LES RÊVES D'UN SCULPTEUR DÉBUTANT
D’áprès Michel-Ange Buonarroti, une sculpture est: "ce que l’on fait
en enlevant".
Quand j’étais adolescent, je passais les jours à modeler une infinité de
morceaux de bois. Avec du plâtre je créais des formes bizarres, avec du
bronze j'ai fait un canon et une cloche. Jusqu'à
ce que j'ai trouvé un soir dans la cave de ma grand-mère un grand morceau de
marbre qui m'a inspiré.
Je n'ai rien dit à personne pour leur faire une surprise agréable et j’ai passé
beaucoup de matinées, d’ après-midi et de nuits à travailler comme un fou.
Voilà le problème: je n'avais pas bien calculé et lorsque j’avais le corps
sculpté, avec le bras droit tenant de sa main les plis de ses vêtements avec
une grande délicatesse, je me suis rendu compte que je n’avais plus de matériel
pour continuer mon travail alors qu’il me manquait la tête et la moitié de
l'autre bras, depuis le coude jusqu’à la main.
Je ne
pouvais rien faire donc car le tel Michel-Ange avait raison, tout "ce que
l’on fait en ajoutant" c’est décevant. Et je rêvais de devenir sculpteur
comme lui!
Je me suis mis à pleurer amèrement, comme seul un gamin de quinze ans est capable d'exprimer son échec. Je me suis accroupi aux pieds de ma statue inachevée et c’est ainsi que ma grand-mère m'a trouvé. Elle eut presqu’un syncope pour avoir utilisé ce marbre que son arrière grand-père avait extrait d'une fameuse carrière italienne, et qu'on avait destiné à faire quelque chose de très important, bien qu'ils n'aient jamais trouvé ni l’occasion ni le motif.
Après
m'avoir trouvé si affligé et puisqu’elle était si pratique, elle examina la
statue, elle la retourna plusieurs fois, la regarda de haut en bas et finalement
décida que mon merveilleux travail servirait à garder sa tombe. Que je pouvais
oublier Michel-Ange, elle retournerait le ciel et la terre pour obtenir un
autre morceau de marbre. Je sculpterais sa tête et son visage, mais de jeunette;
si les romains changeaient la tête à leurs statues, je pouvais aussi le faire!
Pour le bras cela lui était égal. Et ainsi elle deviendrait la fameuse grand-mère du
plus grand sculpteur du village: son petit-fils.
Traducida por:
María Ramírez Sánchez nació en Melilla y con 8 añitos se fue a vivir a Oujda, una ciudad del entonces protectorado francés del norte oriental de Marruecos, a muy pocos kilómetros de la frontera con Argelia. Con 21 años se vino a Madrid, donde ha trabajado haciendo traducciones francés-español hasta su jubilación, y donde ha formado una bonita familia de la que se siente muy orgullosa.
Un millón de gracias María.
Sueños de un novel escultor
Según Miguel Ángel Buonarroti
escultura es: «aquello que se hace quitando».
Siendo adolescente me pasaba
el día dando forma a un sinfín de trozos de madera. Con yeso creaba figuras
extrañas, con bronce hice un cañón y una campana. Hasta que un atardecer
encontré en el sótano de mi abuela un gran trozo de mármol que me inspiró.
No dije nada a nadie para dar
una grata sorpresa y me pasé muchas mañanas, tardes y noches trabajando como un
loco.
El problema fue que no
calculé bien y ya tenía esculpido el cuerpo con el ropaje, el brazo derecho con
una mano que recogía las vestiduras con gran delicadeza, cuando caí en la
cuenta que se me había acabado el material sin haber hecho la cabeza y a falta
de la mitad del otro brazo, desde el codo hasta la mano.
Nada podía hacer pues si el
tal Michelangelo tenía razón, todo «aquello que se hace añadiendo» es plástica.
Y yo soñaba con ser escultor como él.
Me eché a llorar amargamente,
como solo un chico de quince años es capaz de expresar la derrota. Me ovillé a
los pies de mi estatua inacabada. Así me encontró la abuela. Casi le dio un
síncope por haber utilizado aquel mármol que su bisabuelo había extraído de una
famosa cantera italiana, y al que habían destinado para hacer algo muy
importante, aunque nunca encontraron la ocasión ni el motivo.
Al verme tan compungido y
siendo tan práctica como era, inspeccionó la estatua, le dio la vuelta varias
veces, la miró de arriba abajo y decidió que mi maravillosa obra serviría para
custodiar su tumba. Que me olvidara de Miguel Ángel, ella movería cielo y
tierra para conseguir otro trozo de mármol. Esculpiría su cabeza y su rostro,
pero de joven, total si los romanos cambiaban la cabeza a sus estatuas, yo
también podría hacerlo. Lo que era el brazo le daba lo mismo. Y así ella se
convertiría en la famosa abuela del más grande escultor del pueblo: su nieto.
© Marieta Alonso Más
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