domingo, 19 de octubre de 2025

Liliana Delucchi: El vestido azul

 


Entregué las llaves a los nuevos propietarios y les di la mano después de desearles felicidad en su nueva casa. No sentí congoja, aunque sí un poco de nostalgia al recorrer con la vista el jardín de la adolescencia; las risas junto a mis padres, las cenas de Navidad y los cumpleaños; los desafíos con mi hermano para ver quién se columpiaba más alto… Un pasado que quizás no fue tan maravilloso como a veces recordamos, pero que sin embargo queda en la mente con tintes amables.

Tras el fallecimiento de nuestros padres, Felipe y yo decidimos mantener la propiedad con la idea de dejarla a nuestros hijos y nietos…, esa idea de inmortalidad que los humanos trasladamos a los inmuebles, pero que a veces el destino trunca solo porque no es real.

La vida no nos bendijo con hijos, ni a él ni a mí, por tanto decidimos que lo mejor era venderla para llevar a cabo otros proyectos.

Decidí dar un paseo por el barrio, despedirme de esa zona de la ciudad a la que quizás no volviera. Fue al dar la vuelta a una esquina cuando la vi. La tienda de telas. Conservaba el mismo olor a madera antigua, las mismas estanterías y, casi diría, el mismo tipo de empleados, amables y formales, que guardaba en la memoria.

Sentí una especie de mareo al regresar a la mañana en que entré con tía Rosa. Ella iba a confeccionarme el vestido para la fiesta de los quince años y buscábamos la tela. Me dirigí directamente a una pieza azul, demasiado eléctrico para mi tía, ideal para mí. Ganó ella y nos llevamos una color marfil.

Como cualquier adolescente, yo estaba muy ilusionada con ser la reina del festejo. Vinieron todas mis compañeras de colegio, las amigas del barrio y los chicos que nos gustaban, aunque mis ojos se habían posado desde tiempo atrás en Roberto, el gran amigo de Felipe.

Si bien tenía unos cuantos años más que yo, me hizo el honor de bailar conmigo casi toda la noche y la felicidad se alargó mucho más allá de la fiesta, ya que casi no pude dormir de tan henchida de satisfacción como estaba.

Pendiente de cada visita de Roberto, esperaba una palabra o más bien declaración de amor. Creo que las hormonas y la fantasía que pusieron en mí las novelas, me llevaban a recrear una y otra vez el abrazo de aquellos boleros en los que la cadencia de las voces de “El trío Los Panchos” hicieron que sintiera el cuerpo de ese hombre que ansiaba mío para siempre.

El vestido blanco marfil giraba entre sus brazos y yo pedía a Dios que la noche no terminara nunca. Pero terminó, y la magia se fue disolviendo en saludos escuetos antes de encerrarse en la habitación de mi hermano donde yo tenía prohibido entrar, salvo invitación oficial que nunca se producía.

No quería escuchar a la tía cuando me susurraba al oído una y otra vez «ese hombre no es para ti». ¿Por qué no?, ¿para quién iba a ser si yo era la hermana de su mejor amigo, si bailó conmigo toda la noche y nos habíamos acercado tanto en esos cheek to cheek?

Un par de años más tarde, Felipe y Roberto alquilaron un piso para estar más cerca de la facultad. Eso fue lo que dijeron. Venían juntos a la comida del domingo y estaban muy unidos, aunque estudiaban carreras diferentes. A pesar de insistir, nunca logré que me invitaran a su apartamento y empezaron a tratarme como a una chiquilla caprichosa. ¿Dónde estaba mi querido hermano? ¿A qué mundo lo había trasladado la universidad?

Sin respuestas a esas preguntas, decidí buscar otras relaciones y mi vida se pobló de nuevas amistades y novios.

Aunque Felipe y Roberto terminaron sus respectivas carreras, siguieron viviendo juntos, si bien en un piso más grande y glamuroso. Sus respectivos trabajos se los permitía. Hasta que el segundo se casó con una prima lejana que su madre había elegido para él.

Felipe vendió el piso y consiguió un trabajo de investigación en el extranjero, donde estuvo casi diez años. Fue en una de mis visitas a su nuevo país, cuando me confesó lo que yo no entendí en las palabras de nuestra tía al decirme «ese hombre no es para ti».

—Eran otros tiempos —dijo—, y Roberto no supo o no quiso hacer frente a nuestra realidad. Quería ser como los demás, y para ello lo mejor era casarse y tener hijos.

No había amargura en sus palabras, solo resignación y un halo de dolor superado, de esos que dejan grietas que ni uno mismo es capaz de entrever.

Cuando Felipe volvió a nuestro país, pasamos mucho tiempo juntos, con ese tipo de relación de dos solterones que comparten aficiones y una historia profunda y cercana.

Al volver a esa tienda de telas, mis ojos, como aquella vez, fueron directamente a una pieza azul. Aquella que tía Rosa describió como “demasiado eléctrico”.

—Estás preciosa. Elegante y glamurosa, —dijo Felipe al recogerme para ir a la ópera— azul Klein.

© Liliana Delucchi

sábado, 18 de octubre de 2025

Paula de Vera: Preludio de guerra (Shikamaru y Temari): Parte II

 



«Cinco divisiones. Cuarenta mil ninjas. Eso son ocho mil por división, considerando cinco grandes aldeas y cinco tipos de habilidades básicas; la proporción sería...».

Shikamaru frunció el ceño levemente, con proporciones, probabilidades y cifras dando vueltas en su mente por pura costumbre. No le suponía un gran esfuerzo y, en el fondo, le relajaba. Era como calcular los movimientos y predecir las acciones que ocurrirían en una partida de shōgi, solo que esta era a mucha mayor escala que el duelo en un simple tablero. Poca gente lo entendía, pero a él tampoco le importaba demasiado.

Los shinobi convocados por los Cinco Kages se veían del tamaño de hormigas desde su posición frente al ventanal a media altura de la Torre Raikage, en la Aldea Oculta de la Nube. De hecho, el símil se acentuaba al ver los movimientos zigzagueantes, pero ordenados, de los que se incorporaban a filas poco a poco.

Chōji, Ino y él habían llegado la noche anterior y, esa misma madrugada, el joven Nara había debatido con su padre la distribución de las cinco divisiones. Sin querer, su mente divagaba entre nombres que conocía de sobra, repasando quién estaría en cada pelotón y cuál podría ser su suerte en la batalla. Shikamaru suspiró. No le gustaba el conflicto, nunca lo había hecho.

«Cuarenta mil personas», recordó con amargura, sintiendo un nudo en el estómago. «Todos buscando detener a quienes quieren acabar con nuestro sistema de vida. Qué fastidio».

¿No deberías estar de camino a la formación?

La voz femenina a su espalda, grave y modulada como solo «ella» podía tenerla, lo sobresaltó apenas. Sin embargo, Shikamaru se esforzó por mostrar la emoción justa en su rostro antes de girarse despacio. Aun así, no pudo evitar esa extraña y pesada sensación que se alojaba en su pecho desde hacía ya algunos años cada vez que se encontraban.

Temari —saludó, cordial—. Cuánto tiempo.

«Desde lo de Asuma», recordó, con un ligero sabor amargo en la garganta.

Sin embargo, no lo dijo en voz alta. Tampoco pareció hacer falta. Cuando sus miradas se cruzaron, ella esbozó una sonrisa tensa y se acercó un par de pasos más. Llevaba un fardo de tela parda entre las manos, entre cuyos pliegues sobresalían unas hombreras de armadura. Por otra parte, llevaba ropa más corta de la que Shikamaru recordaba haberle visto nunca: sin mangas, pero con mucho tejido de rejilla debajo. Cuando los ojos del joven, por un extraño impulso, buscaron bajar más allá de sus clavículas, su mente lo obligó suavemente a encarar de nuevo sus iris verdes.

Hola, llorón —repuso la kunoichi, con ese deje de humor fastidioso que siempre le provocaba punzadas en el pecho—. Deberías estar de camino —reiteró, ajena a sus pensamientos, señalando con la cabeza la amplia explanada que había al otro lado de los cristales—. No te conviene ser el último en llegar, por respeto a tu apellido.

Shikamaru entrecerró los ojos, hastiado sin quererlo por dentro a causa del comentario. Admiraba a su padre como el que más y sabía que Temari también, desde hacía años; no era algo que ella nunca hubiese ocultado. Pero le escocía que le recordaran que tenía que estar a la altura de lo que se esperaba de él... otra vez.

No habrá problema —expuso entonces, sereno, apartando apenas la mirada hacia el exterior de la ventana—. Según mis cálculos, a ojo, aún queda más de la mitad de nuestro ejército por llegar.

Ejército” era una palabra casi extraña en su lengua, pero sabía que no había muchas más formas de denominarlo. Era la guerra, les gustara o no, y en ella todo efectivo preparado para la batalla se convertía en soldado. Temari, por su parte, no lo interrumpió. Se limitó a observarlo con los brazos cruzados bajo el pecho mientras él proseguía:

Además, cuando he subido esta mañana a hablar con mi padre, había una cola considerable de gente que quería recibir sus bandas de la Alianza.

Al poner el brazo izquierdo en jarras, su propia insignia, cosida a la manga de la camisa del uniforme, refulgió bajo el tímido sol que ya asomaba en el cielo. Shikamaru se encogió de hombros, giró hacia Temari el rostro inmutable.

Así que no, no creo que vaya a llegar el último.

El ceño de ella se frunció y sus ojos se movieron de arriba abajo como si lo estuviera evaluando. Quizá, en realidad, y conociéndola un poco, estaba intentando encontrar algún agujero en su lógica por donde insistir con su argumento. En el fondo, es lo que él habría hecho. Por supuesto, Temari no encontró resquicio alguno, aunque su postura apenas se relajó al resoplar y apartar la vista.

No has cambiado nada, ¿eh, llorón?

El apelativo le escoció como el roce ligero de una espina sobre la piel, sin llegar a hacer sangre. De hecho, Shikamaru casi se sorprendió al notar la falta de tono burlón que siempre acompañaba a esa palabra. Aun así, su rostro permaneció neutro mientras ella añadía con cierto cansancio:

Bueno, pues... te habrás enterado de que estamos en la misma división.

Con el corazón extrañamente acelerado, Shikamaru asintió despacio.

Ambos tenemos buenas habilidades a distancia, aunque sean de distinta naturaleza —arguyó, práctico—. Supongo que era de esperar.

En ese momento, Temari lo observó con fijeza de una forma que, por primera vez, Shikamaru no supo interpretar correctamente. Había... algo distinto y extraño, y por un momento se sintió terriblemente confundido. De hecho, un segundo después, ella resopló, apartó la vista y cambió el peso de un pie a otro. Casi como si, sin saberlo, él hubiese dicho algo que no debía y la hubiese molestado. Sin embargo, la sensación llegó y pasó tan rápido que el joven ninja casi pensó que se lo había imaginado.

Hum —respondió Temari entonces, en un tono de lo más neutral y con esa seriedad habitual en ella, antes de volver a encararlo sin rastro ya de emoción—. Diez minutos, llorón. Ese es el tiempo que te doy para verte a mi lado.

Él alzó una ceja, pero se quedó helado cuando ella añadió con media sonrisa peligrosa:

O tu nuevo capitán tendrá noticias tuyas.

Gaara.”

Shikamaru reprimió un escalofrío. No es que el pelirrojo y taciturno Kazekage fuese el mismo homicida aterrador de años atrás, pero tampoco era alguien con quien quisiera medirse de buenas a primeras. Entrecerró los ojos, picado. ¿Acaso Temari lo estaba provocando a propósito? No es que le faltara razón, pero no podía imaginarse a la kunoichi rubia haciendo algo semejante.

«No, no puedes dejarte ganar en eso», resolvió, sosteniéndole la mirada como pudo. «No te atrapará en una trampa tan burda como esa».

Por suerte o por desgracia, antes de que pudiera rebatirla, una silueta grande, roja y coronada por una amplia melena castaña apareció por una esquina.


***


Ah, Chōji —escuchó entonces Temari decir a Shikamaru mientras este oteaba algún punto a sus espaldas—. ¿Ya estás listo?

La joven rubia se giró a tiempo de ver aparecer al rubicundo aludido, sonriente como de costumbre, con una bolsa de patatas fritas abierta en la mano.

Sí, ya está todo listo. Y he conseguido un aperitivo para la espera.

Sin verlo, Temari notó que Shikamaru suspiraba detrás de ella, justo antes de que la esquivara para reunirse con su mejor amigo.

No tienes remedio, Chōji. Anda, vamos para abajo.

Sí, vamos.

En ese momento, Akimichi pareció darse cuenta de que había alguien más, porque se giró un instante e inclinó la cabeza con educación.

Perdón, señorita Temari. No la había visto.

La joven suspiró, lo encaró sin violencia y se relajó apenas.

Chōji, es un placer volver a verte. Y, ya que vamos a ser compañeros de armas los tres, no hace falta que seas tan formal.

El aludido pareció enrojecer un instante ante aquella indicación, pero enseguida recuperó la sonrisa y asintió.

De acuerdo, Temari.

¿Nos vamos ya, Chōji?

Temari alzó una ceja al comprobar que, de repente, Shikamaru parecía nervioso y con ganas de desaparecer de allí cuanto antes. Sin embargo, no dijo nada mientras Chōji se despedía, de nuevo con una educación que contrastaba de forma increíble con su aspecto orondo y su gula sin fin. No obstante, antes de que ella pudiera decir nada más, Shikamaru se giró y agregó:

Nos vemos en diez minutos, Temari. No faltes.

Dicho lo cual, ambos se giraron para desaparecer por el pasillo. En ese momento, la joven rubia se dio cuenta de que tenía poco tiempo para cambiarse antes de bajar a formar.

«Maldito sea, me ha salido el tiro por la culata», pensó, mientras corría en dirección contraria hacia los aposentos de Gaara y su escolta.

Sin embargo, ni mientras se vestía con dedos temblorosos ni al descender casi a saltos las escaleras de la torre hasta el patio principal pudo evitar que su estómago se revoltijara como si hubiera cien mil mariposas en su interior. Pero lo peor de todo era que sabía perfectamente quién lo provocaba, aunque se negara a admitirlo. Y no ayudaba el hecho de que, a pesar de que todos ellos estaban a las puertas de una guerra que podría cambiar su mundo por completo, su mente rezara constantemente para que tanto ella como Shikamaru salieran con vida de ella.


Historia inspirada en Shikamaru Nara y Temari, personajes del manga/anime “Naruto/Naruto Shippuden”

Imagen: “Stargazing”, de Paula de Vera

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viernes, 17 de octubre de 2025

Agua de Cebada

 



¡No ha probado usted el Agua de Cebada!

¡Vamos, vamos! Fue típica en los cafés de Madrid, en verbenas, fiestas, saraos y romerías. Precursora de los actuales refrescos. Su consumo se inició en el siglo XVIII, y se hizo popular a fines del siglo XIX y principios del XX, donde se pedía como agua de cebá. Los mozos la vendían por las calles.

Es un cereal de gran importancia tanto para animales como para los humanos y es el quinto cereal más cultivado en el mundo. Su cultivo se remonta al Antiguo Egipto y se cita en el libro del Éxodo en relación con las plagas de Egipto. Fue conocida por los griegos y romanos, era la base de alimentación de los gladiadores. En Suiza se han encontrado tortas con granos de cebada que datan de la Edad de Piedra.

En Inglaterra hasta el siglo XVI los pobres solo tenían permitido consumir pan de cebada mientras que el pan de trigo estaba destinado a la clase alta; a medida que el trigo y la avena se fueron haciendo más asequibles, se acabó con el uso de la cebada para hacer pan.

Su elaboración consiste en tostar granos de cebada, cocerlos con agua, dejar macerar y añadir azúcar morena de caña. En Cuba la llaman azúcar prieta. A la hora de servir, añadir un chorrito de limón granizado. Riquísima y refrescante.

Hoy, en verano, se puede beber el Agua de Cebada en algunas horchaterías de Madrid, en Valencia, en toda la Vega Baja del Segura (Alicante), en Cambil (Jaén), y también en México, Perú, Costa Rica y Gran Bretaña. 

Probadla

Ya me diréis

miércoles, 15 de octubre de 2025

Nuevo Akelarre Literario nº 121: La Universidad de Alcalá de Henares



Fue fundada por el cardenal Cisneros en 1499. Durante los siglos XVI y XVII se convirtió en el gran centro de excelencia académica. En sus aulas enseñaron y estudiaron grandes maestros, y hombres ilustres, como Quevedo, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Tirso de Molina, Fray Luis de León o María Isidra de Guzmán y de la Cerda, quien, con autorización del rey Carlos III, el 6 de junio de 1785, fue la primera mujer que recibió un doctorado en una universidad española.


Para disfrutar de nuestros cuentos

Pinchad en el link

https://www.nuevoakelarreliterario.com/universidad-de-alcala/ 

lunes, 13 de octubre de 2025

Malena Teigeiro: Un vestido de seda condesa

 


A doña Justinita le emocionaba todo, absolutamente todo, en la tienda de Telas, Encajes y Novedades. Incluso el olor parecía emborracharla. Por no hablar de los rollos de tela, que colocados unos al lado de los otros le recordaban a las flores del campo. Una pieza de seda rosa sobre otra de raso verde, a su lado una de batista amarilla, los algodones estampados, terciopelos y encajes, y los tules para los velos de novia, esos, bien apartados, no fuera ser que se ensuciaran.

Como siempre que era invitada a una cena de gala, dos o tres semanas antes, doña Justinita entraba en la tienda de telas. Esa vez se preparaba para la que daban en el Palacio de Oriente al rey de... —¡Vaya a saber usted de dónde!—, que andaba de visita en España. Su esposo, general de la Guardia Real, era uno de los invitados. Y como siempre, don Manuel, uno de los dueños de la tienda de telas, en cuanto la vio entrar, salió del despacho para atenderla personalmente.

La señora comenzó a contarle la necesidad que tenía de un nuevo traje de noche. Como él ya podía suponer, decía con un leve movimiento de cejas, a su esposo lo habían invitado a la cena en palacio. Y allí estaba ella otra vez, ya sabía él para qué. Y revoloteó la mano haciendo sonar unas pulseras. Tendrá que ser largo, y moderno, sin llegar a ser muy llamativo. Don Manuel sacó de uno de los cajones del mostrador el último figurín de moda. Ojeó con rapidez las hojas, hasta llegar a un vestido, bastante vaporoso, con manga francesa y un poquito de cola. Doña Justinita, pasó el dedo por encima de la fotografía, como queriendo acariciar la vaporosa muselina, mientras le comentaba que no le gustaba repetir vestidos, y como mujer de militar, tampoco podía gastar demasiado por lo que, por favor, buscara entre las sedas, rasos y muselinas, la que mejor le fuera tanto a su cartera como a su persona. Con coquetería, ladeó la cabeza y lo miró soñadora.

—Recuerde, don Manuel, que el que llevé la última vez era de organza azul pastel.

El hombre recortaba una muestra de todas las que creía que le podían valer, para que la señora pudiera elegir libremente en su casa. Medio escondido, descubrió un rollo de raso Condesa color violeta, casi morado.

—Mire, doña Justinita, éste es el color que a usted mejor le va, el violeta. Sin duda es el que más realza el verde de sus ojos. Y también tiene una buena caída para el modelo que hemos elegido —el hombre, sin dejar de alabar la tela, cortó una muestra de casi dos metros—. Mírelo en casa con la luz artificial, que es la que va a tener cuando se lo ponga —añadió mientras arrancaba la hoja de la revista.

Con cuidado, empaquetó las muestras, y en un sobre separado puso la de seda violeta y el dibujo del vestido. Sin dejar de charlar de lo pesadas que eran esas cenas, don Manuel la acompañó hasta la puerta. En cuanto hubiera decidido con cuál se quedaba, que lo llamara, y que no se preocupara, le mandaría la tela con el botones. Tras una pequeña inclinación, cerró la puerta.

Don Manuel entró de nuevo en su despacho, se sentó a la mesa y continuó repasando el libro de cuentas. A su lado, su hermano Antonio, el otro propietario de Telas, Encajes y Novedades, movía la cabeza sin levantar la mirada del libro de pedidos.

—La falda que lleva esta vez está estaba confeccionada con la última muestra que le diste, ¿no? —susurró con disgusto.

Embebido en sus cuentas, don Manuel continuó su trabajo sin contestar. De pronto dejó el lápiz en alto sobre la hoja. ¡Su adorada Justinita! Cerró los ojos y la vio, años atrás, paseando por la acera de La Gran Vía del brazo del flamante uniforme de Carlos, entonces todavía teniente de la Guardia Real. ¿Qué hubiera pasado si en vez de pegarse un tiro con su arma reglamentaria cuando hizo el desfalco, se hubiera divorciado de ella? Quizá la pobre nunca hubiera enloquecido. Y entonces él...

Suspiró profundo, bajó el lápiz y continuó repasando su columna de números.

© Malena Teigeiro

sábado, 11 de octubre de 2025

Horchata de Chufa

 





¿Qué es la chufa?

La especie Cyperus esculentus, llamada comúnmente juncia avellanada, es una planta herbácea que produce el tubérculo comestible conocido como chufa. Se sabe que tiene una historia de cultivo de al menos cuatro mil años, ya que se encontraron restos en vasijas del Antiguo Egipto. Alcanza unos cincuenta centímetros de alto, requiere suelos arenosos y clima templado. Fue introducida en España por los árabes.

 

¿Qué es la horchata?

Es una bebida natural elaborada con chufas, agua y azúcar. Refrescante, sabrosa y nutritiva. Sólo dura entre 3 o cuatro días en el frigorífico. Sus propiedades nutritivas son extensas, saludables para el corazón: reduce el colesterol malo y aumenta el bueno, contiene Fósforo, Magnesio, Hierro, Cobre, Calcio y vitaminas B1, C y E.  Por lo visto, es muy recomendable para embarazadas, niños y personas mayores. Es bebida típica de Valencia.  

 Y tiene historia. Se dice que su nombre se inspira en una leyenda de la Reconquista, cuando una aldeana ofreció la bebida al rey de la corona de Aragón, Jaime I. Le gustó y preguntó a la chica de que se trataba, la cual respondió:

—Llet de Xufa (leche de Chufa)

Y el rey exclamó:

—No, no es llet, es or, xata.

De ahí, horchata.

Hay muchos tipos de horchata: de ajonjolí, de almendra, de arroz, de coco… En Cuba se tomaba la de almendras. A mi madre le encantaba.

En Madrid hay un kiosco, en la calle Narváez, nº 8. ¿lo conoce? Desde 1944, la familia Guilabert, oriundos de ese precioso pueblo alicantino llamado Crevillente, ofrece la exquisita horchata de chufa, el refrescante limón granizado y la rica agua de cebada.

 


jueves, 9 de octubre de 2025

La cocina a mi alcance: Falafel

 



Es una de las recetas con legumbres más populares de la gastronomía árabe. Dependiendo del lugar al falafel se le da la forma de croqueta, pequeña hamburguesa, bola o el toque personal del chef.

Su origen es incierto, tiene siglos de historia, se dice que data de la época bíblica. Algunos creen que viene de la India, pero no hay datos que lo confirmen. La variante egipcia emplea habas, mientras que la palestina emplea solo garbanzos.

Lo que hace diferente al falafel de otras albóndigas, es que los garbanzos o habas no se cuecen.

Mi amiga Fátima aconseja que al darle las formas debemos tener las manos mojadas, para que no se nos pegue la masa. Se hacen pequeñas bolas como las de ping-pong o bien algo achatadas para meterlas luego en pan de pita y comerlas a modo de bocadillo.

En cambio, Amira las hace tipo hamburguesas y las sirve con salsa de yogur o con hummus que es la crema de garbanzos o con tahina que es la pasta de ajonjolí.

El ajonjolí o sésamo son dos nombres diferentes para referirse a la misma semilla. Son ricas en óleos por lo que es un alimento sumamente nutritivo y saludable. Se emplean para el pan de las hamburguesas.

 Ingredientes:

  

·         300 gramos de garbanzos

·         2 cebollas

·         2 cucharadas de perejil fresco

·         1 cucharada de cilantro fresco

·         2 dientes de ajo

·         1 cucharada de comino molido

·         1 taza pan rallado

·         1 cucharada de bicarbonato

·         1 cucharadita de sal

·         1 pizca de pimienta negra

·         Aceite de oliva suave

 

Preparación:


Después de dejar en remojo los garbanzos 24 horas antes, los escurrimos y los dejamos sobre un papel absorbente.

Hay que triturarlos «sin cocer» junto con las cebollas, los ajos, el perejil, el cilantro fresco y una taza de agua. Mezcle hasta conseguir una textura espesa. Añadir la sal, el comino molido, la pimienta negra, el bicarbonato y mezclar un poco. Lo tapamos con un paño limpio y dejamos reposar la mezcla durante 30 minutos.

Si nos queda demasiado húmeda por lo que le es difícil formar bolitas, se puede añadir un poco de pan rallado, harina de trigo o mucho mejor, harina de garbanzo.

Esta masa se puede congelar para freírla en otra ocasión. Al igual que con las croquetas se fríe directamente sacadas del congelador.

Y si estamos deseando hincarles el diente, freírlas en abundante aceite a fuego medio hasta que se pongan dorados. Servir caliente.

 


¡Delicioso!