No era su primera vez en Inglaterra durante el verano, pero sí la primera en una familia. Sus padres decidieron enviarla a casa de unos amigos de otros amigos que tenían una hija de la misma edad. Mariana miraba por la ventanilla la cercanía del aeropuerto con una mezcla de emoción e inquietud. ¿La reconocerían?, les había enviado una foto suya.
Estuvo un buen rato esperando después de recoger su maleta, hasta que al fin vio a un señora alta y un poco gorda con una chica pálida francamente obesa, que miraban a todos lados. Se acercó a ellas y dijo quién era. Grandes disculpas y alegría, como en la foto, llevaba el pelo suelto y ahora lo tenía recogido en una trenza, no la reconocieron. So, so sorry.
Brillante pensó, brillante deducción, pero le cayeron bien. Eran parlanchinas y sonrientes. Se quedó extrañada de la blancura rosada del cutís de su futura amiga, Lavinia, y de la blanda carnosidad de los muslos que lucía despreocupada. Mariana no había visto en Madrid una minifalda tan corta y que no levantara ninguna mirada atrevida o salaz. Comprobó que esa iba a ser la medida habitual de las minifaldas inglesas en esos años de finales de los sesenta. Mary Quant y Twigy a la cabeza.
Llegaron a la casa de cuatro plantas en la elegante Sloane Square y les recibió un primo que vivía de prestado en la buhardilla y la empleada española que se iba a las siete de la tarde. Desde que llegó, Carmen, así se llamaba, le advirtió de los peligros del primo, un fresco, ojo con él, por la noche ciérrate la puerta. La miró solidaria, esta gente no es como nosotros. Los ingleses son muy distintos y los hombres muy aprovechados. Cuando se sentó en la cama con dosel de florecitas que daba al minúsculo jardín trasero, a Mariana le invadió un regocijado temor. A lo mejor la libertad era eso.
La siguiente sorpresa fue la cena organizada al día siguiente con el novio de la madre —estaba divorciada y el padre iba por la tercera mujer— y unos amigos jóvenes delicadamente snobs de pelos lacios y estudios en Oxford. Después de cenar se fueron repartidos en distintos coches a la discoteca de moda. Tuvo plena conciencia de felicidad al verse esa noche de verano subida en un deportivo descapotable, deslizándose por calles semivacías con un encantador polaco emigrado del telón de acero y sin nadie que la esperara en casa o la fuera a reprochar el horario. En Madrid no podía llegar después de las diez, atemorizada por la mirada de su padre ante el que no cabían disculpas. I´m happy, very happy confesó al amable acompañante. ¡Qué bueno! le contestó en su precario español.
Esa noche quedó en su memoria como la primera conciencia que tuvo de felicidad y la atesoró para el resto de su vida. Su amiga no había llegado a casa y no apareció casi hasta la madrugada. Sorprendentemente, su madre la reconvino no por haber llegado tan tarde sino por haberla dejado sola, las españolas están acostumbradas a llevar chaperona. Tampoco era eso, le aseguró a Lavinia cuando al día siguiente le lo confesó, y se rieron iniciando así una amistad que duró muchos años.
Se empezó a instalar la rutina. Los jueves se iban al cottage que tenían en Hampshire, volvían los lunes; los martes daban una cena y hacían juegos, como pasarse una manzana de uno a otro sostenida solo por la barbilla del contrincante con el que te emparejaban por sorteo. El contrincante dedicado al rescate de la manzana tenía que ser alguien del sexo contrario, y por supuesto, no podía utilizar las manos. Muchas risas y mucho Pimm`s para los jóvenes. Mariana fue la primera vez que bebía algo de alcohol y bajó las escaleras con la certeza de que tenía alas en los pies. Su vida se debatía entre la excitación, el recelo y la sorpresa.
El polaco venía cada martes a la cena y ella pensó que iba a morir de amor por ese hombre dulce, tranquilo y que le aseguró que si a una chica de dieciséis años no la había besado aún, sería porque era muy fea o muy rara. Y Mariana deseó ser besada, inaugurar la vida con él. No fue así, pero él le escribió cuando se marchó asegurándole que las estrellas los unirían alguna vez.
A la semana siguiente recibió la inesperada llamada de su madre.
—Vamos a Londres por trabajo de tu padre y así os vemos a tus hermanos y a ti.
Llegaban al viernes siguiente. No se pudo ir al largo fin de semana en el cottage y se quedó en la casa bajo la admonitora mirada de la española, que permaneció esa noche para que no estuviera sola. Se entristeció por el cambio de planes y la inoportuna visita de sus padres. Esos largos fines de semana en el campo eran estupendos. El sitio era encantador, le gustaba el olor a hierba fresca, ir a recoger fresas, dar largos paseos a caballo y reunirse con amigos que vivían cerca. A veces venía la hermana mayor de su amiga, también gorda, encantadora y blanca, con su novio. Otra sorpresa fue que dormían juntos sin que a la madre le pareciera mal. Eso sí, Mariana no dejó de ir a Misa ni un solo domingo, aunque tuvieran que desplazarse a otro pueblo, momento en el que reflexionaba sobre lo que estaba viviendo. No hacía nada malo, ni nada se lo parecía, solo era distinto.
Su madre llegó el viernes como estaba previsto, y salió a esperarla a la calle. En ese momento también apareció Tim, el temido primo, sonriente, alto, rubio y despreocupado, que volvía de un viaje. Nunca la molestó ni tuvo que echar la llave de su cuarto. A lo más que se atrevió fue hacerle bromas o pedirle que le enseñara un poquito de español, please.
—Hello my darling —la besó en los labios y abrazó con espontanea alegría—. She es so guapa and simpática—se esforzó en español señalándola ante la aterrorizada mirada de su madre.
El gesto de esta se torció y advirtió solemne a Tim que a su daughter no, no kiss. Creyó que el suelo se abría bajo sus pies y cuando pretendió entrar a la casa a la vez que el primo, la madre despidió el taxi y se quedó con ella.
—Tú te vuelves a Madrid conmigo. ¿Qué es eso de vivir en la misma casa con un hombre?
Dicho y hecho. Llamó a su padre al hotel, pese a las lacrimógenas súplicas de Mariana y juramentos de que no había pasado nada, para pedirle que sacara un billete y decirle que volvían con la niña a Madrid.