jueves, 19 de abril de 2018

Liliana Delucchi: Lilith





"Creó, pues, Dios al hombre a su imagen;
a imagen de Dios lo creó;
varón y mujer los creó."
Génesis 2:4-25



Suscitar interés era una de las características de Lilith, por eso a  Pedro no le sorprendió que su compañero de asiento no dejara de mirarla. Esa tarde de principios de otoño, una multitud visitaba la muestra de El Bosco. La joven, sentada frente a El Jardín de las Delicias, mantenía la vista fija en la tabla de la izquierda; el movimiento de sus párpados manifestaba una búsqueda y, por el fruncimiento de sus labios, Pedro pudo entender un repentino disgusto.

Se habían conocido durante el curso del primer año de Antropología, carrera que Lilith dejó para matricularse en Sociología y más tarde en Periodismo. A Pedro le habían llamado la atención los grandes ojos oscuros de esa chica que se sentaba al final de la clase, sus preguntas inteligentes y una especie de ausencia que la mantenía alejada del resto de los alumnos.

Segunda hija de un matrimonio distante, Lilith nunca pudo competir con el amor que su madre sentía por su hermano mayor ni con la devoción de su padre por la pequeña. Solo un primo lejano era su compañero de juegos y cuando él murió a causa de unas fiebres, el jardín de la casa quedó para ella reducido a la sombra de los magnolios, donde refugiaba sus fantasías y lecturas. Con algunos novios esporádicos, cumplía con la premisa de que una joven debe relacionarse con el sexo opuesto, hasta que el aburrimiento de ella o el desinterés de los jóvenes por palabras que estaban lejos de su entendimiento, la llevaban a desistir. Con Pedro fue diferente. Se dio cuenta de que ese muchacho de pelo oscuro y ojos penetrantes, mostraba disposición a escucharla, aunque le hacía preguntas que ella era incapaz de responder.

La exigua luz que escapaba por la rendija de las vidas ajenas la había hecho observadora, como si la contemplación de lo que ocurría a los demás pudiera esclarecer sus circunstancias. Sin embargo, no era así. Cuando se acercaba a la comunión consigo misma, intensos nubarrones bloqueaban su pensamiento para relegarla, una vez más, a la soledad.

Esa tarde en el museo, Pedro concluyó, desde donde la observaba, que algo se estaba transformando en el semblante de Lilith, como si el velo que la separaba del mundo estuviese a punto de desgarrarse. Cuando el hombre que estaba al lado de la joven se levantó, Pedro ocupó su lugar.

-¿Lo ves? –le preguntó ella, sin mirarlo- En la tabla de la izquierda, la del Paraíso. Mi hermano, Adán, está sentado y la pequeña Eva se inclina ante Dios.

-Seguramente tus padres quisieron remedar tu ausencia en el cuadro llamándote Lilith, aunque mucho me temo que fuiste tú quien no quiso aparecer. Habrá que preguntarle a El Bosco.

Ella sonrió y le apretó la mano.


© Liliana Delucchi

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