—¡Ay,
José! Si al menos tuviéremos un taladro podría colgar unas cortinas o poner un
mueble y… esto parecería otra cosa—dijo la mujer, recorriendo con la mirada el
establo que habían conseguido para pasar la noche.
—Pero,
¿de qué estás hablando, María? ¡Eso no existe!
—¡Me
lo ha dicho el niño! —respondió ella, mientras se colocaba mejor el pañuelo en
la cabeza—Es especial, ya lo sabes, marido.
—Lo
sé, mi vida; eso me temo. Lo que daría por un bocado—murmuró cansado, cuando le
crujieron las tripas. Después miró a su hijo, dormido en los brazos de su
madre—¡Qué bonito es! Su carita parece de seda.
María
sonrió y, pasado un rato, comentó pesarosa:
—Con
un portátil podríamos pedir kebab y nos lo traerían en veinte minutos;
calentito y todo.
José
abrió mucho los ojos, eso sí que le había impresionado. Él no veía más allá de
aquel lugar oscuro y fantasmal.
—¿Eso
también va a pasar, te lo ha dicho Jesús?
—Que
adelanto, ¿verdad? Parece que el futuro será rutilante.
—Paso
a paso, cariño. Espero que la ayuda venga de camino.
Y
llegó, en forma de tres hombres mágicos subidos en camello.
©Blanca
de la Torre Polo
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