"Creó, pues,
Dios al hombre a su imagen;
a imagen de Dios lo creó;
varón y mujer los creó."
a imagen de Dios lo creó;
varón y mujer los creó."
Génesis 2:4-25
Suscitar
interés era una de las características de Lilith, por eso a Pedro no le
sorprendió que su compañero de asiento no dejara de mirarla. Esa tarde de
principios de otoño, una multitud visitaba la muestra de El Bosco. La joven,
sentada frente a El Jardín de las Delicias, mantenía la vista fija en la tabla de
la izquierda; el movimiento de sus párpados manifestaba una búsqueda y, por el
fruncimiento de sus labios, Pedro pudo entender un repentino disgusto.
Se
habían conocido durante el curso del primer año de Antropología, carrera que
Lilith dejó para matricularse en Sociología y más tarde en Periodismo. A Pedro
le habían llamado la atención los grandes ojos oscuros de esa chica que se
sentaba al final de la clase, sus preguntas inteligentes y una especie de
ausencia que la mantenía alejada del resto de los alumnos.
Segunda
hija de un matrimonio distante, Lilith nunca pudo competir con el amor que su
madre sentía por su hermano mayor ni con la devoción de su padre por la
pequeña. Solo un primo lejano era su compañero de juegos y cuando él murió a
causa de unas fiebres, el jardín de la casa quedó para ella reducido a la
sombra de los magnolios, donde refugiaba sus fantasías y lecturas. Con algunos
novios esporádicos, cumplía con la premisa de que una joven debe relacionarse
con el sexo opuesto, hasta que el aburrimiento de ella o el desinterés de los
jóvenes por palabras que estaban lejos de su entendimiento, la llevaban a
desistir. Con Pedro fue diferente. Se dio cuenta de que ese muchacho de pelo
oscuro y ojos penetrantes, mostraba disposición a escucharla, aunque le hacía
preguntas que ella era incapaz de responder.
La
exigua luz que escapaba por la rendija de las vidas ajenas la había hecho
observadora, como si la contemplación de lo que ocurría a los demás pudiera
esclarecer sus circunstancias. Sin embargo, no era así. Cuando se acercaba a la
comunión consigo misma, intensos nubarrones bloqueaban su pensamiento para
relegarla, una vez más, a la soledad.
Esa
tarde en el museo, Pedro concluyó, desde donde la observaba, que algo se estaba
transformando en el semblante de Lilith, como si el velo que la separaba del
mundo estuviese a punto de desgarrarse. Cuando el hombre que estaba al lado de
la joven se levantó, Pedro ocupó su lugar.
-¿Lo
ves? –le preguntó ella, sin mirarlo- En la tabla de la izquierda, la del
Paraíso. Mi hermano, Adán, está sentado y la pequeña Eva se inclina ante Dios.
-Seguramente
tus padres quisieron remedar tu ausencia en el cuadro llamándote Lilith, aunque
mucho me temo que fuiste tú quien no quiso aparecer. Habrá que preguntarle a El
Bosco.
Ella
sonrió y le apretó la mano.
© Liliana
Delucchi
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