miércoles, 2 de noviembre de 2022

Amantes de mis cuentos: El canto del cisne

 


 

Ovidio dejó escrito que el cisne canta

solo una vez, al morir, su propio réquiem.

Plinio el Viejo escribió que la observación demuestra

que lo que se dice de que el cisne canta al morir, es falsa.

Para Peter Pallas, naturalista, los cisnes emiten una serie de

notas, mientras espiran  su último aliento antes de morir.

 

 

Hacía tanto calor que hasta las mariposas se posaban en la barandilla para aprovechar el aire de mi abanico. Yo seguía sentada en silencio. Tenía miedo. Había muchas posibilidades de que, por vez primera en su vida, mi marido no pudiera cumplir con su palabra. Las voces de mis hijos llegaban de la habitación de al lado. Acababan de despertar.

El runrún de la máquina de coser, me decía que Jacobo seguía sin parar. Así llevaba una semana cose que te cose. Yo me había echado unas dos horas. No podía más. Había que terminar el último smoking que le quedaba por hacer. En media hora. La boda del hijo del terrateniente era el evento más importante de los últimos veinte años. Y todo tenía que estar perfecto.

Heriberto era introvertido. Se le podía comparar con un armario cerrado con esa vieja llave que había sido tirada al río. Pero cuando hablaba siempre tenía una palabra amable. No era efusivo, tampoco distante. Era como si siempre estuviera en el lugar que le correspondía estar.

Yo le aceptaba tal y como era. Si hasta fui yo quien se le declaró y él quien asintió con la cabeza. La única vez que habló de amor fue cuando el cura le preguntó si me quería por esposa. Volvió a decir que sí con la cabeza. Y le tuve que pellizcar para que lo dijera en alta voz.

Su trabajo era de esos que tiene muchos días sin tener nada que hacer y de pronto, todo te viene a burujón y con muchas prisas. Desde que comenzó todo este trajín no había emitido sonido alguno, la protestona era yo.

Llegó el mayordomo y su ayudante en busca del traje del novio, el del padrino, el de... Y contra todo pronóstico mi Jacobo salió y lo entregó todo. Le pusieron en la mano el sobre con la paga. Se quedó viendo marchar el carruaje. Me acerqué para darle un abrazo, un beso y la enhorabuena. Lo había logrado. Me miró, sonrió, y diciendo: ¡Te quiero! se desplomó en mis brazos.     

 

© Marieta Alonso Más

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