Tras el
estupor inicial y procurando que las rodillas no le temblasen más de lo debido,
Riza cerró los ojos y correspondió al comedido beso de Roy con lentitud,
insegura. La sensación era la de dos adolescentes en su primera vez; parecía
mentira que se conociesen desde que eran apenas unos críos. Las manos de él
acunaban el rostro de la joven y esta se obligó a apoyarse en su pecho cuando
se separaron con suavidad para tomar aliento.
—Coronel…
yo… —balbuceó, insegura.
Pero, de
nuevo, se sorprendió y se estremeció de amor cuando él apoyó los dedos en sus
labios y los acarició despacio.
—Teniente…
—¿Eh? —fue
lo único que Riza atinó a responder.
Roy, por
su parte, mostró media sonrisa divertida.
—Le
prohíbo que vuelva a llamarme por mi cargo en privado nunca más. ¿De acuerdo?
Tras
reponerse, Riza sonrió también a medias.
—Está
bien… Roy.
Él sonrió
más ampliamente como única respuesta antes de volver a besarla sin prisas. De
repente, sus labios eran como una adicción a la que no podía resistirse, aunque
lo intentase. A la porra los cargos, los militares y el mundo en general.
Ahora, lo único que lamentaba era no haberse decidido antes a dar el paso.
Ambos se habían mantenido detrás de la línea todo lo que habían sido capaces,
queriéndose con inocencia en la media distancia y sin atreverse a dar ninguna
pista clara al otro para llegar a su alma y a su corazón.
En honor a
la verdad, habían fracasado estrepitosamente.
Riza, tras
superar su terror inicial a si aquello podía salir bien o no, le devolvió los
besos cada vez con más energía al tiempo que rodeaba su cuello con los brazos.
Sus cuerpos se atraían como dos imanes y no podían separarse por mucho que su
timidez lo pidiera a gritos.
Mientras
el café se enfriaba encima de la mesa, Roy empujó a Riza contra el muro más
cercano, sintiendo su interior arder más que cuando realizaba la alquimia que
le daba su apodo; de hecho, ambos eran herederos del Alquimista de Fuego. Quizá
tenía que ser así…
Sin
embargo, cuando las manos de Riza empezaron a apartar la chaqueta de sus
hombros, Roy se detuvo y la miró a los ojos, como pidiendo permiso. Ella sonrió
y asintió. Eso sí, en el momento en que él quiso echar la mano al primer botón
de la camisa de ella, la pareja se sobresaltó al escuchar un suave gruñido
procedente del rincón.
—Quizá…
—¿Qué? —preguntó
Riza, pensando que Roy iba a echarse atrás. Después de lo que acababa de
suceder, necesitaría mucho tiempo y muchas duchas frías para reponerse; aunque
una parte de su mente desatara la adrenalina por sus venas al pensar que
aquello era algo, quizá, ligeramente prohibido—. ¿Qué ocurre?
Pero él
mostró media mueca burlona y murmuró, señalando al perro con la cabeza:
—Nada.
Solo estaba pensando si no sería mejor ir a algún sitio… donde no tuviésemos
público.
Riza rio
sin quererlo y Mustang la coreó antes de que ella, tomándolo de la mano, lo
condujese al dormitorio. Una vez allí, en el abrigo de la oscuridad, ambos se
desnudaron mutuamente sin apenas separar sus labios, conduciendo sus manos casi
por instinto. Había algo que los impulsaba a seguir adelante sin importar nada
más. ¿Adrenalina? ¿El hecho de haber sentido que casi habían perdido al otro en
aquel absurdo juego de las piedras filosofales y los homúnculos? ¿La presión de
no haber sido nunca claros sobre sus sentimientos a pesar de las prohibiciones
del ejército? Por favor, si confiaban el uno en el otro como la mano izquierda
lo haría en la derecha…
Por ello y
a pesar de los temores, cuando llegó el ansiado momento, fue algo intenso y a la
vez maravilloso. Sus cuerpos se entendían a la perfección, como si se
conociesen de siempre. La lengua experta de Roy hizo gemir a Riza hasta
quedarse ronca, mientras que las caricias de ella llevaron al joven militar a
un clímax casi inesperado. El ritmo de las caderas de ambos al unirse parecía
una cadencia perfectamente sincronizada, iluminada solo por sus intermitentes
susurros y jadeos de placer.
Cuando
cayeron por fin derrotados sobre las sábanas, dándose un tiempo para recuperar
el aliento, Riza se tumbó de espaldas a él mientras el brazo de Mustang rodeaba
su cintura. Los dedos de la otra mano, por su parte, trazaban suaves e
invisibles caminos sobre el tatuaje de su espalda. Su nexo de unión.
—¿No te
arrepientes de haberme pedido esto? —quiso saber él, culpable.
La joven
se giró para encararlo sin violencia.
—No —reconoció,
antes de esbozar una mueca nostálgica—. En realidad, creo que tú eres mejor
Alquimista de Fuego de lo que sería yo.
Roy bajó
la mirada.
—Creía que
me odiabas por eso —le dijo, avergonzado—. Cuando me pediste que quemara tu
tatuaje, yo…
—Te odié…
un poco —lo interrumpió ella, sincera, aunque él contenía a duras penas el
dolor de recordar lo que ella le había pedido—. Cuando estuvimos en Ishval…
sentí que todo lo que mi padre me… “nos” había enseñado... estaba corrupto. Que
ya... no eras el mismo. Me alegré de verte… y al mismo tiempo me decepcioné.
Roy se
sentía tremendamente culpable por aquello.
—No soy el
mismo —aseguró con los ojos cerrados y voz ronca, como si él mismo tratara de
convencerse sin conseguirlo.
—Lo sé —sonrió
ella, a cambio—. Siempre que me abordaban los malos pensamientos… prefería
recordar cuando entraste a ayudar a mi padre. Quién eras entonces.
Su amante
chasqueó la lengua.
—Entonces
solo era un crío idiota e ignorante —manifestó, girando su cuerpo para quedar
con la vista fija en el techo.
Pero ella
se acercó y apoyó las manos sobre su pecho, sin ceder.
—Siempre
me gustó tu idealismo, Roy —admitió con inocencia—. Y eso es algo que sé y me
has demostrado que no has perdido —lo miró con dulzura—. Serás un gran líder
cuando llegue el momento.
—¿Tú
crees?
—Claro que
lo creo —lo besó con suavidad y se demoró unos minutos disfrutando del contacto
de sus labios antes de separarse—. Y yo quiero seguir a tu lado… Si me lo
permites.
Él sonrió
conmovido mientras le acariciaba la mejilla.
—Lo dije
en serio —manifestó—. No puedo perderte. No me lo permitiría. Pero… tampoco
quiero volver a ponerte en peligro.
Ella meneó
la cabeza, camuflando su emoción entre los largos mechones rubios.
—Tú no te
preocupes por mí —le pidió—. Puedo cuidarme sola.
Él hizo un
sonido breve con la garganta que parecía indicar su rendición al respecto,
antes de besarla de nuevo.
—Riza…
—¿Hm?
Roy dudó.
—¿Por qué
nunca…?
Ella le
acarició la mejilla, sabiendo a qué se refería.
—No lo sé.
Los dos
conocían lo que implicaba arriesgarse a tener una relación: como militares,
jamás podrían casarse sin tener que abandonar sus obligaciones, al menos uno de
los dos; pero ahora que la contención se había roto, ambos se sentían capaces
de todo con tal de no volver a separarse. Y si algún día llegaba a ser nombrado
Jefe de Estado, quién sabía si las cosas no podrían cambiar...
De
momento, era Grumman el que iba a adoptar ese papel hasta que concluyese la
reconstrucción de Ishval y a Roy le habían concedido de entrada un ascenso a
general de brigada para ello —algo que seguramente estaba haciendo rabiar a
Olivier Armstrong a base de bien— pero, hasta que no retornaran a su rutina
militar, todo estaba en el aire. Todo… salvo que no dejarían que nada ni nadie
los separase nunca más.
—¿Roy?
—¿Sí…
Riza?
La joven
no se cansaba de derretirse por dentro cuando él la llamaba por su nombre.
—Si
estamos… Si decidimos… —se corrigió, sin atreverse a llamar de ninguna manera a
aquella situación—. ¿Qué dirán si se enteran...?
Él pareció
meditar un instante.
—Es
posible que sea extraño —de repente, un pensamiento asaltó su cabeza y lo hizo
sonreír con cierto sarcasmo—. Aunque yo diría que no sería ninguna sorpresa...
—¿QUÉ? —se
escandalizó ella, abriendo unos ojos como platos. Cuando él se empezó a reír a
mandíbula batiente, le dio un puñetazo cariñoso en el hombro—. ¡OYE! ¡No te
rías! ¡Esto es serio!
Cuando se
le pasó el ataque de risa, Roy la retuvo con suavidad por las muñecas y la
obligó a bajar los brazos.
—¿Quieres
calmarte? —le pidió sin acritud, todavía conteniendo la risa—. ¿Qué tal si nos
lo tomamos con tranquilidad… y vemos cómo va la cosa? Será un secreto entre
nosotros, solo nuestro. No sé tú, pero yo llevo mucho tiempo camuflando en
público lo que siento por ti, no será una novedad... Nada tiene por qué cambiar
en nuestra relación profesional, ¿no crees?
Ella, tras
un milisegundo de vacilación, asintió.
—Sabremos
hacerlo —aseveró, convencida—. Aunque —enarcó una ceja intrigada—. ¿Qué hay de
las demás?
Él la imitó.
—Yo que tú
no me preocuparía por eso —comentó con sorna—. Aunque reconoce que es una
tapadera excelente —ella rio por lo bajo, pero él enseguida se puso serio de
nuevo—. Quiero estar contigo, Riza. Ahora lo sé —afirmó, convencido—. Pero si
tú no te… sientes cómoda con esto… O prefieres… Ya sabes...
Temía,
igual que ella, que tras dar aquel paso su amante se echase atrás. Sin embargo,
para su alivio, ella imitó su media sonrisa y tan solo le guiñó un ojo antes de
agregar:
—No. Creo
que esto es lo que llevo deseando más años de los que jamás admitiría...
«Aquí y
ahora», pensó para sus adentros mientras él volvía a abrazarla con infinita
ternura. «Sea como sea, el futuro puede esperar».
Relato inspirado en Roy Mustang y Riza
Hawkeye, personajes del manga/anime “Full Metal Alchemist/Full Metal Alchemist:
Brotherhood”
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