Es de las primeras plantas cultivadas. Su origen se sitúa en Asia Central. Los griegos y romanos la trajeron a Europa. Es un alimento bajo en calorías y alto contenido en fibra.
Te hace llorar por el ácido
sulfúrico. En la Europa medieval el ácido sulfúrico era conocido como vitriolo
por los alquimistas. Se le consideraba la sustancia química más importante y se
intentó utilizar como piedra filosofal. Galeno, Dioscórides y Plinio el Viejo
plantearon su uso médico.
Una solución para llorar
menos es enfriarla antes de cortarla. Las moléculas tienden a moverse más
rápido cuando está calientes y más despacio cuando están frías.
La salsa provenzal deriva de
un preparado alimenticio muy usado entre los gladiadores y legionarios, una
mezcla de ajo, cebolla y aceite de oliva con posibles añadidos de laurel,
perejil, albahaca, y romero.
Eso es lo que dicen los
eruditos.
Pero la leyenda cuenta que…
Había una vez un edén donde
los árboles arropaban un gran huerto repleto de puerros, zanahorias, acelgas,
remolachas, ajos, calabacines, tomates, pimientos, berenjenas…
Daba gusto sentarse a la
sombra de un ciprés y contemplar todo aquel verdor, dirigir la mirada hacia las
nubes, la aurora, el arcoíris, y escuchar el canto de los pájaros.
Un buen día, de pronto, comenzó
a brotar una planta herbácea a la que llamaron cebolla. Cada una tenía un color
diferente: rojo, amarillo, naranja, morado... El caso es que los colores eran
irisados, deslumbrantes, como el color de una sonrisa o el de un bonito
recuerdo.
Se investigó acerca de aquel
misterioso resplandor, y resultó que cada cebolla tenía dentro, en el mismo
corazón, una piedra preciosa. Esta tenía un topacio, la otra una aguamarina,
aquella un lapizlázuli, acullá una esmeralda...
Por una incomprensible razón
se empezó a decir que aquello era peligroso, intolerante, inadecuado y hasta
vergonzoso. Total, que las bellísimas cebollas tuvieron que empezar a esconder
sus piedras preciosas con capas y más capas, cada vez más oscuras y feas, para
disimular lo más recóndito de su ser.
Una tarde veraniega pasó por
allí un sabio que entendía el lenguaje de las cebollas, y preguntó:
‒¿Por qué no mostráis vuestro
interior?
Y ellas respondieron:
‒Los rumores, la envidia, la
maledicencia nos llevaron a ocultarlo.
El sabio se echó a llorar. Y
cuando la gente lo vio llorando, pensó que llorar ante las cebollas era propio
de personas muy inteligentes.
Por eso se sigue llorando
cuando una cebolla nos abre su corazón.
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