El viejo Baldomero padecía de un
exceso de sensibilidad ante la naturaleza, de pura dicha se le agarrotaba el
corazón al mirar el mar y su horizonte. De niño, asía las manos de su madre, y le
explicaba que aquella línea oscura, allá a lo lejos, era el fin del mundo. Y su
madre simulaba creerle.
Cuando quedó vacante la plaza de
farero quiso solicitarla y contra todo pronóstico se la dieron. Sus días y
noches las pasaba oteando la lejanía y saliendo a pescar en su barca. Tras
perder a su mujer y a su único hijo durante el mayor huracán de ese siglo en
que les había tocado vivir, intentaba no pensar, solo resistir el día a día. Sus
necesidades eran ínfimas, comía de lo que pescaba, de lo que le ofrecía la
huerta y solo iba al pueblo a comprar lo preciso.
La predicción meteorológica para
ese día era preocupante. Al salir para dejar a cubierto todo aquello que se pudiera
dañar, era tan fuerte el azote del viento que en cuanto hacía intención de
alejarse del amparo del muro, se tambaleaba.
Durmió una breve siesta pues la
noche se presentaría movida. Y así fue. No hubo ningún aviso de naufragio, solo
la potente luz del faro advertía de la proximidad de la costa y el rugir del
viento evidenciaba la intensidad de la tormenta.
Unos sollozos y unos golpes en la
puerta le alertaron. Al abrir, una niña de unos cinco años, a gatas, aterida de
frío, chorreando agua, y abrazada a una muñeca de trapo, le miraba despavorida con
unos grandes ojos azules, mientras señalaba hacia el barranco repitiendo: mamá,
mamá.
La hizo entrar, puso una toalla entre
sus manos para que se secara, que no se le ocurriera asomar la cara por aquella
puerta le advirtió con el índice, y colocándose su ajada capa se dispuso a
salir sin saber el camino a tomar.
Al cabo de media hora encontró
restos de una barca y a una mujer inconsciente con la cabeza en tierra y el
cuerpo en la mar. Como pudo la condujo al faro, entre agua, yodo y vendas la
mantuvo viva como hicieron su madre y su mujer con él, la vez aquella en que se
fue contra las rocas. Dos días con sus noches azotó el vendaval, al amainar se
puso en camino, era necesaria la presencia de un médico.
A partir de ese día la soledad se
mantuvo lejos de aquel faro antaño silencioso y se transformó en el hogar de
una familia donde imperaban las risas de la niña, el olor de los guisos de la
madre y las anécdotas de Baldomero.
© Marieta Alonso Más
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