domingo, 21 de febrero de 2021

Curiosidades y leyenda de la cebolla

 


Es de las primeras plantas cultivadas. Su origen se sitúa en Asia Central. Los griegos y romanos la trajeron a Europa. Es un alimento bajo en calorías y alto contenido en fibra.  

Te hace llorar por el ácido sulfúrico. En la Europa medieval el ácido sulfúrico era conocido como vitriolo por los alquimistas. Se le consideraba la sustancia química más importante y se intentó utilizar como piedra filosofal. Galeno, Dioscórides y Plinio el Viejo plantearon su uso médico.

Una solución para llorar menos es enfriarla antes de cortarla. Las moléculas tienden a moverse más rápido cuando está calientes y más despacio cuando están frías.

La salsa provenzal deriva de un preparado alimenticio muy usado entre los gladiadores y legionarios, una mezcla de ajo, cebolla y aceite de oliva con posibles añadidos de laurel, perejil, albahaca, y romero.

Eso es lo que dicen los eruditos.

 


Pero la leyenda cuenta que…

Había una vez un edén donde los árboles arropaban un gran huerto repleto de puerros, zanahorias, acelgas, remolachas, ajos, calabacines, tomates, pimientos, berenjenas…

Daba gusto sentarse a la sombra de un ciprés y contemplar todo aquel verdor, dirigir la mirada hacia las nubes, la aurora, el arcoíris, y escuchar el canto de los pájaros.

Un buen día, de pronto, comenzó a brotar una planta herbácea a la que llamaron cebolla. Cada una tenía un color diferente: rojo, amarillo, naranja, morado... El caso es que los colores eran irisados, deslumbrantes, como el color de una sonrisa o el de un bonito recuerdo.

Se investigó acerca de aquel misterioso resplandor, y resultó que cada cebolla tenía dentro, en el mismo corazón, una piedra preciosa. Esta tenía un topacio, la otra una aguamarina, aquella un lapizlázuli, acullá una esmeralda...

Por una incomprensible razón se empezó a decir que aquello era peligroso, intolerante, inadecuado y hasta vergonzoso. Total, que las bellísimas cebollas tuvieron que empezar a esconder sus piedras preciosas con capas y más capas, cada vez más oscuras y feas, para disimular lo más recóndito de su ser.

Una tarde veraniega pasó por allí un sabio que entendía el lenguaje de las cebollas, y preguntó:

‒¿Por qué no mostráis vuestro interior?

Y ellas respondieron:

‒Los rumores, la envidia, la maledicencia nos llevaron a ocultarlo.

El sabio se echó a llorar. Y cuando la gente lo vio llorando, pensó que llorar ante las cebollas era propio de personas muy inteligentes.

Por eso se sigue llorando cuando una cebolla nos abre su corazón.




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