miércoles, 24 de octubre de 2018

Paula de Vera García: No volveré a hacerlo (Roy & Riza #2)



Tras el estupor inicial y procurando que las rodillas no le temblasen más de lo debido, Riza cerró los ojos y correspondió al comedido beso de Roy con lentitud, insegura. La sensación era la de dos adolescentes en su primera vez; parecía mentira que se conociesen desde que eran apenas unos críos. Las manos de él acunaban el rostro de la joven y esta se obligó a apoyarse en su pecho cuando se separaron con suavidad para tomar aliento.

—Coronel… yo… —balbuceó, insegura.

Pero, de nuevo, se sorprendió y se estremeció de amor cuando él apoyó los dedos en sus labios y los acarició despacio.

—Teniente…

—¿Eh? —fue lo único que Riza atinó a responder.

Roy, por su parte, mostró media sonrisa divertida.

—Le prohíbo que vuelva a llamarme por mi cargo en privado nunca más. ¿De acuerdo?

Tras reponerse, Riza sonrió también a medias.

—Está bien… Roy.

Él sonrió más ampliamente como única respuesta antes de volver a besarla sin prisas. De repente, sus labios eran como una adicción a la que no podía resistirse, aunque lo intentase. A la porra los cargos, los militares y el mundo en general. Ahora, lo único que lamentaba era no haberse decidido antes a dar el paso. Ambos se habían mantenido detrás de la línea todo lo que habían sido capaces, queriéndose con inocencia en la media distancia y sin atreverse a dar ninguna pista clara al otro para llegar a su alma y a su corazón.

En honor a la verdad, habían fracasado estrepitosamente.

Riza, tras superar su terror inicial a si aquello podía salir bien o no, le devolvió los besos cada vez con más energía al tiempo que rodeaba su cuello con los brazos. Sus cuerpos se atraían como dos imanes y no podían separarse por mucho que su timidez lo pidiera a gritos.

Mientras el café se enfriaba encima de la mesa, Roy empujó a Riza contra el muro más cercano, sintiendo su interior arder más que cuando realizaba la alquimia que le daba su apodo; de hecho, ambos eran herederos del Alquimista de Fuego. Quizá tenía que ser así…

Sin embargo, cuando las manos de Riza empezaron a apartar la chaqueta de sus hombros, Roy se detuvo y la miró a los ojos, como pidiendo permiso. Ella sonrió y asintió. Eso sí, en el momento en que él quiso echar la mano al primer botón de la camisa de ella, la pareja se sobresaltó al escuchar un suave gruñido procedente del rincón.

—Quizá…

—¿Qué? —preguntó Riza, pensando que Roy iba a echarse atrás. Después de lo que acababa de suceder, necesitaría mucho tiempo y muchas duchas frías para reponerse; aunque una parte de su mente desatara la adrenalina por sus venas al pensar que aquello era algo, quizá, ligeramente prohibido—. ¿Qué ocurre?

Pero él mostró media mueca burlona y murmuró, señalando al perro con la cabeza:

—Nada. Solo estaba pensando si no sería mejor ir a algún sitio… donde no tuviésemos público.

Riza rio sin quererlo y Mustang la coreó antes de que ella, tomándolo de la mano, lo condujese al dormitorio. Una vez allí, en el abrigo de la oscuridad, ambos se desnudaron mutuamente sin apenas separar sus labios, conduciendo sus manos casi por instinto. Había algo que los impulsaba a seguir adelante sin importar nada más. ¿Adrenalina? ¿El hecho de haber sentido que casi habían perdido al otro en aquel absurdo juego de las piedras filosofales y los homúnculos? ¿La presión de no haber sido nunca claros sobre sus sentimientos a pesar de las prohibiciones del ejército? Por favor, si confiaban el uno en el otro como la mano izquierda lo haría en la derecha…

Por ello y a pesar de los temores, cuando llegó el ansiado momento, fue algo intenso y a la vez maravilloso. Sus cuerpos se entendían a la perfección, como si se conociesen de siempre. La lengua experta de Roy hizo gemir a Riza hasta quedarse ronca, mientras que las caricias de ella llevaron al joven militar a un clímax casi inesperado. El ritmo de las caderas de ambos al unirse parecía una cadencia perfectamente sincronizada, iluminada solo por sus intermitentes susurros y jadeos de placer.

Cuando cayeron por fin derrotados sobre las sábanas, dándose un tiempo para recuperar el aliento, Riza se tumbó de espaldas a él mientras el brazo de Mustang rodeaba su cintura. Los dedos de la otra mano, por su parte, trazaban suaves e invisibles caminos sobre el tatuaje de su espalda. Su nexo de unión.

—¿No te arrepientes de haberme pedido esto? —quiso saber él, culpable.

La joven se giró para encararlo sin violencia.

—No —reconoció, antes de esbozar una mueca nostálgica—. En realidad, creo que tú eres mejor Alquimista de Fuego de lo que sería yo.

Roy bajó la mirada.

—Creía que me odiabas por eso —le dijo, avergonzado—. Cuando me pediste que quemara tu tatuaje, yo…

—Te odié… un poco —lo interrumpió ella, sincera, aunque él contenía a duras penas el dolor de recordar lo que ella le había pedido—. Cuando estuvimos en Ishval… sentí que todo lo que mi padre me… “nos” había enseñado... estaba corrupto. Que ya... no eras el mismo. Me alegré de verte… y al mismo tiempo me decepcioné.

Roy se sentía tremendamente culpable por aquello.

—No soy el mismo —aseguró con los ojos cerrados y voz ronca, como si él mismo tratara de convencerse sin conseguirlo.

—Lo sé —sonrió ella, a cambio—. Siempre que me abordaban los malos pensamientos… prefería recordar cuando entraste a ayudar a mi padre. Quién eras entonces.

Su amante chasqueó la lengua.

—Entonces solo era un crío idiota e ignorante —manifestó, girando su cuerpo para quedar con la vista fija en el techo.

Pero ella se acercó y apoyó las manos sobre su pecho, sin ceder.

—Siempre me gustó tu idealismo, Roy —admitió con inocencia—. Y eso es algo que sé y me has demostrado que no has perdido —lo miró con dulzura—. Serás un gran líder cuando llegue el momento.

—¿Tú crees?

—Claro que lo creo —lo besó con suavidad y se demoró unos minutos disfrutando del contacto de sus labios antes de separarse—. Y yo quiero seguir a tu lado… Si me lo permites.

Él sonrió conmovido mientras le acariciaba la mejilla.

—Lo dije en serio —manifestó—. No puedo perderte. No me lo permitiría. Pero… tampoco quiero volver a ponerte en peligro.

Ella meneó la cabeza, camuflando su emoción entre los largos mechones rubios.

—Tú no te preocupes por mí —le pidió—. Puedo cuidarme sola.

Él hizo un sonido breve con la garganta que parecía indicar su rendición al respecto, antes de besarla de nuevo.

—Riza…

—¿Hm?

Roy dudó.

—¿Por qué nunca…?

Ella le acarició la mejilla, sabiendo a qué se refería.

—No lo sé.

Los dos conocían lo que implicaba arriesgarse a tener una relación: como militares, jamás podrían casarse sin tener que abandonar sus obligaciones, al menos uno de los dos; pero ahora que la contención se había roto, ambos se sentían capaces de todo con tal de no volver a separarse. Y si algún día llegaba a ser nombrado Jefe de Estado, quién sabía si las cosas no podrían cambiar...

De momento, era Grumman el que iba a adoptar ese papel hasta que concluyese la reconstrucción de Ishval y a Roy le habían concedido de entrada un ascenso a general de brigada para ello —algo que seguramente estaba haciendo rabiar a Olivier Armstrong a base de bien— pero, hasta que no retornaran a su rutina militar, todo estaba en el aire. Todo… salvo que no dejarían que nada ni nadie los separase nunca más.

—¿Roy?

—¿Sí… Riza?

La joven no se cansaba de derretirse por dentro cuando él la llamaba por su nombre.

—Si estamos… Si decidimos… —se corrigió, sin atreverse a llamar de ninguna manera a aquella situación—. ¿Qué dirán si se enteran...?

Él pareció meditar un instante.

—Es posible que sea extraño —de repente, un pensamiento asaltó su cabeza y lo hizo sonreír con cierto sarcasmo—. Aunque yo diría que no sería ninguna sorpresa...

—¿QUÉ? —se escandalizó ella, abriendo unos ojos como platos. Cuando él se empezó a reír a mandíbula batiente, le dio un puñetazo cariñoso en el hombro—. ¡OYE! ¡No te rías! ¡Esto es serio!

Cuando se le pasó el ataque de risa, Roy la retuvo con suavidad por las muñecas y la obligó a bajar los brazos.

—¿Quieres calmarte? —le pidió sin acritud, todavía conteniendo la risa—. ¿Qué tal si nos lo tomamos con tranquilidad… y vemos cómo va la cosa? Será un secreto entre nosotros, solo nuestro. No sé tú, pero yo llevo mucho tiempo camuflando en público lo que siento por ti, no será una novedad... Nada tiene por qué cambiar en nuestra relación profesional, ¿no crees?

Ella, tras un milisegundo de vacilación, asintió.

—Sabremos hacerlo —aseveró, convencida—. Aunque —enarcó una ceja intrigada—. ¿Qué hay de las demás?

Él la imitó.


—Yo que tú no me preocuparía por eso —comentó con sorna—. Aunque reconoce que es una tapadera excelente —ella rio por lo bajo, pero él enseguida se puso serio de nuevo—. Quiero estar contigo, Riza. Ahora lo sé —afirmó, convencido—. Pero si tú no te… sientes cómoda con esto… O prefieres… Ya sabes...

Temía, igual que ella, que tras dar aquel paso su amante se echase atrás. Sin embargo, para su alivio, ella imitó su media sonrisa y tan solo le guiñó un ojo antes de agregar:

—No. Creo que esto es lo que llevo deseando más años de los que jamás admitiría...

«Aquí y ahora», pensó para sus adentros mientras él volvía a abrazarla con infinita ternura. «Sea como sea, el futuro puede esperar».

 

Relato inspirado en Roy Mustang y Riza Hawkeye, personajes del manga/anime “Full Metal Alchemist/Full Metal Alchemist: Brotherhood”

 

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© Paula de Vera García





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