‒El progreso es de los vagos
‒decía Gilberto el refinado mendigo de una aldea perdida entre montañas‒. Al
hombre trabajador no le da tiempo a pensar, siempre en acción, siempre haciendo
lo que otros mandan.
Y se quedaba dubitativo tras
el esfuerzo de tanto hablar. Por supuesto que nunca lo dijo delante del cura que
estaba en contra de la pereza, ese vicio capital que genera tantos otros
pecados. Cada vez que pasaba por su lado le echaba en cara que con lo joven que
era, bien podía buscarse un trabajo y no estar todo el día leyendo a los
clásicos, con la raída gorra como objeto peticionario.
‒Calle usted y eche algo.
El sacerdote, murmurando sabe
Dios qué, le daba una hogaza de pan para que tuviera al menos algo para llevarse
a la boca. A Gilberto le hubiera gustado hacerle ver que no se refería a esos
que por no gastar energía se pasaban el día dormitando, no. Había que leer
mucho, trabajar con la mente para inventar cosas buenas para bien de la
humanidad. La no utilización del cerebro era un desperdicio. Pero en vez de
ello comentaba:
‒Hay personas que tienen
mente de un solo carril ‒y miraba de reojo la sotana‒. Sepa usted que la
curiosidad es el alma de la ciencia.
Él no era vago, ni perezoso,
ni holgazán, ni gandul, ni haragán, ni procrastinate o dejado, como hubiese
dicho su abuela. Levantó la vista y allí seguía el hombre de Dios.
‒El diablo a través de la
pereza tienta al ser humano ‒sentenciaba don Rafael.
‒Yo trabajo leyendo mucho y pensando
más y si usted me trajera papel y lápiz le escribiría sus sermones. Se
disiparía el aburrimiento que genera entre sus feligreses.
‒¿Serías capaz?
‒Póngame a prueba.
‒De ahora en adelante, te
nombro mi escribiente, el guardián de la iglesia y el que pasa la cesta de la
limosna. ¿Puedo confiar en ti?
‒Pues claro. Decía Bertolt
Brecht más o menos: «Porque no me fío de ti, seremos amigos».
‒Anonadado me dejas, Gilberto.
Se hicieron incondicionales,
tanto que se miraban con picardía cuando los feligreses, sin pereza alguna,
felicitaban al párroco por lo bien que ahora le salían sus sermones.
© Marieta Alonso Más
Cada día te superas más y más. ¡Felicidades!
ResponderEliminarMuchas gracias compañero de letras. Un abrazo
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