…Muchas veces me pregunto ¿qué
tiene tu mirada que me transporta del desierto al paraíso? Con naturalidad, sin artificios, como una
suave melodía que me lleva del sufrimiento a la sonrisa… Duermo mal algunas
noches. Probablemente no sea el único que, para evitarlo, cultivaría en su jardín la roja flor del opio, buscando aligerar sus soledades y sumirse en el desgarro de
una personalidad disociada inútilmente.
Sé que esa dulce adicción te alejaría de mi lado. Siento además que el amor, como sentimiento, es mucho más que
una empatía. Es una ineludible
aspiración al encuentro de dos identidades, por naturaleza diferentes, con la
apremiante voluntad de no perder de vista aquella ilusión que, encendiendo sus pasiones, confiere fuerza de titán
a quien la ejerce. Necesito asirme a esta certeza. Necesito afianzarte en mis
recuerdos con el solo fin de mantener ardiente la llama que entibia mis
inviernos. Está cercano el tiempo de mi ausencia. No volveré a cenar contigo,
ni hollarán nuestras pisadas el turbio limo del arroyo que limpió nuestra piel
de sus primeras emociones. Ante las puertas de la eternidad, amada Magdalena,
hago esta postrera reflexión: como
mañana y para siempre, sé que “hoy estarás conmigo en el paraíso.”
© Ramón L. Fernández y Suárez
Fragmento de una carta anónima a María Magdalena por Ramón L. Fernández y Suárez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
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