Le gusta el mar. Durante el
estío cada mañana, bien temprano, se sube a la bicicleta y los amigos se le van
uniendo para hacer el ejercicio mañanero, en un punto dado frenan, es el
momento de desayunar en el bar de Paco, lo que le apetezca a cada uno y a pasar
el rato comentando las noticias. De regreso, cada uno a su casa.
Sin hacer ruido entra en el
salón, se va a su cuarto y se pone el bañador para adentrarse en el Mediterráneo
nadando hasta la boya allá a lo lejos, aunque cada día se le hace más cansado
llegar a ella. Por fin de nuevo en la orilla, saluda a esa familia que, sentados
sobre la esterilla conversan en la arena, otros colocan una sombrilla que se
resiste a tenerse en pie, ve venir esa nube, sin agua, y sigue el rumbo de una
gaviota solitaria, que de vez en cuando baja en busca de alimento. Recoge la
toalla del murete donde, como de costumbre, la había dejado.
Los hijos y nietos ya están
en pie, preparándose para un nuevo día, el periódico le espera y se va al
porche. Le es imposible leer de corrido, entre los niños que le piden que
jueguen con ellos a la pelota, que les infle los flotadores, que le ayuden con
una cometa. Aparecen los padres y se van a la playa. Reina la paz hasta la hora
de la comida, hoy han reservado mesa en el bar de la Felipa, arroz al caldero,
luego la siesta, el paseo. La tarde va declinando dando paso a la cena, a la
feria y a la cama.
Se estira a todo lo largo, y
apaga la luz, un fuerte dolor le paraliza y ve a Hilaria, su mujer, que le
tiende la mano. Viene en su busca.
© Marieta Alonso Más
No hay comentarios:
Publicar un comentario