viernes, 5 de octubre de 2018

Blanca de la Torre Polo: Gula




No es leyenda, es un hecho constatado.

Se enajenan los sentidos, las papilas gustativas enloquecen y la boca se te hace agua.

Nada tiene que ver que la tripa esté llena, que tus células griten saturadas de glucosa y que el cerebro transpire dopamina por cada surco.

Esa tarta de chocolate fundido, coronada de nata cremosa, ya ha goloseado tu olfato, provocado un cortocircuito a la prudencia y declarado la guerra a las buenas maneras.

—Ni se te ocurra mordisquearte la uña—escuchas una voz rotunda dentro de ti—¿No has tenido bastante con relamerte el dedo?

—Es que hay restos de chocolate...—protesta otra, que hace mucho tiempo que no oyes, tal vez, desde el cumpleaños de tu primo Carlitos.

—¿Y tú que haces aquí? ¡Que ya hemos pasado de los cuarenta!

—¡Soy un recuerdo y me quedo!—responde enfurruñada.

—Lo que faltaba. Mira que lo tengo dicho. Un lametada de chocolate y regresión a la niñez. Con lo que luego cuesta volver a la madurez y al mundo de las responsabilidades. ¡Ea, a tu habitación y sin berrinche!

—¿Puedo terminarme la tarta?

—Bueeeeno. Pero, si luego insisten con tomar unos chupitos, tú calladita.

—¿Alguien a dicho chupitos?—pregunta una voz entusiasmada, un eco de adolescencia.

—¡Largo todo recuerdo con menos de 39 años!

Tu cerebro sufre un lapsus, como si algo se hubiera dislocado y vuelve a recolocarse. Miras a tu alrededor y el alivio te inunda. Sí, enfocas bien.

—Esto se soluciona con triptófano—piensas—. Y el chocolate tiene a raudales, ¿no?—sigues razonando.

Miras la tarta con adoración —el quita penas infalible para todos los males— y cuando la última cucharada se funde en tu boca, alguien dice:

—¡Una ronda de chupitos!

© Blanca de la Torre Polo

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