lunes, 2 de abril de 2018

Amantes de mis cuentos: Tiempos de guerra








«Hay que sobrevivir a tanto horror» con esta frase despierto cada mañana y al mirar el sueño apacible de mis hijas me convenzo de que, al menos para ellas, tiene que ser así. Es el destino pues tras un feroz ataque por aire y por tierra quedamos nosotros tres en todo el pueblo.

Cada mañana nos levantamos bien temprano en busca de alimentos, hace tres días encontramos entre los escombros una lona que pudimos colocar entre cuatro columnas para que nos resguardara del ardiente sol. Al fondo, muy al fondo, un muro de mampostería oculta un agujero casi invisible que nos sirve de refugio para las miradas indiscretas. Cada noche invento un cuento y se duermen con la ilusión de poder hacer realidad los más disparatados anhelos.

Todo es un juego, avanzamos zigzagueando, como cuando se juega al escondite y hoy ¡de pronto!, hemos hecho un hallazgo. Una enorme bañera apareció en medio de una gran desolación y los tres pegamos la oreja a su borde para escuchar lo que quería decirnos:

-Agua, por favor -gritaba.

Al grifo de una casa en ruinas le pedimos ayuda y un fino hilillo de agua comenzó a caer. Corrimos en busca de cubos y jarros. Tras muchos viajes de ida y vuelta la logramos llenar. El polvo huyó aterrado con solo pensar que aquel líquido lo convertiría en barro y los cabellos pegajosos antes de bucear se fueron secando al sol, y la alegre brisa se deslizaba por entre los rizos. Primero ellas y luego yo disfrutamos del placer de un buen baño hasta que oímos a lo lejos un tropel de pasos que nos hicieron temblar.

No teníamos tiempo para llegar a nuestro refugio, entonces, los tres aunamos nuestras fuerzas y volcamos boca abajo la bañera, aquel sucio caldo corrió calle abajo y la tierra reseca lo absorbió con placer, mientras nosotros nos escondíamos bajo la porcelana dejando, -gracias a un pedrusco- un pequeño resquicio para poder respirar hasta que la tropa pasó sin hacer caso de aquel artilugio tan apto para tantas cosas buenas.

-Hemos vuelto a engañar a los malos -susurraron las pequeñas.

Comenzó de nuevo un estruendo de bombas y disparos, mientras, nosotros tomados de las manos corríamos a escondernos en nuestro agujero, el que nos brindaba mayor seguridad, por ahora.

© Marieta Alonso Más


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