Apretó las manos sobre las rodillas. No
podía entender cómo había ocurrido aquello. Las decisiones de otras personas
la habían dejado nuevamente sin nada. Sentía que los nudillos iban a
reventar de tan blancos que se habían vuelto. La garganta le raspaba, las
lágrimas se filtraban más allá de su cuello. Aquel sofá en medio del salón
parecía perdido en medio de la nada y ella, una solitaria presa de sus
desdichas.
La puerta principal se abrió con su
característico sonido metálico y sus ojos se separaron por fin de sus manos
convertidas en puños. Una sonrisa, aquella voz que siempre la traía de vuelta a
la cordura y unos dedos entrelazados. «Todo saldrá bien». Cuando sus
brazos la envolvieron en un gesto cálido y amable supo que él estaba en lo
cierto. Que las cosas se arreglarían. Que solo debía volver a tener
paciencia.
Todos vivimos malos momentos, pero
siempre tenemos a personas que nos recuerdan que no estamos solos. A
todos los que me habéis apoyado en esta situación solo puedo agradeceros
vuestro cariño.
Gracias. Mil gracias.
© M. J. Pérez
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