Ovidio dejó escrito que el cisne canta
solo una vez, al morir, su propio réquiem.
Plinio el Viejo escribió que la observación demuestra
que lo que se dice de que el cisne canta al morir, es
falsa.
Para Peter Pallas, naturalista, los cisnes emiten una serie de
notas, mientras espiran su último aliento antes de morir.
Hacía tanto calor que hasta
las mariposas se posaban en la barandilla para aprovechar el aire de mi
abanico. Yo seguía sentada en silencio. Tenía miedo. Había muchas posibilidades
de que, por vez primera en su vida, mi marido no pudiera cumplir con su
palabra. Las voces de mis hijos llegaban de la habitación de al lado. Acababan
de despertar.
El runrún de la máquina de
coser, me decía que Jacobo seguía sin parar. Así llevaba una semana cose que te
cose. Yo me había echado unas dos horas. No podía más. Había que terminar el
último smoking que le quedaba por hacer. En media hora. La boda del hijo del
terrateniente era el evento más importante de los últimos veinte años. Y todo
tenía que estar perfecto.
Heriberto era introvertido.
Se le podía comparar con un armario cerrado con esa vieja llave que había sido
tirada al río. Pero cuando hablaba siempre tenía una palabra amable. No era
efusivo, tampoco distante. Era como si siempre
estuviera en el lugar que le correspondía estar.
Yo le aceptaba tal y como
era. Si hasta fui yo quien se le declaró y él quien asintió con la cabeza. La
única vez que habló de amor fue cuando el cura le preguntó si me quería por
esposa. Volvió a decir que sí con la cabeza. Y le tuve que pellizcar para que
lo dijera en alta voz.
Su trabajo era de esos que
tiene muchos días sin tener nada que hacer y de pronto, todo te viene a burujón
y con muchas prisas. Desde que comenzó todo este trajín no había emitido sonido
alguno, la protestona era yo.
Llegó el mayordomo y su
ayudante en busca del traje del novio, el del padrino, el de... Y contra todo
pronóstico mi Jacobo salió y lo entregó todo. Le pusieron en la mano el sobre
con la paga. Se quedó viendo marchar el carruaje. Me acerqué para darle un
abrazo, un beso y la enhorabuena. Lo había logrado. Me miró, sonrió, y
diciendo: ¡Te quiero! se desplomó en mis brazos.
© Marieta
Alonso Más
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