Nunca me ha gustado oír que llamen a
alguien llorón o llorona. No es que considere que ser una persona
sensible sea algo negativo. Yo misma lo soy. En ocasiones más de lo que me
gustaría. Lo que realmente me molesta es el carácter peyorativo que siempre
se le ha dado al adjetivo. Como si los seres humanos no tuviéramos la
necesidad de mostrarnos vulnerables. Como si estuviera mal hacerlo.
La sociedad nos enseña que tenemos que
ser fuertes, mirar adelante y dejar el pasado atrás. Sin embargo, me es
imposible dejar de pensar en lo reparadoras que son unas buenas lágrimas.
¿Por qué, entonces, reprimirlas? No deberíamos hacerlo. Ni por el qué dirán ni
por vergüenza de nosotros mismo. Cuando nos ocurre algo, ya sea bueno o malo,
tendemos a reaccionar y a veces lo hacemos aguando nuestra mirada.
Hace unos días tuve una experiencia
algo amarga y me permití a mí misma unas lágrimas. Un momento de desahogo y
de renovación. Después de haberlo hecho me sentí mucho más serena, con
fuerzas para seguir adelante y darlo todo. Fueron una ayuda, no un lastre.
Sé que en ocasiones se llora por
tristeza y es necesario hacerlo, hay que lavar las penas de alguna manera.
Otras, por alegría o felicidad. ¿De verdad es algo tan sumamente
incomprensible, tenemos qué censurarlo? Creedme cuando os digo que antes de
juzgar deberíamos intentar mostrarnos empáticos con los que nos rodean. La
vida sería mucho mejor.
© M. J. Pérez
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