viernes, 13 de enero de 2023

Malena Teigeiro: Rimas de Bécquer

 


Nina era bajita, romántica y dulce. Sus hermosos ojos azules buscaban enamorados al hombre de sus sueños. Y se fijaron en Andrés. Después de unos leves escarceos, Nina le confesaba a su hermana que ya tenía novio. Era Andrés, un joven alto, esbelto y pálido, que cada vez que sonreía mostraba unos dientes blancos y fuertes. ¿Andrés? Pero, Nina, si en vez de reír relincha, exclamó su hermana. A ella sus comentarios no le importaron. Eran de envidia. Pues, a su juicio, ella no entendía de belleza ni tampoco encontraba un hombre que la quisiera.

Nina vivía en una constante exaltación amorosa. La mirada febril de Andrés y el rizo que como a Bécquer, le caía por la frente le hacían vibrar. Esperaba ansiosa el paseo que daban todas las tardes recitando versos de Pedro Salinas y de Juan Ramón Jiménez. Incluso de Espronceda. Y cuando llegaban al paseo marítimo, abrían sus sillas de madera y se sentaban frente al mar. Allí, él, mientras le acariciaba la mejilla, le recitaba

Tu pupila es azul y cuando ríes
su claridad suave me recuerda
el trémulo fulgor de la mañana
que en el mar se refleja.

Hasta que un día, aquel hombre siempre vestido de negro, tallado en un junco seco, se tronchó y Nina se quedó sin novio que le recitara poesías al borde del mar. Aquella noche agarrada a la almohada lloró rememorando su voz

Tu pupila es azul y cuando lloras
las trasparentes lágrimas en ella
se me figuran gotas de rocío
sobre una violeta.

 Al día siguiente, contemplaba el cuerpo de Andrés en su caja de madera, abrazada a la que iba a ser su suegra. Su negro y elegante rizo, le caía sobre la frente, ya de color de cera. Y volviéndose hacia la doliente madre le pidió que le entregara aquel trozo de cabello. ¿Ese?, le preguntó con los ojos brillantes la transida mujer. Nina movió la cabeza y ella, acercándose al túmulo emocionada, lo cortó. La doliente novia se lo guardó al lado de su corazón envuelto en su pañuelo blanco.

Durante el entierro, no dejó de acariciarse el pecho, gesto que muchos interpretaron mal. Cuando al finalizar las honras fúnebres volvió a casa, después de recibir los abrazos de su madre y hermana, entró en el dormitorio, y guardó unos cuantos cabellos en el relicario de plata que se colgó del cuello. El resto lo dejó en una cajita forrada de terciopelo junto a una foto de su amado, un dibujo de una ola del mar, y el final de la rima de Bécquer que él le recitaba cuando se despedían en el portal.

Tu pupila es azul y si en su fondo
como un punto de luz radia una idea
me parece en el cielo de la tarde
una perdida estrella.

Nina continuó paseando al borde del mar mientras rememoraba algunos versosluego se sentaba al lado de la silla vacía de Andrés y extendía la falda para que nadie tuviera tentación de hacerlo a su lado. Y allí, la enamorada, releía un poema tras otro. Poco a poco, todos, excepto ella, fueron olvidando a aquel apuesto joven que había sido su prometido.

Pasaron los años, los días, las mañanas, sin que Nina al atardecer, hiciera frío o calor, dejara de sentarse a leer poesía en las dos sillas, de tal modo que su figura, al igual que las sombrillas, las farolas y los bancos, comenzó a formar parte del paisaje

Una tarde escuchó una voz que le preguntaba si aquella silla estaba vacía. Ella por primera vez desde que Andrés se había ido, sintió que el perfume que emanaba deaquel caballero le encogía el sentido. Dejó el libro sobre su falda, levantó la mirada, y estirando los labios en una tímida sonrisa, dijo: Está libre. Es que como la veía ocupada con su vestido, murmuró el caballero. Habrá sido el viento, contestó Nina retirando la falda del asiento. ¿Le gusta la poesía?, le preguntó el caballero ya cómodamente instalado en la silla de Andrés. Y ella le mostró la tapa del libro que estaba leyendo.

Continuaron charlando sobre los versos, los cuentos y los amores que el mar había inspirado, hasta que cuando ya casi caía la noche y Nina se levantó para marcharse, él le preguntó si podía acompañarla hasta su casa. Delante del portal, ceremonioso, el caballero le besó la punta de los dedos y quedó con ella para el día siguiente.

Aquella noche Nina dormía tranquila cuando escuchó la voz de Andrés:

Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar, ...
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán!

Quizá no, le contestó entre sueños. Pero sentiré el calor de sus dedos en el pecho. Porque lo que es el rizo de tu cabello ya hace tiempo que no me produce sentido alguno.

Y desabrochándose la cadena de la que pendía el relicario del cuello, la guardó en el cajón de la mesilla. Sintió que al alejarlo, también se despedía de Andrés. Aquella noche en sus sueños solo aparecía el caballero de mediana edad que al sujetarla por el codo para cruzar la calzada, le acarició el pecho.

 

© Malena Teigeiro

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