miércoles, 24 de octubre de 2018

José Carlos Peña: Pereza existencial






El protagonista de este cuento —cuyo nombre no viene al caso— estuvo a punto de morir el día de su cincuenta cumpleaños.

En los últimos tiempos, según se acercaba la fecha, se le veía más pensativo y ensimismado que de costumbre. Hablaba poco, y cuando lo hacía, sus palabras y el tono de su voz parecían impregnados de una sutil capa de tristeza, incluso de arrepentimiento.

En una de las pocas conversaciones que tuvo con su mejor amigo, sentados ambos en el coche, camino del restaurante donde iban a celebrar el aniversario, terminó confesando que, si echaba la vista atrás —cosa que últimamente hacía con frecuencia— no podía evitar el desasosiego que le producía comprobar cuantas oportunidades había dejado pasar a lo largo de vida.

—Siempre he intentado vivir sin agobios —decía— con la libertad de hacer lo que quiero y cuando me plazca. Huyendo de las prisas, los compromisos y la urgencia de atender asuntos que, la mayoría de las veces, pueden esperar.

—Es una buena manera de enfocar la vida —apuntó su amigo.

—Sin embargo —continuó— según voy entrando en la madurez, no dejo de pensar cómo habría sido mi vida si hubiera aceptado aquel trabajo que me ofrecieron en el extranjero, que parecía excelente, pero suponía también una mudanza y el considerable esfuerzo de adaptarse a otro país y otras costumbres. O, que habría sido de mí si hubiera puesto más empeño en conquistar a Teresa, que era el verdadero amor de mi vida y al final acabó casándose con otro, creo que por puro aburrimiento.

Y, cada vez que me acuerdo, no consigo comprender por qué no compré aquella casa que me ofrecieron junto a la playa, que era una auténtica ganga, aunque necesitase una reforma; supongo que la razón fue que me abrumaba la idea de empezar unas obras, con todo el trasiego y los trastornos que eso supone. ¿Entiendes lo que te digo?

Su amigo iba a responder que sí, que lo entendía perfectamente, pero en ese momento la rueda delantera derecha del coche reventó, y ambos terminaron estrellándose contra un árbol en la cuneta.

Cuando el agente que se ocupaba del atestado preguntó al protagonista de esta historia cómo se le ocurría circular con unos neumáticos tan viejos, él respondió que sí, que sabía que tenía que cambiarlos —de hecho, lo había pensado muchas veces—, pero nunca encontraba el momento de hacerlo.


©josecarlospeña

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