No tuve que ir a una inclusa.
Cuando mis padres murieron tía Emma vino a buscarme y me llevó con ella. No se
casó nunca y eso que tenía muchos pretendientes. Decía que cuando fuera mayor
se casaría conmigo. Cada noche me contaba un cuento como aquel en que Aníbal,
ese general cartaginés que atravesó los Pirineos, había enseñado a su elefante
favorito a servir de semáforo: si la trompa estaba para arriba no se podía
continuar, «stop»; si estaba para abajo se podía seguir, «go». Yo creía a pie
juntillas todo lo que mi tía decía, y de paso aprendía inglés.
Una noche a mis seis años le
dije llorando que quería que mi mamá viniese a contarme cuentos y me explicó
que eso no era posible, que mi mamá nunca supo contarlos bien, empezaba por el
final, se olvidaba de los comienzos, confundía las siete cabritillas con los
tres cerditos. Que lo que hacía muy bien era el flan de huevo.
Se puso en pie, echó la oreja
hacia adelante, y me mandó a callar… Mi mamá le estaba diciendo que me diera la
libreta con sus recetas. Mi tía se negaba, y yo que sí, ella que no, al final la
convencí. Y creo que mi madre le echó una buena regañina, no podía hablar
conmigo porque en el cielo se hablaba en arameo y yo solo hablaba en cubano. En
cambio, mi tía hablaba todos los idiomas del mundo.
A regañadientes preparó los huevos,
la leche condensada, la evaporada, la vainilla…, me dejó solo en la cocina
porque mi madre estaría a mi lado guiándome. Y lo estuvo. Tanto que tía Emma tuvo
que venir a decirme lo que mi madre susurraba en su oído, que usara el frasco
con el caramelo ya hecho para que no me fuera a quemar. Me quedó rico, rico. Cada
sábado nos sentábamos en la cocina mi tía y yo a esperar a que mi madre viniera
a enseñarme un postre diferente.
Yo quería ser médico, escritor y repostero. Las tres cosas es mucho ¿verdad tía? Se quedó pensativa. Solo un momento.
Si J. Cronin pudo ser médico y escritor, tú siendo cubano puedes hacer las tres cosas. Recuerda cariño que eres el mejor y en caso de no serlo, lo aparentas, y ya está. A veces mi tía dice cada cosa que me deja pasmado. Menos mal que mi madre, mucho más sensata, le susurró al oído que yo hiciera las cosas de una en una, que estudiara medicina, que escribiera mis vivencias y que atiborrara a la familia de pastelitos, flanes y pudines.
© Marieta Alonso Más
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