Alexander Fleming ese gran
bacteriólogo escocés decía que él no descubrió ese hongo, penicillium notatum,
salvador de tantas vidas, sino que se «tropezó con él».
Mi padre que nació en 1903,
creía firmemente que sus hijos y nietos habían sido unos privilegiados, que el
ser humano sujeto a los vaivenes del azar, respiró algo más tranquilo después
del descubrimiento de ese moho convertido en medicamento. Un buen amigo suyo de
la infancia, por una simple herida, un
rasguño insignificante que se infectó, murió con diez años. En aquel entonces
no había antibióticos.
Admiro profundamente a esos
bichos raros capaces de hacer tan grandes descubrimientos, tan inteligentes que
logran atrapar esos secretos que la naturaleza brinda y que se llegan a conocer
con la observación y el estudio.
La curiosidad humana es algo
que se debería fomentar en casa, en los colegios, en la calle. Hay remedios muy
eficaces, como los de la abuela, que no tienen un padre o una madre famosos, y
que solo con una gran capacidad de observación se han desvelado.
Me viene a la mente la
película «Los santos inocentes» y recuerdo la escena en que Paco Rabal se
lavaba las manos con orina. Y me pregunto quién descubriría la relación entre
sanar la dureza de los pies y manos con la urea, y no solo lo descubrió, sino
que también lo compartió para que otros lo convirtieran en esas cremas hoy tan
de moda.
Hay cosas que después de
saberlas parecen obvias como el fuego tras la caída de un rayo. Pero
inteligente tuvo que ser quien descubrió el misterio de las aceitunas, porque
al natural son repugnantes, y tratadas hay que ver lo ricas que son y el aceite
que nos dan. También me pregunto qué grado de observación tendría aquel que
comprobó cómo el barro se endurecía con el fuego, lo que dio lugar a la industria
alfarera. Y no es moco de pavo el que dedujo que esa hierba, erecta, de aspecto
frágil y flores de pétalos azul claro, el valioso lino, podía acabar siendo un
tejido.
Hay tantas cosas que hoy
parecen simples por sabidas, pero que tienen tanto intríngulis como el querer y
poder viajar a la luna en un cohete espacial para fisgonear lo que pueda haber en
ese bonito satélite.
Nunca hay que dejar de mirar
nuestro entorno. A saber, dónde nos podría llevar el curioseo.
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