«Hay
que sobrevivir a tanto horror» con esta frase despierto
cada mañana y al mirar el sueño apacible de mis hijas me convenzo de que, al
menos para ellas, tiene que ser así. Es el destino pues tras un feroz ataque
por aire y por tierra quedamos nosotros tres en todo el pueblo.
Cada mañana nos levantamos
bien temprano en busca de alimentos, hace tres días encontramos entre los
escombros una lona que pudimos colocar entre cuatro columnas para que nos resguardara
del ardiente sol. Al fondo, muy al fondo, un muro de mampostería oculta un
agujero casi invisible que nos sirve de refugio para las miradas indiscretas. Cada
noche invento un cuento y se duermen con la ilusión de poder hacer realidad los
más disparatados anhelos.
Todo es un juego, avanzamos
zigzagueando, como cuando se juega al escondite y hoy ¡de pronto!, hemos hecho
un hallazgo. Una enorme bañera apareció en medio de una gran desolación y los
tres pegamos la oreja a su borde para escuchar lo que quería decirnos:
-Agua,
por favor -gritaba.
Al grifo de una casa en
ruinas le pedimos ayuda y un fino hilillo de agua comenzó a caer. Corrimos en
busca de cubos y jarros. Tras muchos viajes de ida y vuelta la logramos llenar.
El polvo huyó aterrado con solo pensar que aquel líquido lo convertiría en
barro y los cabellos pegajosos antes de bucear se fueron secando al sol, y la
alegre brisa se deslizaba por entre los rizos. Primero ellas y luego yo
disfrutamos del placer de un buen baño hasta que oímos a lo lejos un tropel de
pasos que nos hicieron temblar.
No teníamos tiempo para
llegar a nuestro refugio, entonces, los tres aunamos nuestras fuerzas y volcamos
boca abajo la bañera, aquel sucio caldo corrió calle abajo y la tierra reseca
lo absorbió con placer, mientras nosotros nos escondíamos bajo la porcelana
dejando, -gracias
a un pedrusco- un
pequeño resquicio para poder respirar hasta que la tropa pasó sin hacer caso de
aquel artilugio tan apto para tantas cosas buenas.
-Hemos
vuelto a engañar a los malos -susurraron
las pequeñas.
Comenzó de nuevo un
estruendo de bombas y disparos, mientras, nosotros tomados de las manos
corríamos a escondernos en nuestro agujero, el que nos brindaba mayor seguridad,
por ahora.
© Marieta Alonso Más
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