lunes, 1 de marzo de 2021

Amantes de mis cuentos: En el principio de los tiempos

 



Cuando Eva tuvo su primer hijo pensó que era el momento adecuado para hacerle saber a su marido cuál era el sitio que ocupaba en el nuevo hogar. Dadas las circunstancias tenía que ponerse a trabajar, nada de zanganear, ni de estar sentado viendo a lo lejos el paraíso, le dijo compasiva. Y es que Adán no se daba cuenta que había que hacer de la necesidad, virtud. Se pasaba el día ordenando sus pensamientos, le pesaba no haber cumplido con el mandato de fidelidad y obediencia, y por supuesto, hubiese preferido no haber llegado al conocimiento del bien y del mal. Se prometió no volver a comer manzanas, nunca más. Parecía que todo su futuro se desplegaba súbitamente ante él.

Pero la serpiente no dejó de importunar. El primogénito se dedicó a la agricultura, era un joven fuerte y bien nutrido que nació para ser salvaje y asesinó a su hermano por pura envidia. El segundo pastoreaba ovejas, un santo, que ofreció a Dios lo más selecto de su rebaño por generosidad y no por obligación. Tras su muerte tuvieron al tercero. Y así fue transcurriendo la existencia.

Después de la expulsión del Edén, el reloj de la vida de Adán se desbocó, en un santiamén llegó a los novecientos treinta años. Y recorriendo su interminable vacío, vio a lo lejos la menguada figura de un hombre bueno, al que le rogó que lo alejara de las tentaciones para que jamás le sucediera nada malo.

Y supo que todo iría bien. Porque si el mal no cejaba en el empeño, el bien tampoco.

© Marieta Alonso Más

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