viernes, 27 de septiembre de 2024

MJ Pérez: Del lago

 


 

El olor a hierro le despertó. Abrió los ojos con brusquedad, pero no consiguió ver nada. La oscuridad total lo rodeaba. El corazón comenzó a latir a toda velocidad en su caja torácica y la respiración comenzó a hacerse más rápida, más superficial. Al tratar de llevar su mano al pecho fue incapaz y aquel olor tan desagradable que lo había sacado de la inconsciencia volvió a sacudirlo. Tenía ambas manos encadenadas a la espalda y los pies ligados entre sí.

 

Apretó los dientes e hizo memoria. Como si por pura fuerza de voluntad fuera a ser capaz de hacer a su cerebro trabajar más deprisa, recordar cómo se había metido en aquel lío. Al principio, el esfuerzo le pareció estéril, pero poco a poco, los primeros flashes aparecieron en su cabeza. Alguien lo había atacado en la calle y luego lo habían metido en una furgoneta oscura. Había luchado tanto que acabó por recibir un golpe en la cabeza y perder el conocimiento. Se sentía mareado y con un dolor de cabeza insoportable.

 

Cuando consiguió acostumbrarse un poco a aquella oscuridad total, se dio cuenta que se encontraba en una especie de cobertizo diminuto. Podía intuir trastos por todos lados, aunque tapados por sábanas era difícil no imaginar algo más peligroso que una carretilla o unos viejos patines. Trató de moverse, soltar sus manos cautivas, pero lo único que consiguió fue hacer ruido y que el olor del metal mezclado, sin duda, con la sangre de su cabeza, se intensificase.

 

Que la puerta se abriera justo cuando daba un nuevo tirón fue una triste casualidad. Pues la persona que acababa de llegar no parecía muy contenta con aquello. Alargó la mano y lo puso de un pie de un tirón. Intentó razonar, hablar del dinero que tenían sus padres, de lo influyente que era su familia y del problema en el que se estaba metiendo de no dejarle libre. El tipo, deduzco que lo era pese a la oscuridad reinante, lo ignoró y se lo cargó el hombro. Dejó escapar todo tipo de improperios, pero no sirvieron de nada.

 

Una vez fuera, aunque boca abajo, supo que estaba cerca de un lago o un río y gritó aún más. Pero aquella mole, de la que ahora podía ver sus enormes botas y sus macizas pierdas, no hizo nada. Tan solo dejarlo caer al suelo de cualquier manera y marchase por donde había venido. Se sentó como pudo y observó a su alrededor, la luna brillaba llena en el cielo y tenía el lago a un suspiro de distancia. Sus labios trataron de formar palabras pero de pronto una carcajada lo hizo callar.

 

Como un demente se volvió hacia el sonido y se encontró con una mujer con el cabello más negro y la piel más clara que había visto en su vida. Era hermosa, de una belleza irreal, e iba completamente desnuda. Sonrió con unos labios rojos y brillantes y se acercó hasta él a pequeños y delicados saltos. No dijo nada, se llevó el dedo índice a los labios y él sintió que la oscuridad se adueñaba de su corazón, que aquellos ojos azules con extrañas líneas horizontales se lo tragaban todo. Las tinieblas parecieron cernerse más sobre él y de pronto, de la nada, dejó de sentir.

 

No hizo preguntas, ni a ella ni a él mismo. No sobre la fuerza sobrehumana de aquella criatura al lanzarlo al lago con una violencia sin sentido, no por qué su vida humana iba a acabar de aquel modo tan aleatorio ni por qué renacería como un ser de las oscuras aguas. Las cosas serían así y aquellos ojos lo habían convencido de ello. La muerte solo era un paso a dar para convertirse en eso que ella esperaba.

 

© MJ Pérez

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