miércoles, 19 de junio de 2019

Liliana Delucchi: A través de la letra





Con sumo cuidado Daisy ingresa en la biblioteca, esta mañana tiene que quitar el polvo de los libros. ¡Hay tantos y están tan bien cuidados! Es un día soleado y la luz entra por las ventanas, se detiene en los cojines, avanza por los tapices e ilumina las plantas.

La joven se desliza por la alfombra como si no la pisara, con la respiración contenida. El señor ama esa estancia, es donde pasa la mayor parte del tiempo, lee, escribe o dormita en el sofá con algún texto entre las manos. Ella estira el mantel que hay sobre la mesa, con cuidado de dejar los volúmenes tal como estaban, el tintero, las flores. Pasea su mirada por los cuadros y se detiene ante uno en el que se ve a un hombre maduro junto a un niño, le parece que el pequeño la mira con sorna. 

Las voces que vienen del pasillo le recuerdan para qué ha entrado y se dirige a una de las estanterías para empezar su tarea. Un libro le llama la atención, está descolocado y eso la abruma, al señor no le gustaría. No puede contenerse y lo coge.

En la primera página ve el dibujo de un joven sentado junto a un río con unos pantalones a cuadros, chaqueta raída y está descalzo. Lleva en la mano algo que parece una rama o quizás una caña de pescar. La mira con la misma sonrisa sarcástica que el del cuadro. De pie, junto al ventanal que da al jardín, empieza a leer. De pronto, las letras parecen moverse, estirarse, como abriendo pasillos entre ellas. Se detiene ante una palabra, en realidad un nombre: Tom. Espanta una mosca que se ha posado en esa palabra de tres letras, exactamente en la mitad. No sabe si por el efecto de un rayo de sol que atraviesa el cristal o si es por las pocas horas de sueño que le ha dispensado la noche anterior, pero Daisy ve que esa “o” se agranda, se extiende a lo ancho y alto de la página y la cubre por completo. El agujero se amplifica hasta llegar al sillón, a la cristalera… Ella lo atraviesa y de pronto está a orillas de un río, junto a un árbol donde ve a un niño pescando.

—¿Tom?

Al no obtener respuesta, la joven empieza a caminar a lo largo de la ribera. Hace calor y una nube de insectos revolotea entre las ramas de los árboles; un arroyo se encamina hacia el interior y Daisy lo sigue. Termina en una charca profunda y, descalza, sumerge los pies. Es refrescante. Recostada a la sombra, se queda dormida. La despierta una sapillo sobre su empeine y venciendo el asco que le produce el animal, se desviste y se mete en el agua. Su cuerpo reacciona al contacto con el frío. De pronto, una corriente la arrastra hacia el centro y luego hacia abajo. Daisy no sabe nadar. Una masa oscura la cubre. Es el final, morir aquí, en un lugar desconocido, sin despedirme de nadie. Miedo. Silencio.

El libro se le cae de las manos, la biblioteca sigue tan luminosa como cuando entró esta mañana. Se toca el vestido, está seco, como su pelo y sus pies. ¿Tuve un sueño? Termina rápido sus tareas y cuando cierra la puerta de la casa para dirigirse a la suya, ve un niño sentado en los escalones de la entrada. Viste un pantalón a cuadros, una chaqueta raída y está descalzo. En la mano una rama o una caña de pescar. Levanta los ojos hacia la joven.

—¿Daisy?




No hay comentarios:

Publicar un comentario