Caminaba, etérea y solitaria, por aquel
cementerio que hacía años que nadie visitaba. Su sombra, otrora la de una
dama, ahora la de una bestia descarnada, aparecía y desaparecía oculta por
las tumbas sin nombre. Apenas hacía ruido mientras paseaba sin prisa. De hecho,
era como si todo a su alrededor se hubiera detenido para acomodarse al silencio
de sus pies descalzos.
La tela negra del vestido arrastraba por el
suelo, pero ni tan siquiera su roce en la hierba producía sonido alguno. Una
sonrisa se dibujó en sus labios color carmesí manchados de sangre. El velo
translúcido tan solo los insinuaba, aunque sus ojos del color de las llamas brillaban
con fuerza. Como a plena luz del día.
Aunque hacía años que ella no tenía el
privilegio de disfrutar de los rayos del sol.
Habitualmente no tenía necesidad de
apresurarse. La eternidad era muy larga, pero la maldición que pesaba sobre
su alma en pena la obligaría pronto a resguardarse. Chasqueó la lengua al
recordar que no tenía tanto tiempo como hubiese deseado y emprendió el camino
al mausoleo que se había convertido en su hogar.
La oscuridad, esa que la acompañaba desde
hacía tanto tiempo, la recibió con dulzura y ella no pudo más que dejarse caer
en sus brazos. Como
llevaba haciendo desde aquella noche tan lejana que la había cambiado para
siempre.
© MJ Pérez
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