jueves, 31 de octubre de 2019

Paula de Vera y Valeria Marcon: Un molesto encargo (relato de Halloween 2019)



 Cielo plomizo. Edificios oscuros. Cuando la primera gota cayó sobre su sombrero, Balzai alzó la vista con una mueca de desagrado. «Ciudad Albac», rezongó para sus adentros. «Menuda ironía».

Y era cierto. Puesto que, en aquella urbe de casi níveo nombre, las almas que recorrían sus calles hacía tiempo que solo albergaban la más absoluta negrura. Las épocas de luz, bondad, solidaridad, tolerancia y amor al prójimo se habían terminado hacía más de un siglo, pero todo el mundo seguía llamándola por su antiguo nombre. No es que a él le importase lo más mínimo, claro. Un demonio no se fijaba en ese tipo de cosas a menos que el rayo de luz o el chorro de agua bendita fueran disparados en su dirección. Y aquel no era el caso.

Con un suspiro, Balzai apuró su cigarro rojo y provocó un ligero resplandor incandescente que iluminó sus rasgos angulosos, solo un instante antes de calarse el sombrero y encaminarse hacia un callejón cercano.

Kurt se deslizó como una sombra por los techos de pizarra que coronaban los edificios igual que castillos de algún cuento macabro. La lluvia se desprendió de las nubes en una cortina de finos hilos que enseguida crearon pequeños riachuelos en las canaletas y desembocaron en las bocas de las gárgolas, para arrojar el agua desde las alturas como si la vomitaran. A aquellas horas de la noche, las personas con dos dedos de frente estaban resguardadas de la oscuridad.  Desde su posición vio al demonio con aquel sombrero de ala ancha y casi soltó una risotada.  «¡Oh, por favor Balzai!  ¿Es que no puedes ser un poco menos llamativo?», pensó mientras se descolgaba como un insecto por las paredes mojadas e iba a parar justo frente a él en una grácil acrobacia. 

—¿Qué hay de nuevo, viejo amigo?

Kurt trató de pasarle una mano por el hombro, pero una mirada cortante como dos puñales lo obligó a retirarla; casi tuvo la sensación de haber esquivado su filo por muy poco.

—¡Ufff!  Pero cómo estamos hoy, ¿eh? —Se pasó la lengua por los colmillos.

—Habría preferido no tener que venir a buscarte, vampiro inútil, pero El Iblis no me dejó alternativa —habló Balzai en rápidos susurros. 

Al escuchar aquel nombre Kurt tragó con fuerza.  El Iblis no era cualquiera, sino el Rey de los Infiernos, Aquel que No se postró frente a Adán y desconoció a Dios como creador supremo.  En los bajos fondos era mejor conocido como Satán.  Albac fue el último bastión de los Humanos y cayó, pisoteada bajo su bota cuando el Libro de Todos Los Libros desapareció de manera misteriosa. Aunque Albac pertenecía ahora a la oscuridad, todavía había algunos humanos que intentaban encontrar el Libro de Todos los Libros para que la luz volviera a iluminar la ciudad.   

El vampiro se quitó la capucha de su chaqueta negra estilo Assassin Creed —amaba la estética de aquel videojuego cuando era un simple mortal y continuaba amándolo ahora—, y la lluvia empapó sus cabellos de corte militar.  Con un leve gesto de su cabeza indicó al demonio que lo siguiera y, después de caminar un largo trecho por el callejón, entraron en un local donde se reunían toda clase de criaturas sobrenaturales que querían desfogarse un poco y escapar de la mirada estricta de El Iblis; ya que el único momento en que se les permitía campar a sus anchas era en el solsticio de invierno, cuando la noche era más larga y más oscura, llamada la noche de El Yaldá, y los seres del inframundo eran mucho más poderosos. 

Kurt invitó a Balzai a sentarse en una mesa ubicada en un rincón. Conocía los gustos de su amigo de luchas, por llamarlo así, por lo que se atrevió a pedir un aguardiente de Fuego del Infierno y una botella de la mejor Cosecha Roja. Ambos bebieron, como lo hicieran en los viejos tiempos de la guerra y, luego, Balzai rompió el silencio. 

—Tengo que matarte. Es la orden. —Sacó del interior de su abrigo largo un recipiente de barro y vertió su contenido sobre la mesa—. ¿Ves esto? —Señaló una masa roja gelatinosa.

—No sabía que eras aficionado a los Slimes.  Es asqueroso.  —Kurt arrugó el gesto.

—Es Violette, gilipollas. O lo que queda de ella. El Iblis la convirtió en esto solo porque no cumplió con lo que debía hacer. 

—Era una vampiresa excepcional. Sobre todo en la cama —Sus ojos iridiscentes brillaron más al evocar algún episodio con ella—.  ¿Qué pasó?

Balzai apretó los labios con aparente desgana.

—Tenía la misión de encontrar el Libro de Todos Los Libros. ¿Te suena de algo? —extrajo un cigarrillo rojo de su cajetilla, lo encendió con el dedo y aspiró una larga bocanada. 

—No me vengas con esas, Balzai. Perdí el Libro…

—En una apuesta —gruñó el demonio, irritado y ya sin contenerse en absoluto—. ¡Maldita sea, Kurt! ¿Crees que Él no lo sabe?  ¡Lo sabe todo!  Tú y Violette debíais traerlo a su presencia. ¡Era de lo más sencillo!  Pero no, tuviste que irte de farra con el Libro. 

—No entiendo cuál es el revuelo con ese Libro.  ¡Parece un manual de instrucciones de un padre muy cabrón! —se quejó el vampiro, poniendo los ojos en blanco—. «No hagas esto o Yavé te castigará, no hagas aquello otro o desatarás su ira».  Blá, blá, blá. 

Balzai apretó los puños, tratando de controlarse y no saltar encima del vampiro en medio de aquel salón. Si lo reducía con tanta presencia de público, las consecuencias seguramente tampoco serían halagüeñas para él. Aparte de que una pequeña parte de su ser no quería tener que hacerlo.

—Kurt, maldita sea —rechinó por lo bajo, adelantando el torso por encima de la mesa hasta que sus rostros estuvieron a apenas diez centímetros de distancia—. No hagas esto más difícil, ¿quieres?

El vampiro, por su parte, cambió el semblante a uno más serio y retrocedió unos centímetros sobre la silla, alejándose de la expresión contorsionada de Balzai mientras daba un sorbo lento a su copa. Ya no parecía reírse tanto.

—Es curioso —comentó.

Balzai entrecerró los ojos y retrocedió también, extrañado.

—¿El qué?

Kurt clavó en él sus intensos ojos rojizos.

—Que ahora, de repente, mi bienestar sea parte de tus preocupaciones.  ¿O es que ya te has olvidado?

Balzai se estremeció. Conocía aquel tono, aquellas maneras. Kurt estaba molesto, muy molesto.  Al comprender a qué se refería, Balzai puso asimismo los ojos en blanco. No podía ser verdad. Airado él también, tomó un largo trago de aguardiente.

—No me cambies de tema, Kurt. Esto no tiene nada que ver con nuestro pasado.  ¿Vas a venir por las buenas conmigo o no?

El vampiro permaneció sin mover un músculo, aparte de la mano que hacía girar la bebida en su copa con un suave movimiento de muñeca.

—No, claro, debí imaginarlo —dijo Balzai.

—¿Me vas a venir ahora con asuntos de celos? ¿Tú, el gran Marqués de Sade de los barrios bajos?

El golpe de la copa de Kurt al golpear la mesa fue tan intenso que hasta ciertos parroquianos se giraron para mirarlos. Balzai les dirigió un aviso silencioso en forma de iris ardientes y todos los curiosos volvieron a sus asuntos, pero el demonio estaba muy lejos de sentirse tranquilo. Ya había renegado en todos los idiomas posibles cuando le había tocado aquel trabajo; pero nadie, ni siquiera alguien de rango elevado como él, podía negarse a los deseos del Iblis.

—Déjame en paz, Balzai —siseó entonces Kurt—. Maldita sea, tú y yo no tenemos nada de qué hablar.

—No he venido a hablar —reiteró Balzai en el mismo tono, apretando los puños bajo la mesa para obligarse a mantener la calma.

Kurt bufó, hastiado, antes de apurar del todo su copa y levantarse para irse.

—No ha sido ningún placer, querido Balzai.  Y le puedes decir al Iblis que se busque a otro a quien perseguir. No estoy interesado.

Balzai lo observó alejarse mientras trataba de seguir entero por todos los medios. Inspiró y espiró cinco veces con fuerza, y avanzó detrás de Kurt en dirección al callejón. Cuando vio la oportunidad, antes de que él se subiera a un tejadillo para escapar, lo retuvo por un brazo con firmeza y lo atrajo hacia sí.  Estaban tan cerca que ni siquiera las gotas de lluvia pasaban entre ellos. De un manotazo, Kurt le quitó aquel ridículo sombrero de ala ancha y dejó libre una cabellera que parecía un caudal rojizo que bajaba por sus hombros. 

—Yo diría que no quieres hablar, pero te mueres de ganas de hacer otra cosa —gruñó junto a su nariz—. ¿A que sí?

Kurt le susurró en el oído con aquella voz de seda que Balzai había escuchado tantas veces al calor de las mantas y lo hizo estremecerse, aunque solo fuese por un instante. La última vez había sido antes de la toma de Albac, hacía ya casi ochenta años. Aquella noche tuvieron su propia batalla campal en medio de un revuelo de mantas en el suelo. Al amanecer, cada uno se fue por su lado, pero la marca indeleble de las caricias se quedó bajo sus pieles como un tatuaje eterno e invisible. Tenían una misión: Kurt debía encontrar el Libro de Todos Los Libros junto con Violette, mientras que Balzai debía desterrar cualquier indicio de que los Creyentes, tanto judíos como cristianos, hicieran triunfar su verdad acerca del poder de aquel libro con el Fuego Sagrado, que ocultaban en algún lugar subterráneo de la ciudad. 

—Escúchame bien Kurt —le dijo el demonio entre dientes, en tono apremiante—.  ¡Recupera el Libro, por favor! ¡No me hagas esto! —su tono casi era suplicante, y no era para menos—.  ¿No estás cansado de huir como una rata?  Porque yo estoy cansado de ir detrás de ti, procurando siempre limpiar tus huellas para que los Cazadores no te encuentren primero. No pude salvar a Violette, pero a ti sí.

Por su mente cruzó otro pensamiento, rápido como un vendaval, pero el demonio apretó los dientes y se negó a expresarlo en voz alta. No en aquel momento. Si lograba salvarle el pellejo de alguna manera...

—¿Pero qué clase de demonio eres?  —rio Kurt por su lado, aunque en el fondo algo en aquel discurso se le había clavado como una flecha envenenada—. ¡Te has vuelto blandengue!  Casi humano. ¡Qué pena del pobre Balzai! —se mofó—. Eso es peligroso para tipos como nosotros que vivimos sumergidos en las sombras, querido demonio. Y —rechinó con una mueca de desagrado— yo no te he pedido que me protejas.  —Se zafó con violencia; Kurt odiaba a su ex amante cuando era tan condescendiente—. Pero tienes razón —reconoció—. Ya he huido durante demasiado tiempo.  Así que, ¡vamos! —lo tentó—. ¡Clávame la maldita estaca de una vez y terminemos con esto!  No pienso seguir sirviendo al Iblis —entonces, Kurt se descubrió el pecho y levantó los brazos, exponiéndose—.  «I want to break free, I want to break free.  I want to break free from your lies.  You're so self satisfied I don't need you.  I've got to break free.  God knows, God knows I want to break free»  —cantó, desafiante, la primera estrofa de aquella canción de Queen tan famosa.

Balzai miró a su alrededor, con el alma en vilo, los nervios tensos como cuerdas y temiendo que aquel disparate hubiera alertado a algún Cazador de la zona. Al escucharlo cantar, sintió que por sus venas corrían ríos de lava.  Ni toda la lluvia de aquel momento podría apagar su ira. De pronto, captó la presencia de cuatro demonios Cazadores del Noveno Anillo del Infierno: eran los más letales y rápidos.  Aunque él había sido un demonio guerrero, comandante de los ejércitos del Infierno, estaba en desventaja. Así que, con decisión, cogió a Kurt por su chaqueta y lo obligó a mirarlo directamente.

—¡Has conseguido sonar la alarma, vampiro idiota!  —lo amonestó, furibundo—. Pero, ahora tú y yo nos vamos a ir de paseo, a buscar el maldito Libro, a aplastar una incipiente rebelión y a apagar el Fuego Sagrado dondequiera que esté. ¿Me has oído bien?

Kurt mostró una picuda sonrisa antes de lanzar una carcajada.

—Adoro el plan. Como en los viejos tiempos. Sexo, droga y rock and roll. 

Balzai bufó, sacó una bolsita que guardaba en su abrigo y echó su contenido en el suelo: eran canicas doradas. Los Cazadores, como imaginaba, no pudieron resistir la tentación de lanzarse sobre ellas y comenzar a contarlas una y otra vez.  Balzai aprovechó aquello para abrir una brecha en el aire y escapar junto con Kurt.





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