El protagonista de
este cuento —cuyo nombre no viene al caso— estuvo a punto de morir el día de su
cincuenta cumpleaños.
En los últimos
tiempos, según se acercaba la fecha, se le veía más pensativo y ensimismado que
de costumbre. Hablaba poco, y cuando lo hacía, sus palabras y el tono de su voz
parecían impregnados de una sutil capa de tristeza, incluso de arrepentimiento.
En una de las pocas
conversaciones que tuvo con su mejor amigo, sentados ambos en el coche, camino
del restaurante donde iban a celebrar el aniversario, terminó confesando que,
si echaba la vista atrás —cosa que últimamente hacía con frecuencia— no podía
evitar el desasosiego que le producía comprobar cuantas oportunidades había
dejado pasar a lo largo de vida.
—Siempre he intentado vivir sin agobios —decía— con la
libertad de hacer lo que quiero y cuando me plazca. Huyendo de las prisas, los
compromisos y la urgencia de atender asuntos que, la mayoría de las veces,
pueden esperar.
—Es una buena manera de enfocar la vida —apuntó su amigo.
—Sin embargo —continuó— según voy entrando en la madurez,
no dejo de pensar cómo habría sido mi vida si hubiera aceptado aquel trabajo
que me ofrecieron en el extranjero, que parecía excelente, pero suponía también
una mudanza y el considerable esfuerzo de adaptarse a otro país y otras
costumbres. O, que habría sido de mí si hubiera puesto más empeño en conquistar
a Teresa, que era el verdadero amor de mi vida y al final acabó casándose con
otro, creo que por puro aburrimiento.
Y, cada vez que me
acuerdo, no consigo comprender por qué no compré aquella casa que me ofrecieron
junto a la playa, que era una auténtica ganga, aunque necesitase una reforma;
supongo que la razón fue que me abrumaba la idea de empezar unas obras, con
todo el trasiego y los trastornos que eso supone. ¿Entiendes lo que te digo?
Su amigo iba a
responder que sí, que lo entendía perfectamente, pero en ese momento la rueda
delantera derecha del coche reventó, y ambos terminaron estrellándose contra un
árbol en la cuneta.
Cuando el agente
que se ocupaba del atestado preguntó al protagonista de esta historia cómo se
le ocurría circular con unos neumáticos tan viejos, él respondió que sí, que
sabía que tenía que cambiarlos —de hecho, lo había pensado muchas veces—, pero
nunca encontraba el momento de hacerlo.
©josecarlospeña
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