Y
era cierto. Puesto que, en aquella urbe de casi níveo nombre, las almas que
recorrían sus calles hacía tiempo que solo albergaban la más absoluta negrura.
Las épocas de luz, bondad, solidaridad, tolerancia y amor al prójimo se habían
terminado hacía más de un siglo, pero todo el mundo seguía llamándola por su
antiguo nombre. No es que a él le importase lo más mínimo, claro. Un demonio no
se fijaba en ese tipo de cosas a menos que el rayo de luz o el chorro de agua
bendita fueran disparados en su dirección. Y aquel no era el caso.
Con
un suspiro, Balzai apuró su cigarro rojo y provocó un ligero resplandor
incandescente que iluminó sus rasgos angulosos, solo un instante antes de
calarse el sombrero y encaminarse hacia un callejón cercano.
Kurt
se deslizó como una sombra por los techos de pizarra que coronaban los edificios
igual que castillos de algún cuento macabro. La lluvia se desprendió de las
nubes en una cortina de finos hilos que enseguida crearon pequeños riachuelos
en las canaletas y desembocaron en las bocas de las gárgolas, para arrojar el
agua desde las alturas como si la vomitaran. A aquellas horas de la noche, las
personas con dos dedos de frente estaban resguardadas de la oscuridad. Desde su posición vio al demonio con aquel
sombrero de ala ancha y casi soltó una risotada. «¡Oh,
por favor Balzai! ¿Es que no puedes ser
un poco menos llamativo?»,
pensó mientras se descolgaba como un insecto por las paredes mojadas e iba a
parar justo frente a él en una grácil acrobacia.
—¿Qué
hay de nuevo, viejo amigo?
Kurt
trató de pasarle una mano por el hombro, pero una mirada cortante como dos
puñales lo obligó a retirarla; casi tuvo la sensación de haber esquivado su
filo por muy poco.
—¡Ufff! Pero cómo estamos hoy, ¿eh? —Se pasó la
lengua por los colmillos.
—Habría
preferido no tener que venir a buscarte, vampiro inútil, pero El Iblis no me
dejó alternativa —habló Balzai en rápidos susurros.
Al
escuchar aquel nombre Kurt tragó con fuerza.
El Iblis no era cualquiera, sino el Rey de los Infiernos, Aquel que No
se postró frente a Adán y desconoció a Dios como creador supremo. En los bajos fondos era mejor conocido como
Satán. Albac fue el último bastión de
los Humanos y cayó, pisoteada bajo su bota cuando el Libro de Todos Los Libros
desapareció de manera misteriosa. Aunque Albac pertenecía ahora a la oscuridad,
todavía había algunos humanos que intentaban encontrar el Libro de Todos los
Libros para que la luz volviera a iluminar la ciudad.
El
vampiro se quitó la capucha de su chaqueta negra estilo Assassin Creed —amaba
la estética de aquel videojuego cuando era un simple mortal y continuaba
amándolo ahora—, y la lluvia empapó sus cabellos de corte militar. Con un leve gesto de su cabeza indicó al
demonio que lo siguiera y, después de caminar un largo trecho por el callejón,
entraron en un local donde se reunían toda clase de criaturas sobrenaturales
que querían desfogarse un poco y escapar de la mirada estricta de El Iblis; ya
que el único momento en que se les permitía campar a sus anchas era en el
solsticio de invierno, cuando la noche era más larga y más oscura, llamada la
noche de El Yaldá, y los seres del inframundo eran mucho más poderosos.
Kurt
invitó a Balzai a sentarse en una mesa ubicada en un rincón. Conocía los gustos
de su amigo de luchas, por llamarlo así, por lo que se atrevió a pedir un
aguardiente de Fuego del Infierno y una botella de la mejor Cosecha Roja. Ambos
bebieron, como lo hicieran en los viejos tiempos de la guerra y, luego, Balzai
rompió el silencio.
—Tengo
que matarte. Es la orden. —Sacó del interior de su abrigo largo un recipiente
de barro y vertió su contenido sobre la mesa—. ¿Ves esto? —Señaló una masa roja
gelatinosa.
—No
sabía que eras aficionado a los Slimes.
Es asqueroso. —Kurt arrugó el
gesto.
—Es
Violette, gilipollas. O lo que queda de ella. El Iblis la convirtió en esto
solo porque no cumplió con lo que debía hacer.
—Era
una vampiresa excepcional. Sobre todo en la cama —Sus ojos iridiscentes
brillaron más al evocar algún episodio con ella—. ¿Qué pasó?
Balzai
apretó los labios con aparente desgana.
—Tenía
la misión de encontrar el Libro de Todos Los Libros. ¿Te suena de algo?
—extrajo un cigarrillo rojo de su cajetilla, lo encendió con el dedo y aspiró
una larga bocanada.
—No
me vengas con esas, Balzai. Perdí el Libro…
—En
una apuesta —gruñó el demonio, irritado y ya sin contenerse en absoluto—.
¡Maldita sea, Kurt! ¿Crees que Él no lo sabe?
¡Lo sabe todo! Tú y Violette debíais
traerlo a su presencia. ¡Era de lo más sencillo! Pero no, tuviste que irte de farra con el
Libro.
—No
entiendo cuál es el revuelo con ese Libro.
¡Parece un manual de instrucciones de un padre muy cabrón! —se quejó el
vampiro, poniendo los ojos en blanco—. «No hagas esto o Yavé te castigará, no
hagas aquello otro o desatarás su ira».
Blá, blá, blá.
Balzai
apretó los puños, tratando de controlarse y no saltar encima del vampiro en
medio de aquel salón. Si lo reducía con tanta presencia de público, las
consecuencias seguramente tampoco serían halagüeñas para él. Aparte de que una
pequeña parte de su ser no quería tener que hacerlo.
—Kurt,
maldita sea —rechinó por lo bajo, adelantando el torso por encima de la mesa
hasta que sus rostros estuvieron a apenas diez centímetros de distancia—. No
hagas esto más difícil, ¿quieres?
El
vampiro, por su parte, cambió el semblante a uno más serio y retrocedió unos
centímetros sobre la silla, alejándose de la expresión contorsionada de Balzai
mientras daba un sorbo lento a su copa. Ya no parecía reírse tanto.
—Es
curioso —comentó.
Balzai
entrecerró los ojos y retrocedió también, extrañado.
—¿El
qué?
Kurt
clavó en él sus intensos ojos rojizos.
—Que
ahora, de repente, mi bienestar sea parte de tus preocupaciones. ¿O es que ya te has olvidado?
Balzai
se estremeció. Conocía aquel tono, aquellas maneras. Kurt estaba molesto, muy
molesto. Al comprender a qué se refería,
Balzai puso asimismo los ojos en blanco. No podía ser verdad. Airado él
también, tomó un largo trago de aguardiente.
—No
me cambies de tema, Kurt. Esto no tiene nada que ver con nuestro pasado. ¿Vas a venir por las buenas conmigo o no?
El
vampiro permaneció sin mover un músculo, aparte de la mano que hacía girar la
bebida en su copa con un suave movimiento de muñeca.
—No,
claro, debí imaginarlo —dijo Balzai.
—¿Me
vas a venir ahora con asuntos de celos? ¿Tú, el gran Marqués de Sade de los barrios
bajos?
El
golpe de la copa de Kurt al golpear la mesa fue tan intenso que hasta ciertos
parroquianos se giraron para mirarlos. Balzai les dirigió un aviso silencioso
en forma de iris ardientes y todos los curiosos volvieron a sus asuntos, pero
el demonio estaba muy lejos de sentirse tranquilo. Ya había renegado en todos
los idiomas posibles cuando le había tocado aquel trabajo; pero nadie, ni
siquiera alguien de rango elevado como él, podía negarse a los deseos del
Iblis.
—Déjame
en paz, Balzai —siseó entonces Kurt—. Maldita sea, tú y yo no tenemos nada de
qué hablar.
—No
he venido a hablar —reiteró Balzai en el mismo tono, apretando los puños bajo
la mesa para obligarse a mantener la calma.
Kurt
bufó, hastiado, antes de apurar del todo su copa y levantarse para irse.
—No
ha sido ningún placer, querido Balzai. Y
le puedes decir al Iblis que se busque a otro a quien perseguir. No estoy
interesado.
Balzai
lo observó alejarse mientras trataba de seguir entero por todos los medios.
Inspiró y espiró cinco veces con fuerza, y avanzó detrás de Kurt en dirección
al callejón. Cuando vio la oportunidad, antes de que él se subiera a un
tejadillo para escapar, lo retuvo por un brazo con firmeza y lo atrajo hacia
sí. Estaban tan cerca que ni siquiera
las gotas de lluvia pasaban entre ellos. De un manotazo, Kurt le quitó aquel
ridículo sombrero de ala ancha y dejó libre una cabellera que parecía un caudal
rojizo que bajaba por sus hombros.
—Yo
diría que no quieres hablar, pero te mueres de ganas de hacer otra cosa —gruñó
junto a su nariz—. ¿A que sí?
Kurt
le susurró en el oído con aquella voz de seda que Balzai había escuchado tantas
veces al calor de las mantas y lo hizo estremecerse, aunque solo fuese por un
instante. La última vez había sido antes de la toma de Albac, hacía ya casi
ochenta años. Aquella noche tuvieron su propia batalla campal en medio de un
revuelo de mantas en el suelo. Al amanecer, cada uno se fue por su lado, pero
la marca indeleble de las caricias se quedó bajo sus pieles como un tatuaje
eterno e invisible. Tenían una misión: Kurt debía encontrar el Libro de Todos
Los Libros junto con Violette, mientras que Balzai debía desterrar cualquier
indicio de que los Creyentes, tanto judíos como cristianos, hicieran triunfar
su verdad acerca del poder de aquel libro con el Fuego Sagrado, que ocultaban
en algún lugar subterráneo de la ciudad.
—Escúchame
bien Kurt —le dijo el demonio entre dientes, en tono apremiante—. ¡Recupera el Libro, por favor! ¡No me hagas
esto! —su tono casi era suplicante, y no era para menos—. ¿No estás cansado de huir como una rata? Porque yo estoy cansado de ir detrás de ti,
procurando siempre limpiar tus huellas para que los Cazadores no te encuentren
primero. No pude salvar a Violette, pero a ti sí.
Por
su mente cruzó otro pensamiento, rápido como un vendaval, pero el demonio
apretó los dientes y se negó a expresarlo en voz alta. No en aquel momento. Si
lograba salvarle el pellejo de alguna manera...
—¿Pero
qué clase de demonio eres? —rio Kurt por
su lado, aunque en el fondo algo en aquel discurso se le había clavado como una
flecha envenenada—. ¡Te has vuelto blandengue!
Casi humano. ¡Qué pena del pobre Balzai! —se mofó—. Eso es peligroso
para tipos como nosotros que vivimos sumergidos en las sombras, querido
demonio. Y —rechinó con una mueca de desagrado— yo no te he pedido que me
protejas. —Se zafó con violencia; Kurt
odiaba a su ex amante cuando era tan condescendiente—. Pero tienes razón
—reconoció—. Ya he huido durante demasiado tiempo. Así que, ¡vamos! —lo tentó—. ¡Clávame la
maldita estaca de una vez y terminemos con esto! No pienso seguir sirviendo al Iblis
—entonces, Kurt se descubrió el pecho y levantó los brazos, exponiéndose—. «I want to break free, I want
to break free. I want to break free from
your lies. You're so self satisfied I
don't need you. I've got to break
free. God knows, God knows I want to
break free» —cantó, desafiante, la primera estrofa de
aquella canción de Queen tan famosa.
Balzai
miró a su alrededor, con el alma en vilo, los nervios tensos como cuerdas y
temiendo que aquel disparate hubiera alertado a algún Cazador de la zona. Al
escucharlo cantar, sintió que por sus venas corrían ríos de lava. Ni toda la lluvia de aquel momento podría
apagar su ira. De pronto, captó la presencia de cuatro demonios Cazadores del
Noveno Anillo del Infierno: eran los más letales y rápidos. Aunque él había sido un demonio guerrero,
comandante de los ejércitos del Infierno, estaba en desventaja. Así que, con
decisión, cogió a Kurt por su chaqueta y lo obligó a mirarlo directamente.
—¡Has
conseguido sonar la alarma, vampiro idiota!
—lo amonestó, furibundo—. Pero, ahora tú y yo nos vamos a ir de paseo, a
buscar el maldito Libro, a aplastar una incipiente rebelión y a apagar el Fuego
Sagrado dondequiera que esté. ¿Me has oído bien?
Kurt
mostró una picuda sonrisa antes de lanzar una carcajada.
—Adoro
el plan. Como en los viejos tiempos. Sexo, droga y rock and roll.
Balzai
bufó, sacó una bolsita que guardaba en su abrigo y echó su contenido en el
suelo: eran canicas doradas. Los Cazadores, como imaginaba, no pudieron
resistir la tentación de lanzarse sobre ellas y comenzar a contarlas una y otra
vez. Balzai aprovechó aquello para abrir
una brecha en el aire y escapar junto con Kurt.
No hay comentarios:
Publicar un comentario