¿Cuántas primaveras han reído o
llorado desde aquellos primeros minutos que llenaste de oxígeno tus pulmones?
Has caminado demasiado por esta angosta
orilla de la vida.
Has subido montañas, bajado valles,
entrado en mil lugares, recorrido muchos países, bailado mil y una melodías.
Tus ojos parecen vivos, pero cómo no
sentir cierta pesadez en tus articulaciones o la sensación de «esta historia ya
la conozco».
Morir al ayer para sentirse vivo cada
momento, cada instante y cada día.
Un cuerpo a veces duele, otras se
desgasta, y otras veces se ensancha, que mira con recelo las nuevas versiones
salidas de fábrica cada día más eficaces, inteligente y vitales.
Saber que estas de paso sí, pero cómo
asumir el deterioro que el espejo te devuelve cada mañana.
Te enseñan que la vida es eso, pero...
Duele sentir que ya tus manos no tocan
como ayer,
duele saber que las mejillas ya no se
enrojecen por su mirada,
duelen los arañazos que sufriste de
los compañeros de viaje,
duelen las pérdidas que se
desvanecieron de repente,
duele la tristeza que ha quedado
prendida en tus ojeras.
Aprendiendo a vivir, aprendiendo a
envejecer...
Argumentos que van juntos de la mano
en este ir y venir.
Y sabes que no queda otra alternativa,
pero a veces...
resulta demasiado trivial a un deseo bárbaro
de vivir.
© Sol Cerrato Rubio
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