viernes, 19 de septiembre de 2025

Liliana Delucchi: La llamada



 Es la hora. Don Severo ya está sentado en el sillón frente a la ventana. Con sus gafas de lejos enfoca la cabina de la calle de enfrente, a escasos metros de su casa. Te estás retrasando, chiquilla. ¡Ah!, ya te veo. Tranquila, él esperará.

Como todas las noches, a las once en punto, una joven desconocida, a quien él ha bautizado Beatriz, se acerca a llamar por teléfono. La conversación con quien sea que está al otro lado de la línea suele durar entre quince y veinte minutos. Luego, ella desanda el camino con la mirada fija en las baldosas, como si buscara en ellas el rostro de alguien o una respuesta.

Si el anciano reparó en la chica, no fue por cotilleo de viejo aburrido. No, su pelo rubio ensortijado y esa forma de caminar alada le recordaron a su adorada Griselda. ¡Cuánto te echo de menos, pequeña! Con ese futuro que tu madre y yo habíamos planeado para ti. Pero él te embrujó, dejaste tus estudios con notas de campeonato, como solíamos decir, y lo seguiste para que él cumpliera sus sueños. ¿Y los tuyos, querida?

Gris, te llamaba, y yo me enfurecía porque ése no era tu nombre. Llámala Griselda, que es su nombre completo. Gris es un color triste y ella no lo es.

No se enfade, don Severo, es solo un diminutivo. ¡Diminuto eres tú!, pensé, pero mantuve silencio. Quizás debí haber hablado.

El anciano vuelve al presente para ver, a través de los cristales de la cabina de teléfono, a la lozana Beatriz. Parece enojada. Aunque don Severo no puede ver su rostro, los gestos de la mano derecha denotan indignación. Cuando cuelga el auricular, la chica se apoya sobre el aparato, como si necesitara recuperar fuerzas para regresar a donde sea que regrese.

Consternado, el hombre baja la cabeza. Su mente se llena de recuerdos, algunos amables, otros tristes, todos lejanos. Enciende el televisor. Una comedia, necesito una comedia.

Fue la noche siguiente cuando, al ver a la joven llorar desconsolada, tomó la decisión. Mañana le escribiré una nota. Lo hizo. Cinco minutos antes de las once, bajó hasta la calle y dejó un papel sobre el teléfono. En el mismo le decía que nadie era digno de sus lágrimas, que era muy joven para gastar su vida con quien no la merecía. A continuación, la firmó, agregando su número de móvil. Subió a casa y se limitó a esperar frente a la ventana.

La vio leer la misiva, mirar hacia todos lados hasta descubrirlo sentado junto a la lámpara. Una tenue sonrisa se dibujó en su cara llorosa, pero no lo llamó.

Don Severo se preparaba una sopa cuando escuchó el timbre. Al otro lado de la puerta encontró a Beatriz, con su nota en la mano.

—Estoy haciendo la cena, ¿te apetece acompañarme?

—Encantada, gracias.

© Liliana Delucchi

No hay comentarios:

Publicar un comentario