domingo, 10 de noviembre de 2019

Paula de Vera García: La carta de Brago (Zatch Bell One Shot)



Aquel día, a Brago le costó levantarse de la cama más que nunca. Tras unos meses de descanso y readaptación, tocaba volver a la escuela, al día a día de la tediosa rutina. Terminar los estudios algún día, graduarse, comprometerse... Bla, bla, bla.

"Qué aburrido", pensó, descorazonado. De repente, aquellos dos años en el mundo humano se le antojaban solo un bonito sueño. Y aunque parte de su orgullo aún estaba escocido por haberse quedado a las puertas de ser rey, por otro lado, sabía que nadie, nadie, podía derrotar a un Bao Zakeruba. Ni siquiera alguien con sus poderes. Brago era lo suficientemente listo como para haber asumido a tiempo que no podía ganar, pero tenía que intentarlo. Eso sí que no se lo hubiese perdonado.

Por otro lado, estaba Sherry. A pesar de haber sido casi cuatro años mayor que él y de solo verla como un simple instrumento al principio, después del esfuerzo, de las caídas, de volver a levantarse y, sobre todo, de lo de Zophis, el mamodo negro había llegado casi a apreciarla como una igual.

Ella también se había esforzado por mejorar, por crecer, por superarse con un solo objetivo en mente, mientras lo ayudaba a él a llegar más arriba que nadie. Sin quererlo, Brago había llegado a sentir que él también tenía que ayudarla a conseguir su meta. En cierta manera, podía decirse que le había tomado cierto afecto. Y cuando le había confesado que lo llevaría a ser rey costara lo que costase... Brago había confirmado sus sospechas. No podía haber elegido mejor compañera y así se lo hizo saber antes de partir de su lado.

Aquella mañana, Brago se vistió con cierta pereza no exenta de elegancia; ajustándose la camiseta de rejilla, el peto negro, los pantalones y la capa de pelo mientras no dejaba de mirarse en el pequeño espejo de su habitación. Las casas en las que habitaba todo su clan eran de piedra gris, pulida, amuebladas de forma bastante austera. Eran guerreros, un pueblo sencillo pero orgulloso que se tomaba muy en serio toda su tradición. Por ello, Brago tuvo que admitir con un traicionero suspiro que, aunque lo quisiera, debía olvidarse de lo sucedido en el mundo humano, incluyendo a Sherry. Cuanto antes, mejor.

Sin embargo, en cuanto bajó por las escaleras hacia el amplio comedor-cocina de la planta baja, fue acercarse a la mesa ya preparada para el desayuno y un extraño paquete oscuro captó su atención, levantando un escalofrío por su espina dorsal sin motivo aparente. Llevaba el sello real. Brago frunció el ceño y alargó una mano cautelosa para tomar el paquete en sus manos y sopesarlo, extrañado. Su pueblo vivía más o menos alejado de la corte, por lo que no entendía qué interés podía tener su antiguo rival en enviarle nada. Por él, como si Zatch no volvía a dedicarle un solo pensamiento. Tenía otras cosas mejores en las que centrarse.

Pero, cuál no fue su propia sorpresa cuando vio que sus dedos, como por inercia, desenvolvían el paquete y desparramaban su contenido sin cuidado por encima de la mesa de madera negra. Brago removió los objetos con una uña, hasta que un pequeño sobre captó su atención y decidió comenzar por él. En el interior, una carta sencilla, pero que alteró todos los sentidos de Brago en un instante, revelaba los intereses del rey.

“Queridos súbditos del reino Mamodo. Compañeros y amigos de todos los rincones.
Ha pasado algún tiempo desde que volvimos del mundo humano y sé que todos, igual que yo, dejasteis un trozo de vuestro corazón allí. Es por ello que quiero concederos, en estos primeros meses de mandato, un deseo que sé que os gustará. Los que lo deseen pueden escribir una carta a su compañero humano, que haremos llegar a través del portal entre mundos. En el paquete encontraréis los elementos necesarios para el ritual y el envío. ¡Gracias a todos y espero que nos veamos muy pronto! Atentamente: el rey, Zatch Bell”.

Brago resopló antes de morderse el labio con cierta aprensión y soltar la misiva como si quemara. De repente, quería lanzar todos aquellos elementos al blanco fuego de la chimenea. "Maldito Zatch”, rechinó para sus adentros. Unos minutos antes, el mamodo negro estaba dispuesto a olvidar a Sherry de una vez por todas, sin creer aún que una humana hubiese podido dejar semejante vacío en su corazón. Pero ahí estaba el pasado para reírse de él en su cara. Brago apretó los puños y recogió los materiales sin cuidado, intentando rehacer el paquete con mala maña y, por qué no, cierto enfado no reprimido.

-¿Brago?

El mamodo adolescente se tensó de golpe y, como un reflejo, escondió el paquete en el interior de su capa mientras se giraba.

-Padre.

El mamodo enorme, muy parecido a él, pero con el cabello mucho más largo y la expresión endurecida, que tenía delante lo observaba con los brazos cruzados. Debía de acabar de bajar de sus aposentos, igual que él hacía unos minutos.

-¿Estás bien, hijo?

Brago se tragó como pudo su ansiedad y asintió secamente.

-Claro, padre -afirmó mientras se sentaba junto a él en la mesa y el desayuno transcurría como cualquier otra mañana que recordase.
Durante el resto del día, Brago no volvió a pensar en la dichosa carta.
No obstante, cuando retornó a casa y ascendió hasta su dormitorio, al arrojar la capa sobre la cama, un sonido sordo sobre el armazón de la misma lo hizo alzar la cabeza, alerta y reprimiendo una maldición al recordar el paquete de Zatch. Llevaba todo el día en el bolsillo interior forrado de piel.

Con un suspiro y las manos extrañamente temblorosas, asegurándose de que su puerta estuviera bien cerrada para evitar miradas indiscretas, Brago extrajo el paquete de su escondite y lo llevó, sosteniéndolo entre las yemas de los dedos como si quemase, hasta su escritorio frente a la ventana. Durante unos minutos, el mamodo lo observó, debatiéndose por dentro entre abrirlo y escribir la misiva que su negro corazón clamaba a gritos, o arrojarlo a la chimenea sin pensarlo dos veces. Al final, la mano de negras uñas se alargó hacia el envoltorio y lo deshizo… mientras la otra mano acercaba papel y pluma. Brago chasqueó la lengua, indeciso.

-Querida...

No, demasiado cursi. Él no era así. Suspiró y se masajeó el puente de la nariz. Sherry y él habían estado unidos por su libro, por la fuerza de sus corazones... En el fondo, se conocían más de lo que quizá ninguno estaba dispuesto a admitir... Pero Brago se sentía como un niño dando sus primeros pasos en vez de como casi un adulto que había madurado a base de lucha y voluntad. Suspiró, dudó un instante... Y se lanzó a escribir casi sin pensar.

Hola, Sherry. Espero que cuando te llegue esta carta estés bien. Por aquí todo ha vuelto a la normalidad... Salvo porque ese mocoso de Zatch es rey, claro. Pero nos va bien. Ha permitido que todos sigamos con vida y de momento parece que las cosas están tranquilas. Quién sabe... Espero que Coco también esté bien y sigáis siendo buenas amigas. Sonará extraño, pero prefiero recordarte cuando sonreías y no cuando estabas preocupada por ese imbécil de Zophis y lo que le había hecho a tu mejor amiga; ese brillo en tu mirada cuando luchabas por lo que creías de verdad.
Para tu información, ahora ese canalla engolado me evita todo lo que puede, incluso cuando estoy solo. Supongo que es una buena señal.
No quiero que nadie más lea esta misiva, pero... Te echo un poco de menos, Sherry. Sé que es una estupidez, pero añoro los momentos en que me regañabas, cuando me sorprendías haciendo lo que no debía, cuando sabías que estaba al otro lado de la pared y discutíamos hasta tirarnos los trastos a la cabeza y cuando entrenábamos juntos. Yo... Lo que te dije antes de irme era verdad, aunque no lo parezca. Estoy feliz de que hayas sido mi compañera y sigo creyendo que sin ti no hubiese llegado hasta el final. Quiero... Darte las gracias. Me abriste los ojos, me hiciste mejor mamodo y maduré a tu lado, aunque me mandaran a la otra punta del mundo. Has sido una parte muy importante de mi vida y espero poder volver a agradecertelo en algún momento...

Estoy desvariando y tengo que irme. Solo... Cuídate, ¿vale?

Un abrazo,

Brago

No quería releerlo. No quería ni mirar la misiva. Si lo hacía, seguramente querría abofetearse por idiota. El mal ya estaba hecho. Sin más preámbulo, Brago dobló la carta, siguió las instrucciones, vio cómo el sobre se ponía negro igual que las tapas de su antiguo libro de conjuros cuando estaba en la Tierra, y observó la carta alejarse en una voluta de magia de color violáceo hasta que desapareció de la vista.

***

Sherry estaba en el jardín de la finca jugando al bádminton con Coco cuando llegó la carta de Brago. Cuando su mayordomo se la trajo, pensó que era una misiva más de algún admirador, dada la emoción de su sirviente; últimamente no hacía más que buscarle posibles maridos con los que compartir su enorme fortuna. Pero cuando la tuvo en sus manos, su corazón aleteó al comprobar el color negro del sobre. Era de él. Sin apenas pensarlo, tiró la raqueta, abrió el papel con un dedo tembloroso y comenzó a leerla. Mientras lo hacía, se emocionó más de lo que creía; al terminarla, no pudo evitarlo y depositó un beso sobre el negro papel de la envuelta, con los ojos llenos de lágrimas. La verdad es que se había acostumbrado tanto a tener a Brago cerca, incluso a apoyarse en él, que durante meses se le había antojado imposible casi levantarse de la cama sabiendo que se había ido. Pero aquella carta demostraba que, pasara lo que pasase, en el fondo jamás estarían separados.

-¿Qué pasa Sherry? ¿Estás llorando?

Con un respingo, la aludida se dio cuenta entonces de que su mejor amiga la observaba con evidente preocupación, mientras su mayordomo se mantenía sonriendo con ternura en un segundo plano. Sherry, al contemplarlos, sonrió sin esfuerzo.

-Sí, pero de felicidad. Es una carta de un viejo amigo -por un instante,

Sherry dudó al observar a Coco: ¿dónde estaba su carta? Bueno, casi era preferible que Zophis no hubiese enviado nada. Coco había olvidado todo respecto a los mamodos y, después de la manipulación de ese mequetrefe, casi era mejor así. Sin embargo, la media sonrisa de Coco le indicó que, en este caso la joven castaña pensaba que lo que Sherry tenía era un novio secreto-. No pienses cosas extrañas, Coco. De verdad.

La otra sonrió más ampliamente.

-Lo que tu digas, pero creo que deberías ir a verlo cuanto antes.

A lo que Sherry compuso una mueca algo triste, aunque no exenta de esperanza, antes de responder:

-Ahora vive lejos y va a ser muy difícil que nos volvamos a ver. Pero… -la joven contempló un instante más la carta-. Sí que sé que, pase lo que pase, llegue quien llegue a mi vida a partir de ahora… a él nunca lo olvidaré.

Imagen: fanart Zatc


© Paula de Vera García

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