Gabriel de la Concepción
Valdés, “Plácido”, seudónimo con el cual firmó su obra, fue versificador
espontáneo, por lo que algunos críticos lo consideran uno de los iniciadores del
criollismo en la lírica cubana.
Lezama Lima dijo de él: “Fue la
alegría de la casa, de la fiesta, de la guitarra y de la noche melancólica…”.
Quizás por eso se piense que capturó el verdadero espíritu cubano en sus
versos.
Tantas veces le
prestó
Juana el cántaro a
Vicente,
y él tantas veces
sacó
agua con él de la
fuente,
hasta que se lo
quebró.
No pudiendo otro
traer,
quedó Vicente
confuso,
y Juana, astuta
mujer,
hizo cola y lo
compuso
como Dios le dio a
entender.
Luego prestóselo a
Uberto
el cual se lo trajo
roto
(por donde ya estaba
abierto)
y Juana armó un
alboroto
como si la hubiesen
muerto.
El simple Uberto
creyó
ser suya a fe la
avería,
por lo que palabra
dio
de abonarlo al otro
día,
y exactamente
cumplió.
En cántaros y en
amores
no se gana para
sustos,
pues como dicen
autores
acontece que los
justos
paguen por los
pecadores.
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