![]() |
José Zorrilla Valladolid 1817 - Madrid 1893 |
Aún quedan unos días, hasta
el 21 de enero, para poder visitar en la Biblioteca Nacional -ese lugar que el propio
Zorrilla manifestó frecuentar en su
juventud «para no pasar frio»-
una exposición, 200 años después de su nacimiento en Valladolid, en la que
demuestra su reconocimiento y entusiasmo por uno de los mejores literatos y,
desde luego, el más conocido, de los poetas del siglo XIX español.
Casi ignorado hasta el
momento, 1837, fue en el entierro de su amigo Larra donde se dio a conocer
leyendo en voz alta, casi desfallecido de emoción, tanto que otras manos le
arrebataron el escrito, un poema tan hermoso, lúcido y claro que causó tanto
asombro como entusiasmo y fue publicado y comentado de inmediato, por los
periódicos madrileños.
Rápidamente consolidado por
sus exitosas y conocidas obras, alcanzó un triunfo que aún perdura. ¿Quién no
conoce ese «no es verdad, ángel de amor» de Don Juan Tenorio, quizá la única
obra dramática conocida por todos los españoles y que aún se suele representar
todos los años en el mes de noviembre?
Y es que Zorrilla dio a
conocer el rico y plural bagaje del Romanticismo decimonónico a la opinión
pública, ocupando un lugar muy especial por su gran conocimiento de las
tradiciones y leyendas históricas del pasado, pero también de los desafíos del
mundo moderno y los deseos de un público que ansiaba cambios.
Inmensa popularidad,
triunfo completo, viajes por todo el mundo, larga estancia en México, regreso a
España, medallas, homenajes, ingreso en la Real Academia y extraordinaria
coronación como Poeta Nacional recibida en el Palacio de Carlos V de Granada en
1889. Y, sin embargo, siempre amable, cordial, amigo de sus amigos,
sinceramente popular y patriota, son muy conocidas sus manifestaciones acerca
de los motivos de contar esas tradiciones:
«El pueblo me lo contó / y yo al
pueblo se lo cuento / y pues la historia no invento / responda el pueblo, y no
yo / lejos de mí la historia tentadora /
de ajena tierra y religión profana / mi voz,
mi corazón, mi fantasía / la gloria
cuentan de la Patria mía».
En plena producción y sin
apenas síntomas, le detectan un tumor cerebral del que debe ser operado y no
supera, muere en su casa de la calle Santa Teresa el 23 de enero de 1893. Todo Madrid le acompañó al cementerio y
acudió al funeral de Estado, pero reclamado por su Valladolid natal, sus restos
fueron trasladados al Cementerio del Carmen en 1896 hasta 1902 en que pasaron
al Panteón de Vallisoletanos Ilustres.
Y como final un trocito del
poema que le encumbró:
Duerme en paz en la
tumba solitaria
donde no llegue a tu
apagado oído
más que la triste y
funeral plegaria
que otro poeta canta
para ti.
Ésta será una
ofrenda de cariño
más grata, sí, que
la oración de un hombre,
pura como la lágrima
de un niño,
¡memoria del poeta
que perdí!
Casa Museo del escritor en Valladolid |
© Isabel Martínez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario