martes, 7 de febrero de 2023

Caleti Marco: Felicidad

 



Fue desde niña un ser de constitución menuda; de carácter alegre; ingenua y recatada. Ninguno de los reveses de la vida pudo con ella.

Pasó su primer año en un pequeño pueblo del País Vasco. Lisa, que así se llamaba su madre, pertenecía a una familia de renombre de la sociedad vasca. Su prematura maternidad las relegó a madre e hija al más puro ostracismo por parte de la familia.

Lisa sería madre soltera. A pesar de las recomendaciones en contra, siguió adelante con su embarazo. «La llamaré Felicidad». Lisa estaba impaciente; aquella criatura colmaría de gozo la vida de una madre joven que se hizo mujer más pronto de lo esperado. Lisa, repudiada por su familia, acabó acogida por unos parientes en Madrid. Buscó un oficio, tenía que obtener ingresos para su sustento; no aceptaría la caridad de su familia sin aportar algo a cambio.

Años después lo conoció; tuvo que esforzarse mucho para captar su atención. Don Braulio, era un hombre riguroso —ya entrado en años— amable y cortés; solitario y algo chapado a la antigua. Culto e instruido, químico de formación. Era mutilado de guerra; un desafortunado incidente en el frente lo dejó estéril, no podía concebir hijos. Lisa vio en él su oportunidad. «Me casaré con él». No paró hasta conseguirlo. Don Braulio nunca le confesó a Lisa su discapacidad; pero ella lo sabía.

Felicidad, cansada de ver pasar hombres de diferente condición pretendiendo a su madre, aceptó de buen grado a Braulio que a partir de ese día sería su padre. «Llámame papá», le dijo nada más contraer matrimonio.

Y Felicidad fue creciendo, se convirtió en una mujer hecha, inteligente y segura, eso sí, sin perder un ápice de candor y sencillez; educada por un padre al que le costó aceptarla como hija. Braulio tardó en adoptarla, lo hizo cuando Felicidad cumplió los cuarenta años. Nada de aquel ambiente familiar algo desconcertante hizo mella en su forma de ver la vida. Felicidad era dulce y cariñosa, y seguiría siéndolo; estaba siempre feliz; cantaba a todas horas con una bonita y armoniosa voz; y en su línea, seguía volcada en ayudar a los demás. No escatimaba en hacer lo imposible por resolver cualquier circunstancia por pequeña que fuese si se lo pedían.

Su formación escolar le dio justo para concluir el bachiller superior. Lo suyo fueron los idiomas, cosa poco habitual en aquellos años. Hablaba y escribía correctamente el francés y el portugués. Lo aprendió de niña en el colegio; lo perfeccionó practicando con un par de novios que tuvo en sus años mozos, y cantando canciones en ambas lenguas. Su cualificación le sirvió para encontrar acomodo profesional en la Administración. Hacía traducciones y colaboraba con los departamentos de Comunicación Internacional del gobierno de su país.

Se enamoró locamente, de Felipe, uno de sus jefes. Lo hizo entregándose, como ella hacía siempre con todo. Pero… por desgracia se equivocó; tardó tres años en descubrir su infidelidad.  Él mantenía relación simultanea con dos mujeres; se refería a ambas como «mi novia». Ninguno de sus compañeros quiso sacar a Felicidad del error por miedo a poner en riesgo su puesto de trabajo. De hecho, seguían la broma con don Felipe, a espaldas de ella, mofándose de la ingenuidad e inocencia de la joven. Fue la última en enterarse; lo supo el mismo día que Felipe se casó.

Algo de todo esto le tocó el corazón. Se convirtió en una persona apocada y triste; la vida le había jugado una mala pasada. Su amiga Paulina, compañera de trabajo, la acogió con afecto y eso que también fue partícipe de las burlas de las que Felicidad había sido objeto. Ella, ajena a esto, aceptó confiada su gesto. Se hicieron inseparables; entre ellas se generó una gran complicidad. Felicidad recuperó el buen ánimo. Trabajaban juntas, compartían amistades, viajaban en su tiempo libre, y lloraban sus desengaños amorosos juntas.

Felicidad volvió a ser la de siempre, una mujer alegre y confiada. Generosa, dulce y cariñosa. Hábil en su trabajo y muy resolutiva. Amante de la buena vida, enamorada de los abalorios y los afeites. Se coló en la vida de sus amigos y en la de la familia de Paulina; las tardes de domingo Felicidad se incorporaba a las partidas de cartas que tenían lugar en casa de su amiga. Ahora bien, nadie la aceptó de primeras y sin embargo todos aprovechaban sus influencias y su impecable capacidad de gestionar asuntos complejos. Verla siempre junto a ellos —egoístas por naturaleza— los llevó a incorporarla como una más. Terminó haciéndose querer, sobre todo por la gente menuda de la familia de Paulina a los que contaba cuentos, compraba chucherías y cantaba canciones.

 

 

Hoy he ido a verla; la quiero. Se quedó soltera; está sola, sin familia y con pocos amigos; casi todos dejaron este mundo tiempo atrás; «eran muy mayores», me dice. —Ella jamás confesará los años que tiene— Pero… no hay que preocuparse, Felicidad es feliz; como siempre su actitud y modo de hacer honra su nombre. Vino al mundo para aportar lo mejor de ella, y a nadie dejó jamás en la estacada.

Cuando estoy con ella vive y rememora conmigo sus buenos recuerdos; te acoge jubilosa con una sonrisa. Está sorda y he de escribir las preguntas que le hago para que pueda responderme. Siempre hablamos de lo mismo; yo le sigo la corriente como si fuese la primera vez que saca el tema.

Cada vez está más torpe. Va en silla de ruedas; en absoluto se esfuerza por recuperar la capacidad de andar. Sin embargo, ¡sigue cuidando su imagen y su aspecto como nadie! Cuando me marcho de la residencia de mayores donde vive me despide con un sonoro beso: «¡Vuelve pronto!», me dice feliz, «te estaré esperando».

¡Aún le queda mucha vida por delante! Ninguno de los reveses de la vida ha podido con ella.

 

 

© Caleti Marco

No hay comentarios:

Publicar un comentario