martes, 23 de diciembre de 2025

Julia de Castro: La sombra de la tierra de Elvira Mínguez


 


Esta es la primera de novela de Elvira Mínguez a la que, hasta ahora, conocemos en su faceta de actriz (imposible olvidar a Flora en la Trilogía del Baztán), que ahora nos sorprende con esta incursión en la narrativa que no puede dejar indiferente a quienes se asomen a sus páginas.

Nos enfrentamos a la historia de dos mujeres en un pueblo de Zamora, Villaveza del Agua a finales del siglo XIX. La lucha enconada por el poder que ha llevado a Garibalda, viuda y enferma a imponerse sobre sus vecinos. El puño de hierro con el que gobierna las vidas del pueblo, incluidos a sus propios hijos, los mantiene explotados, sometidos y atemorizados.

Ante esta situación de abuso no encuentran más solución que aliarse con Atilana, enemiga eterna de la dictadora con la que mantiene un enfrentamiento a muerte desde que se puede recordar. Dos mujeres manipuladoras unidas desde siempre por el odio y el egoísmo que, a través de su cruel lucha de poder, van convertir en víctimas a todos los habitantes del pueblo incluyendo a sus propios hijos.

La autora refleja perfectamente en esta novela el caciquismo propio de la época con todos sus elementos: el uso de la tierra para el control y la opresión de los que la trabajan que, no tienen más remedio que pasar por las condiciones abusivas impuestas y perpetuarse así en una vida de miseria, miedo y servidumbre. Ni los familiares más próximos se libran de esta relación de vasallaje.

Violencia soterrada dentro y fuera de las familias, sometimiento, maltrato, inmoralidad, ignorancia, ningún ingrediente le falta a este relato duro y descarnado de un entorno y una época oscura y vergonzante de nuestra historia con un final impactante.

Quien se decida a leer esta novela se encontrará con una historia dramática y despiadada que, por momentos, se convertirá en asfixiante. En esta lectura no vais a encontrar ni un atisbo de belleza, gozo o alegría, no parece una lectura propia del verano a la orilla del mar, pero sí os aseguro que vais a estar mucho tiempo con las imágenes de la historia dando vueltas en vuestras cabezas.

© Julia de Castro

Mi verano en libros

Junio 2023

domingo, 21 de diciembre de 2025

El lago Victoria (Uganda, Tanzania, Kenia)

 



 

El lago Victoria es el lago de agua dulce más grande de África y el segundo del mundo en tamaño, superado solo por el lago Superior de Norteamérica. Es joven, tiene cerca de unos cuatrocientos mil años y se formó cuando los ríos que fluyen hacia el oeste fueron represados por un bloque de la corteza. Se ha secado al menos tres veces desde que se formó, la última vez fue hace diecisiete mil trescientos años.

Lo rodea Uganda, Tanzania y Kenia. Es una de las principales fuentes del río Nilo y su única salida.

En el denso pantano muchos animales encuentran alimento y refugio: hipopótamos, nutrias, impalas. Es lugar de paso de muchas aves migratorias. Aquí vive el «picozapato» que está clasificado como especie vulnerable. Es hogar de tortugas endémicas de agua dulce. Crecen plantas como el papiro. El jacinto de agua se ha convertido en una de las principales especies de plantas invasoras. Y mucho más…

Su poca profundidad y su área de superficie lo hacen vulnerable a los efectos de los cambios climáticos.

 

viernes, 19 de diciembre de 2025

Liliana Delucchi: Fragancias del pasado

 


Incapaz de vislumbrar cómo pueden caber treinta años en ese diminuto espacio, Emilia, sentada en el borde de la cama, contempla la maleta vacía. Ya le dijo a él que no quiere nada de la casa, solo su ropa y accesorios. Pero ¿y el resto? ¿Se pueden guardar los recuerdos en una valija? No, porque, además, no quiere llevárselos. Ni siquiera las fotos, no harían más que hacerla dudar sobre su nueva vida. La decisión está tomada, eso fue lo que le dijo antes de encerrarse en su cuarto con los ojos tan vacíos como la maleta.

¿Y Carolina? Ella ya está haciendo su nueva vida. Allá lejos, en la universidad, con nuevos amigos y nuevas experiencias. Su  habitación la echa de menos desde hace meses, y por mucho que Emilia rocíe los cojines con el perfume de su hija, solo azuza su nostalgia.

No fue su partida. No. El silencio se había instalado entre Mario y ella, solo roto por reuniones con amigos, los diálogos de alguna película o por el bullicio de esa adolescente que se fue para seguir con su vida.

Silencio. El mismo del dormitorio que una vez compartieron y que en breve Emilia va a abandonar… ¿para siempre? Ahora sí sus ojos vuelven a llenarse de esa agua salada que sorbe como si fuese una niña pequeña.

A través de los cristales de la ventana, las ramas todavía sin flores del magnolio le recuerdan que probablemente allí, en la playa, donde piensa instalarse, hayan florecido. Mejor clima, arena limpia y paseos a orillas del mar. Por primera vez desde hace días, sonríe ante un futuro más prometedor que ese presente cargado de desasosiego.

Vuelve a la habitación de Carolina, se tumba en la cama y, abrazada a uno de sus peluches, se queda dormida. La despierta el viento que golpea una rama contra el cristal de la ventana, el viento y un pensamiento o quizás una voz que le dijo entre sueños: «No tienes por qué irte. Que se vaya él.»

Con una fuerza que había olvidado poseer, se levanta y corre a su cuarto. Desocupa la mitad del vestidor que pertenece a Mario, coge su ropa que huele a un perfume de mujer que no es el suyo, y la tira por la ventana. En la maleta desierta, esa que horas atrás no alcanzaba a vislumbrar con qué llenaría, vierte todo el contenido de la mesilla de noche de su marido. Todo no. Las pastillas azules las tira por el retrete. ¡A ver cómo te las arreglas ahora con tu amante!

Antes de que Mario regrese, ha hecho cambiar la cerradura y puesto la valija sin recuerdos delante de la puerta.

© Liliana Delucchi

miércoles, 17 de diciembre de 2025

La cola de caballo

 



Es una de las especies más antiguas del planeta, descendiente de las primeras plantas que habitaron el planeta durante el período Devónico y el Carbonífero.

Es originaria de Europa, norte de África, Asia y América y crece espontáneamente en clima templados. Es arbusto perenne, sin flores que alcanza un metro de altura, de tallo rizomatoso, rectos y presentan dos formas diferentes unos son fértiles y terminan en una espiga, otros son estériles y se utilizan en la medicina herbolaria. Se recolecta a finales del verano.

Cachita recuerda que, cuando era niña, en su casa se comían sus tallos como si fueran espárragos.

Lo que son los tallos estériles gozan de gran prestigio, por su eficacia en las afecciones de riñones, vejiga y se utiliza para la retención de líquidos, para eliminar cálculos renales y quitar la infección urinaria moderada. 

La Yaya se ha ido a la cocina, pero regresa a pasitos cortos, trae cara de preocupación, se da una palmada en la frente, y dice muy seria que tengamos presente que la cola de caballo no debe utilizarse más de seis semanas seguidas, que todo lo que ella me diga lo deben consultar con un boticario o con un médico, con alguien avezado en la materia, que las cosas de la salud no son moco de pavo. Ella es lo que ha hecho siempre y por eso ha llegado a los cien años como una rosa.

lunes, 15 de diciembre de 2025

Nuevo Akelarre Literario nº 123: Cometa



A lo largo de la historia, y en todas las culturas, se ha considerado el paso de un cometa como un presagio: una señal de algo bueno o malo por venir. Los antiguos griegos creían que auguraban guerras o el brote de enfermedades. En un sentido religioso, se los considera como mensajeros de los dioses que vaticinan el final de un ciclo y el nacimiento de nuevas eras.

Y no podemos olvidar, sobre todo en estas fechas, la estrella que guió a los Reyes Magos hasta el pesebre en el que había nacido Jesús.

Para disfrutar de nuestros cuentos

Pinchad en el link

https://www.nuevoakelarreliterario.com/cometa-espacial/ 

sábado, 13 de diciembre de 2025

Malena Teigeiro: Vicisitudes de una maleta rosa fosforito

 


Sabía que no estaba bien. Sabía que eso podía suceder, pero la prisa, la necesidad de salir corriendo me hizo superar el impulso de abrirla y colocar mejor las cosas. La culpa de que estuviera así la tendrían las botas altas trak o quizá la bolsa de aseo. El bote de laca y el de crema limpiadora eran enormes. Cerré la maleta y salí corriendo.

En la rotonda del aeropuerto, al mirar hacia atrás, me pareció ver que una parte, pequeña, eso sí, de mi falda plisada salía de la maleta. No pasa nada, me reconvine. En cuanto aparque y baje del coche, comprobaré que todo está bien. Si hace falta, antes de embarcar, la abriré para cerrarla y colocar de nuevo todo.

En el parking me di cuenta de que no tenía tiempo para ningún tipo de comprobaciones. Intentando sacarla del maletero —menos mal, que tuve la precaución de colgarme la bandolera del cuello—, sudando copiosamente, rezongaba que por qué sería tan difícil sacar las maletas del coche. Al fin logré sacarla. Lo que no pude impedir fue que con gran estruendo se cayera al suelo. Qué buena compra hice, pensé al comprobar que nada se había roto. Superada esa prueba, después de enderezarla con esfuerzo, no me cupo ninguna duda de que la maleta rosa fosforito, de cuatro ruedas, era de buena calidad. Salí del estacionamiento corriendo.

Aquella mañana me di cuenta de lo grande que era la sala de partidas. ¿Quién habría inventado esa horrible T4? A la carrera comprobé el billete. Sí. Era el mostrador 790. Justo, y como no podía ser de otro modo, entré por la puerta equivocada. Mi mostrador se encontraba al menos a un kilómetro de donde estaba. Seguí corriendo. En aquel momento ya me daba igual tropezar con una u otra persona, atropellar al carrito de un bebé, o matar al perrito, qué mono, que diligentemente andaba al lado de su dueño. Perdón, perdón, decía a cada paso recordando la máxima de mi madre: Nunca se pueden perder las maneras. Nunca.

A punto de que cerraran el mostrador de facturación, al fin, llegué. Aquí. Aquí, grité, agitando la tarjeta de embarque que había sacado por la noche, ya casi de madrugada. Señorita, me dijo la chaqueta roja. Tiene que ir a la máquina, meter sus datos y sacar la cinta de la maleta. Después pásese por el mostrador para facturar el equipaje.

Como siempre, la primera máquina no funcionaba. En la segunda, un señor mayor, amablemente me pidió ayuda. Me encanta la gente educada, recuerdo que pensé. Y me pedía ayuda a mí, que estaba a punto de perder el vuelo. Y ahí sí que perdí las maneras. Lo empujé y corrí hacia la siguiente.

Ya con el pasaporte, la tarjeta de embarque, la cinta de la maleta en la mano, volví al mostrador. El joven que me esperaba con el ceño prieto, lo primero que me dijo fue que no creía que la maleta llegara a tiempo y que como no corriera mucho, tampoco llegará usted al avión. Están llamando para embarcar desde hace un rato.

Gracias, dije, intentando no perder las maneras. Coloqué la maleta en la cinta sobre las cuatro ruedas. Él con la calma propia del que hace ese gesto una y otra vez, pegó el papelito en el asa. Le dio al botón y la cinta arrancó llevándose mi tambaleante equipaje.

Sonreí y suspiré aliviada. De pronto, la maleta se cayó de la cinta y como cabía esperar, se abrió desperdigando toda la ropa.

¡Mi bellísima maleta rosa! Era de tan buena calidad que aguantó hasta estar en la cinta para abrirse. Sin atender a los gritos del muchacho, eché a correr siguiendo las indicaciones: Pasillo J, ascensor para bajar a la plata menos 2...

Ahora, ya solo con la bandolera al hombro, podía volar los kilómetros que me separaban de la puerta de embarque. Eh. Eh, grité a la azafata que se retiraba del mostrador. Me miró con mala cara. Le entregué la tarjeta y aguantando el mal humor de todos aquellos con los que me iban cruzando, que sin duda no tuvieron a una madre como la mía, recorrí el finger y me senté en la fila 12, C.

El runrún del avión al despegar y el recuerdo de la noche anterior en la que Jimmy me había pedido por teléfono que me casara con él, hicieron que mi corazón latiera con rapidez.

Colgué a las dos de la madrugada. Y feliz, decidí que no esperaba ni un solo día para reunirme con mi amado. ¡Qué bueno era lo del internet para estas ocasiones! Busqué un billete. Solo encontré este que, con suerte, me permitiría dormir un par de horas. Después llamé a mi madre, a mi amiga Lucía, con ella hablé ni sé el tiempo, y a mi hermana Jacinta, con la que me tuve que entretener un poco. Le expliqué dónde dejaba las llaves, también le anuncié que le mandaría un mensajito con la plaza del parking. Y luego, hablando muy bajo —no sé por qué si estaba en mi casa y nadie me escuchaba—, le expliqué dónde dejaba dinero para pagar a la señora que me limpiaba el piso. Apenas me quedaba tiempo y rápido, rápido hice el equipaje. Sin haberme acostado, llegué hasta el aeropuerto.

De pronto recordé mi preciosa maleta rosa y toda la ropa desparramada. ¡Qué coño me importaba a mí la maleta y la ropa si estaba volando hacia Londres en donde me esperaba mi amado Jimmy! Me dormí feliz.

Angustiada me desperté. ¿Me esperaba Jimmy? ¡Pero si ni siquiera lo había avisado! Ahora creía recordar que con los nervios, tampoco le había dicho sí a su petición de matrimonio.

© Malena Teigeiro

jueves, 11 de diciembre de 2025

Rembrandt: Moisés con las Tablas de la Ley, 1659.

 

Óleo sobre lienzo. 

Museo: Gemäldegaerie, Berlín, Alemania


El arte barroco se desarrolló entre los siglos XVII y XVIII. Su difusión abarca casi toda Europa y América latina.

Rembrandt lleva a las últimas consecuencias, el más barroco de todos los discursos pictóricos: el de la investigación de un personaje o de una situación a través de los contrastes de luz y sombra.

En este cuadro parece representar a Moisés, cuando al bajar por primera vez el monte Sinaí con las Tablas de la Ley en la mano y encontrarse a los israelitas idolatrando al becerro de oro, preso de la ira, las arroja contra el suelo y las rompe. 

En cambio, el rostro de Moisés intensamente iluminado podría hacer también referencia a la segunda bajada de Moisés, con las nuevas Tablas de la Ley después de haber hablado con Yahvé. 

Como es frecuente en Rembrandt, la misma escena representa dos momentos de una misma historia.

La figura de Moisés, de tres cuartos, visto de abajo a arriba, se yergue al borde del cuadro. La montaña del fondo y la roca delante de Moisés sugieren sutilmente el camino del monte Sinaí por el que desciende. El rostro y los brazos son las partes más iluminadas. Sólo tres notas de color, el rojo de fajín, el azul de la roca y el negro de las Tablas rompen los amarillos y marrones.

Toda la moral cristiana se basa en las Tablas de la Ley, dos placas de piedra que contienen los Diez Mandamientos. Son la serie de leyes y principios éticos que Dios entregó a Moisés en el Monte Sinaí.

 

1.   Amar a Dios sobre todas las cosas

2.   No jurar su santo nombre en vano

3.   Santificar las fiestas

4.   Honrar padre y madre

5.   No matar

6.   No cometer acciones impuras.

7.   No robar

8.   No levantar falsos testimonios, ni mentir

9.   No consentir pensamientos ni deseos impuros

10.       No codiciar los bienes ajenos

 

Basta con transgredir uno solo de los Mandamientos para no cumplir con la Ley divina.  En uno de los Evangelios de Mateo, se dice que los Diez Mandamientos pudieran encerrarse en dos:

«Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo».