Aquel día, a Brago le costó levantarse de la cama más que nunca.
Tras unos
meses de descanso y readaptación, tocaba volver a la
escuela, al día a día de la tediosa rutina.
Terminar los estudios algún día, graduarse, comprometerse... Bla, bla, bla.
"Qué aburrido", pensó,
descorazonado. De repente, aquellos dos años en el mundo humano se le antojaban
solo un bonito sueño. Y aunque parte de su orgullo aún estaba escocido por
haberse quedado a las puertas de ser rey, por otro lado, sabía que nadie,
nadie, podía derrotar a un Bao Zakeruba. Ni siquiera alguien con sus poderes.
Brago era lo suficientemente listo como para haber asumido a tiempo que no
podía ganar, pero tenía que intentarlo. Eso sí que no se lo hubiese perdonado.
Por otro lado, estaba Sherry. A pesar de haber sido casi cuatro
años mayor que él y de solo verla como un simple instrumento al principio,
después del esfuerzo, de las caídas, de volver a levantarse y, sobre todo, de
lo de Zophis, el mamodo negro había llegado casi a apreciarla como una igual.
Ella también se había esforzado por mejorar, por crecer, por
superarse con un solo objetivo en mente, mientras lo ayudaba a él a llegar más
arriba que nadie. Sin quererlo, Brago había llegado a sentir que él también
tenía que ayudarla a conseguir su meta.
En cierta manera, podía decirse que le había tomado cierto afecto. Y cuando le
había confesado que lo llevaría a ser rey
costara lo que costase... Brago había confirmado sus sospechas. No podía haber
elegido mejor compañera y así se lo hizo saber antes de partir de su
lado.
Aquella
mañana, Brago se vistió con cierta pereza no exenta de elegancia; ajustándose
la camiseta de rejilla, el peto negro, los pantalones y la capa de pelo
mientras no dejaba de mirarse en el pequeño espejo de su habitación. Las casas
en las que habitaba todo su clan eran de piedra gris, pulida, amuebladas de
forma bastante austera. Eran guerreros, un pueblo sencillo pero orgulloso que se
tomaba muy en serio toda su tradición. Por ello, Brago tuvo que admitir con un
traicionero suspiro que, aunque lo quisiera, debía olvidarse de lo sucedido en
el mundo humano, incluyendo a Sherry. Cuanto antes, mejor.
Sin
embargo, en cuanto bajó por las escaleras hacia el amplio comedor-cocina de la
planta baja, fue acercarse a la mesa ya preparada para el desayuno y un extraño
paquete oscuro captó su atención, levantando un escalofrío por su espina dorsal
sin motivo aparente. Llevaba el sello real. Brago frunció el ceño y alargó una
mano cautelosa para tomar el paquete en sus manos y sopesarlo, extrañado. Su
pueblo vivía más o menos alejado de la corte, por lo que no entendía qué
interés podía tener su antiguo rival en enviarle nada. Por él, como si Zatch no
volvía a dedicarle un solo pensamiento. Tenía otras cosas mejores en las que
centrarse.
Pero,
cuál no fue su propia sorpresa cuando vio que sus dedos, como por inercia,
desenvolvían el paquete y desparramaban su contenido sin cuidado por encima de
la mesa de madera negra. Brago removió los objetos con una uña, hasta que un
pequeño sobre captó su atención y decidió comenzar por él. En el interior, una
carta sencilla, pero que alteró todos los sentidos de Brago en un instante,
revelaba los intereses del rey.
“Queridos
súbditos del reino Mamodo. Compañeros y amigos de todos los rincones.
Ha
pasado algún tiempo desde que volvimos del mundo humano y sé que todos, igual
que yo, dejasteis un trozo de vuestro corazón allí. Es por ello que quiero
concederos, en estos primeros meses de mandato, un deseo que sé que os gustará.
Los que lo deseen pueden escribir una carta a su compañero humano, que haremos
llegar a través del portal entre mundos. En el paquete encontraréis los
elementos necesarios para el ritual y el envío. ¡Gracias a todos y espero que
nos veamos muy pronto! Atentamente: el rey, Zatch Bell”.
Brago
resopló antes de morderse el labio con cierta aprensión y soltar la misiva como
si quemara. De repente, quería lanzar todos aquellos elementos al blanco fuego
de la chimenea. "Maldito Zatch”, rechinó para sus adentros. Unos minutos
antes, el mamodo negro estaba dispuesto a olvidar a Sherry de una vez por
todas, sin creer aún que una humana hubiese podido dejar semejante vacío en su
corazón. Pero ahí estaba el pasado para reírse de él en su cara. Brago apretó
los puños y recogió los materiales sin cuidado, intentando rehacer el paquete
con mala maña y, por qué no, cierto enfado no reprimido.
-¿Brago?
El
mamodo adolescente se tensó de golpe y, como un reflejo, escondió el paquete en
el interior de su capa mientras se giraba.
-Padre.
El
mamodo enorme, muy parecido a él, pero con el cabello mucho más largo y la
expresión endurecida, que tenía delante lo observaba con los brazos cruzados.
Debía de acabar de bajar de sus aposentos, igual que él hacía unos minutos.
-¿Estás
bien, hijo?
Brago
se tragó como pudo su ansiedad y asintió secamente.
-Claro,
padre -afirmó mientras se sentaba junto a él en la mesa y el desayuno
transcurría como cualquier otra mañana que recordase.
Durante
el resto del día, Brago no volvió a pensar en la dichosa carta.
No
obstante, cuando retornó a casa y ascendió hasta su dormitorio, al arrojar la
capa sobre la cama, un sonido sordo sobre el armazón de la misma lo hizo alzar
la cabeza, alerta y reprimiendo una maldición al recordar el paquete de Zatch.
Llevaba todo el día en el bolsillo interior forrado de piel.
Con
un suspiro y las manos extrañamente temblorosas, asegurándose de que su puerta
estuviera bien cerrada para evitar miradas indiscretas, Brago extrajo el
paquete de su escondite y lo llevó, sosteniéndolo entre las yemas de los dedos
como si quemase, hasta su escritorio frente a la ventana. Durante unos minutos,
el mamodo lo observó, debatiéndose por dentro entre abrirlo y escribir la
misiva que su negro corazón clamaba a gritos, o arrojarlo a la chimenea sin
pensarlo dos veces. Al final, la mano de negras uñas se alargó hacia el
envoltorio y lo deshizo… mientras la otra mano acercaba papel y pluma. Brago
chasqueó la lengua, indeciso.
-Querida...
No, demasiado cursi. Él no era así. Suspiró y se
masajeó el puente de la nariz. Sherry y él habían
estado unidos por su libro, por la fuerza de sus corazones... En el fondo, se
conocían más de lo que quizá ninguno estaba dispuesto a admitir... Pero Brago
se sentía como un niño dando sus primeros pasos en vez de como casi un
adulto que había madurado a base de lucha y voluntad.
Suspiró, dudó un instante... Y se lanzó a escribir casi sin pensar.
Hola, Sherry. Espero que
cuando te llegue esta carta estés bien. Por aquí todo ha vuelto a la
normalidad... Salvo porque ese mocoso de Zatch es rey, claro. Pero nos va bien.
Ha permitido que todos sigamos con vida y de momento parece que las cosas están
tranquilas. Quién sabe... Espero que Coco también esté bien y sigáis siendo
buenas amigas. Sonará extraño, pero prefiero recordarte cuando sonreías y no
cuando estabas preocupada por ese imbécil de Zophis y lo que le había hecho a
tu mejor amiga; ese brillo en tu mirada cuando luchabas por lo que creías de
verdad.
Para tu información, ahora
ese canalla engolado me evita todo lo que puede, incluso cuando estoy solo.
Supongo que es una buena señal.
No quiero que nadie más lea esta
misiva, pero... Te echo un poco de menos, Sherry. Sé que es una estupidez, pero
añoro los momentos en que me regañabas, cuando me sorprendías haciendo lo que
no debía, cuando sabías que estaba al otro lado de la pared y discutíamos hasta
tirarnos los trastos a la cabeza y cuando entrenábamos juntos. Yo... Lo que te
dije antes de irme era verdad, aunque no lo parezca. Estoy feliz de que hayas
sido mi compañera y sigo creyendo que sin ti no hubiese llegado hasta el final.
Quiero... Darte las gracias. Me abriste los ojos, me hiciste mejor mamodo y
maduré a tu lado, aunque me mandaran a la otra punta del mundo. Has sido una
parte muy importante de mi vida y espero poder volver a agradecertelo en algún
momento...
Estoy desvariando y tengo que
irme. Solo... Cuídate, ¿vale?
Un abrazo,
Brago
No
quería releerlo. No quería ni mirar la misiva. Si lo hacía, seguramente querría
abofetearse por idiota. El mal ya estaba hecho. Sin más preámbulo, Brago dobló
la carta, siguió las instrucciones, vio cómo el sobre se ponía negro igual que
las tapas de su antiguo libro de conjuros cuando estaba en la Tierra, y observó
la carta alejarse en una voluta de magia de color violáceo hasta que
desapareció de la vista.
***
Sherry estaba en el jardín de la finca jugando al bádminton
con Coco cuando llegó la carta de Brago. Cuando su
mayordomo se la trajo, pensó que era una misiva más de algún admirador,
dada la emoción de su sirviente; últimamente no hacía más que buscarle posibles
maridos con los que compartir su enorme fortuna. Pero
cuando la tuvo en sus manos, su corazón aleteó
al comprobar el color negro del sobre. Era de él. Sin apenas pensarlo, tiró la
raqueta, abrió el papel con un dedo tembloroso y comenzó a leerla. Mientras lo
hacía, se emocionó más de lo que creía; al terminarla, no pudo evitarlo y depositó un beso sobre
el negro papel de la envuelta, con los ojos llenos de lágrimas. La verdad es que se
había acostumbrado tanto a tener a Brago cerca, incluso a apoyarse en él, que
durante meses se le había antojado imposible casi levantarse de la cama
sabiendo que se había ido. Pero aquella carta demostraba que, pasara lo que
pasase, en el fondo jamás estarían separados.
-¿Qué pasa Sherry? ¿Estás llorando?
Con
un respingo, la aludida se dio cuenta entonces de que su mejor amiga la
observaba con evidente preocupación, mientras su mayordomo se mantenía
sonriendo con ternura en un segundo plano. Sherry, al contemplarlos, sonrió sin
esfuerzo.
-Sí,
pero de felicidad. Es una carta de un viejo amigo
-por un instante,
Sherry
dudó al observar a Coco: ¿dónde estaba su carta? Bueno, casi era preferible que
Zophis no hubiese enviado nada. Coco había olvidado todo respecto a los mamodos
y, después de la manipulación de ese mequetrefe, casi era mejor así. Sin
embargo, la media sonrisa de Coco le indicó que, en este caso la joven castaña
pensaba que lo que Sherry tenía era un novio secreto-. No pienses cosas
extrañas, Coco. De verdad.
La
otra sonrió más ampliamente.
-Lo
que tu digas, pero creo que deberías ir a verlo cuanto antes.
A lo
que Sherry compuso una mueca algo triste, aunque no exenta de esperanza, antes
de responder:
-Ahora vive lejos y va a ser muy difícil que nos
volvamos a ver. Pero…
-la joven contempló un instante más la carta-. Sí que sé que, pase lo
que pase, llegue quien llegue a mi vida a partir de ahora… a él nunca lo olvidaré.
Imagen:
fanart Zatc
©
Paula de Vera García
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