minutos para que el grano absorba un poco el caldo.


Y a comer