El nacimiento de Venus Sandro Botticelli, 1484 |
¡Estoy harta de limpiar!
¡Estoy harta de ser una
abnegada esposa!
¡Estoy harta de…!
Y le entró el gusanillo de
experimentar emociones fuertes que la hicieran sentir viva, pero estaba tan cansada
que se echó en el sofá. No tardó nada en quedarse dormida y soñar con su mejor
amiga, a la que le daba consejos de moralidad y la que se reía ante sus
narices, por ser tan pavisosa.
Tenía razón. Lo era. Siempre
había hecho lo correcto.
¡Se acabó! Imitaría a su vecina
que con su experiencia la sacaría de su rutina diaria. Según contaba, a saber,
si era verdad, de lunes a viernes se acostaba con cinco hombres distintos, el
sábado se iba de discoteca en busca de los de la semana siguiente, para
descansar el domingo.
La llamó. Ya era hora,
contestó. Después de instruirle en el arte de mentir a su marido, en cómo
maquillarse y estar sexy en el vestir, se adentraron en la noche.
Ni de joven tuvo tanto éxito.
Hasta pudo elegir uno entre tres que después cambió por otro y así
sucesivamente. No lograba encontrar el príncipe azul, ni al fogoso anarquista,
ni al distraído intelectual. Por fin halló uno, intachable en el físico que era
lo que quería, muy callado, mejor; para hablar ya tenía a su marido.
La adentró en un mundo de
piruetas que ni siquiera sabían que existían. Total… para al final quedarse
dormido igualito que su Paco. Miró las cuatro paredes y se sintió como quien va
a un peluquero famoso y sale con el pelo chamuscado.
Y esto era vivir al límite… ¡Grrrr!
Aquellos ronquidos parecían una sierra eléctrica. El colmo. Se levantó sin
hacer ruido, se fue vistiendo y cada segundo se convencía más y más que ella
estaba de sobra en aquel lugar. Bajó las escaleras de aquel hotel con olor a
verduras y se volvió al calor de su hogar.
No tenía perdón. ¡Pobre Paco! Y sonreía pensando que no le vendría mal aprender a moverse como era debido.
Se despertó sobresaltada. Su
amiga la zarandeaba. ¡Venga! Hay que ir a las clases de bolillos y tienes la
casa sin barrer.
© Marieta Alonso Más
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