sábado, 11 de junio de 2022

Socorro González-Sepúlveda Romeral: El escote de pico

 


                                  

Cuando ella, educada en un colegio de monjas, vio aquel escote en forma de pico, que llegaba hasta la cintura, y la sonrisa maliciosa e inocente a la vez, que aquella jovencita le dedicaba a su marido, estuvo a punto de gritar, pero se contuvo. Estaba celosa, muy celosa, pero por nada el mundo dejaría que se lo notasen. Vio iluminarse los ojos, siempre tristes y apagados, del hombre con el que vivía desde hacía más de treinta años, al mirar aquel escote perfecto y los pechos redondos y rosados que se insinuaban.

Se sentía humillada en lo más hondo, traicionada, arrojada del paraíso donde era la única Eva. Quiso compararse y, razonaba para sí: soy una mujer más alta, más culta y más elegante que ella; voy a exposiciones y estoy al tanto de las últimas tendencias en pintura, escultura…  He leído a los mejores autores, ella seguro que no ha leído un libro entero en su vida. He sido siempre fiel, aunque no me han faltado ocasiones. He sido buena con él. No tendrá quejas de mí, sin embargo, basta un escote de pico…

Luego, comenzó a flagelarse: la culpa es mía, reconoció. No soy elegante, en realidad, soy un poco cursi vistiendo y además anticuada. Recordó los vestidos oscuros con cuello blanco, un tanto monjiles, que se llevaban hacía veinte años y que, aún tenía en su armario. En cambio, no recordaba la última vez que habían sentido atracción sexual el uno por el otro.  Le entraron unas ganas tremendas de competir con aquella chiquilla, pariente lejana, que acababa de llegar del pueblo.

─Dime, Cristina, ¿Dónde has comprado el vestido con ese escote de pico tan fascinante?

─Nos vamos de compras ─le dijo al marido, que las miraba sin comprender. No nos esperes para cenar.

© Socorro González-Sepúlveda

 

                        


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