Serían las ocho menos cuarto de la
mañana cuando el ruido de los tacones de Meredith sonaba con prisa por
el vestíbulo. No era molesto. La soledad del recinto le hacía presentir
una densa niebla más allá de la salida. Fuera deambulaban cientos de
personas camino de sus trabajos, luchando contra sus reflexiones, a la
espera de una jornada más. Un hombre la adelanta y le mira los pies.
Ella sigue su andar ligero y contempla sus zapatos, orgullosa de sus
Laboutin. Alta y segura, iba a enfrentarse a esa jauría más allá de la
Quinta Avenida, a ese mundo del que ya formaba parte. El suelo,
brillante como un espejo, le devuelve su sombra y, un poco más atrás,
escucha un taconeo idéntico al suyo.
—Meredith, ya me parecía que eras tú.
La mujer se da la vuelta para
encontrarse con Caroline, aquella gordita y sabihonda del instituto, la
que con su cara llena de granos se hizo con la atención del profesor de
música. No había vuelto a verla.
—Me han contado que eres CEO de Atlas
Electronics y leí en el tren que estáis a punto de cerrar un acuerdo con
los chinos que te elevará por las nubes. Apareces en todas las
publicaciones financieras. ¡Meredith, cuánto me alegro!
—Sí, he trabajado mucho. Y a ti ¿cómo te han ido las cosas?
—¿Te acuerdas del señor Hobbes, el
profesor de música? Nos hemos casado y tenemos una academia en la que
enseñamos a tocar instrumentos de viento a niños autistas.
A Meredith se le transforma la sonrisa.
El señor Hobbes fue parte de sus sueños de juventud. Se dormía pensando
en él y estaba presente en sus desayunos.
—Caroline, tenemos que apurar el paso, o llegaré tarde a la reunión con los chinos.
—Por supuesto. ¡Vaya!, si llevamos los mismos zapatos.
Meredith mira hacia abajo y siente ganas de gritar. No lo hace. En cambio, coge su móvil y llama a su asistente.
—Sarah, retrasa por lo menos una hora la reunión.
—Imposible, ya están aquí.
—Búscate la vida y retrásala. —y en un susurro, agrega— tengo que pasar por una zapatería.
© Liliana Delucchi
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