Cuando llegaron de vuelta a Capsule Corp aquella noche
gracias al Shunkanido de Goku, los abuelos Brief salieron enseguida a recibir a
la agotada familia que llegaba. Bulma y Trunks se dejaron abrazar y mimar –más
la madre que el hijo, en honor a la verdad– mientras Vegeta se mantenía en un
discreto segundo plano, aún con el morro torcido. ¿Por qué habían tenido que
dejar al maldito gordinflón con vida? ¿Y si volvía a convertirse en un demonio
asesino? Kakarot a veces pensaba con el…
–¡Papá, papá!
La voz de Trunks
distrajo a Vegeta de su enfado en un instante. Sus ojos, tan parecidos a los de
Bulma… Aún recordaba el momento en que se despidió de él, creyendo que moriría
para siempre. Y haber resucitado cuando pidió que lo hicieran todos, salvo los
malvados…
«Demasiado en lo que
pensar», decidió sacudiendo la cabeza, mientras se dejaba tomar de la mano y
guiar, hasta el interior de la casa, por su hijo de ocho años. Bulma sonrió
para sí al verlos y los siguió, aún arropada por sus padres.
Por primera vez en
mucho tiempo, los cinco cenaron juntos en el comedor grande de Capsule Corp,
rodeados de la infinidad de mascotas que convivían con ellos dentro de la
enorme cúpula. Sin embargo, Vegeta no podía evitar tener sus pensamientos en
otro sitio; tanto, que apenas tenía ganas ni fuerzas para apartar a algún
molesto animal cuando, de vez en cuando, estos querían hacer un lugar temporal
de descanso de sus hombros, brazos o incluso de su pelo crespo.
Su mente, en cambio,
se había quedado fija hacía rato en el momento en que Babidi lo había poseído;
en ese instante en que le había parecido que tendría la oportunidad de volver a
ser el más poderoso del universo. El segundo en el que casi había perdido,
ahora lo sabía, lo que más le importaba en el mundo. Cierto que a su suegro lo
toleraba con cierta simpatía, mientras que a su suegra no la podía aguantar ni
dormido.
Pero… ¿Perder a
Trunks? ¿Y a Bulma? ¿Qué narices se le había cruzado por la cabeza?
Mientras rumiaba y
comía solo por impulso más que por hambre real, Vegeta notó que su mujer lo
miraba de vez en cuando, pero él no se atrevía casi a devolverle la mirada;
sobre todo, por miedo a encontrarse con el juicio final en sus ojos de zafiro.
De hecho, el Saiyan se esforzó por evitar el contacto visual, manteniendo la
cabeza medio gacha, incluso hasta el momento en que ambos se dirigieron a
acostar a Trunks. ¿Cuánto hacía que no lo hacían juntos?, reflexionó entonces
Vegeta, sorprendido. Parecía que había pasado una eternidad desde la última vez
que una labor familiar había sido parte de la rutina diaria.
–¡Papá! –lo llamó
Trunks desde la cama, ya con el pijama puesto.
Vegeta sonrió casi sin
quererlo, volviendo sin violencia al mundo real. En honor a la verdad, aunque
hubiese querido renegar de ello durante años, no podía resistirse al encanto
del pequeño. Bulma tenía razón en que se parecían cuando arrugaban el ceño, pero
el Saiyan no cambiaría aquello por nada del maldito mundo.
–Dime, Trunks –lo
invitó, cruzado de brazos junto a la jamba de la puerta del dormitorio.
–Has sido muy valiente
–sonrió este, levantándose entonces para abrazarlo. Vegeta, tras ponerse tieso
como un palo a causa de aquel “ataque sorpresa”, finalmente se relajó y le
devolvió tímidamente el abrazo. La segunda vez en pocos días–. Eres el mejor
padre del mundo.
Vegeta intentó no
emocionarse a duras penas ante aquel halago tan cándido. Al final sí que iba a
ser verdad que tenía corazón y todo…
–Lo has hecho bien,
Trunks –le dijo entonces, separándose del pequeño y empujándolo suavemente para
que se acomodara de nuevo en la cama, aprovechando a camuflar otra sonrisa de
orgullo de espaldas a él–. Ahora a dormir, ¿de acuerdo?
–¡Sí! –aceptó Trunks,
subiendo a la cama de un salto y arropándose casi en el mismo movimiento–.
Buenas noches papá. Buenas noches, mamá.
Bulma, que no había
perdido detalle de la escena a pesar de los intentos de disimular de Vegeta, se
acercó a darle a su adorado pequeño un intenso beso en la frente.
–Buenas noches, mi
vida. Duerme bien –le deseó en un susurro.
Pero Trunks ya no la
escuchaba. Sin siquiera haber apagado la luz de su mesilla de noche, el pequeño
había caído literalmente rendido sobre la almohada; y ya había hasta empezado a
roncar con suavidad cuando su madre se separó de él. La mujer sacudió la
cabeza, sonriendo divertida. Desde luego, de tal palo, tal astilla.
Sin embargo, mientras
volvían al dormitorio Vegeta y Bulma no intercambiaron palabra alguna. De
hecho, en cuanto la puerta se cerró tras ellos, él se metió a la ducha
murmurando un «Bueno, yo…» que casi sonaba hasta avergonzado. Bulma suspiró
tras quedarse a solas en el pasillo y optó por continuar el camino hacia la
pieza principal; despacio, se cambió la ropa de calle por un fino camisón y se
desmaquilló con precisión, al tiempo que escuchaba el agua repiquetear al otro
lado de la pared y no dejaba de pensar en Vegeta y en todo lo ocurrido.
A pesar del alivio que
había sentido al saber que estaba vivo y suplicando a los terrícolas por su
ayuda, del intenso amor que sentía por él, no sabía cómo sentirse respecto a lo
que él había hecho antes de eso bajo el influjo de Babidi; lo que no podía
dudar era que el hecho de pensar que lo había perdido para siempre, aunque al
final hubiese sido una falsa alarma, le había desgarrado el corazón de parte a
parte.
Vegeta no era
perfecto, nadie lo era en el mundo. Y sí, había que reconocer que su ego lo
conducía, más veces de las deseables, a cometer errores mayores que el resto de
los mortales; y todo para seguir demostrando que era algo más que un traidor a
Freezer y un príncipe poderoso aun sin su corona.
Bulma sacudió la
cabeza, incrédula y algo irritada por aquella actitud tan infantil de su
marido. ¿Por qué no podía ver más allá? ¿Acaso no lo tenía todo en la vida?
¿Qué diantre más quería? Para su desazón, Bulma no era capaz de encontrar una
respuesta inmediata a aquello; y eso solo la atormentaba aún más.
Cuando Vegeta salió de
la ducha un buen rato después, cubierto solo con una toalla que rodeaba su
musculosa cintura, Bulma, que se había apoyado junto al enorme ventanal para
observar la ciudad dormida mientras reflexionaba, giró la cabeza despacio para
mirarlo. Ambos se quedaron entonces con la vista clavada en el otro, sin decir
nada; al menos hasta el momento en que Vegeta apartó el rostro y se retiró la
toalla con tranquilidad para sustituirla por sus pantalones de pijama, de
espaldas a su mujer.
Sin poder evitarlo a
pesar de la desazón, Bulma notó un tierno escalofrío recorriendo su espalda al
ver sus músculos perfectos y bronceados, la pequeña escara de la cola de simio
cortada hacía tantos años; y las cicatrices que cubrían parte de sus hombros y
su espalda como cruces marcadas a fuego. La mujer sintió una punzada de envidia
a la vez que un leve pinchazo de deseo en el bajo vientre. Igual que ella,
Vegeta andaría cerca de los cuarenta años, pero en algunas cosas parecía que no
pasaba de los treinta.
Sin embargo, cuando él
se giró y Bulma vio su expresión, cerrada y ceñuda, el deseo se enfrió
levemente. Su marido andaba rumiando algo y la mujer sospechaba lo que podía
ser. Pero, como de costumbre, prefirió que él intentara dar el primer paso. No
iba a ponérselo fácil así porque sí, ¿no?
Cuando él se aproximó,
Bulma había vuelto a observar la ciudad dormida y él la imitó, a su espalda,
con un codo apoyado en la pared; solo entonces, Bulma echó la mano hacia atrás
para tomarle los dedos con suavidad calculada. Al principio él pareció
tensarse, pero después aceptó y, casi sin que Bulma pudiese evitarlo, rodeó su
cintura por completo con el brazo y la atrajo hacia su cuerpo, apoyando la
nariz en su pelo.
–Perdóname, Bulma.
(Continuará…)
(Imagen: Pinterest. Inspiración: Dragon Ball Kai)
© Paula de Vera García
Qué profundo todo esto. Pude sentir las emociones de ambos y estuve a punto del colapso, tremendo capítulo. Muchísimas gracias por compartirlo, admiro muchísimo tu trabajo. ♡
ResponderEliminarGracias Vero! Encantada de verte también por aquí! Mañana más y el último de momento, pero el 10 de septiembre vuelvo con más! :* buen verano chiquitina!
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