jueves, 18 de septiembre de 2025

Paula de Vera: Preludio de guerra (Shikamaru y Temari): Parte I

 



El cielo sobre la Aldea de la Nube estaba despejado cuando finalizó la última reunión de coordinación entre los Kages. Tras despedirse con la debida cortesía y dirigirle un gesto cómplice a su hermano, Temari bajó por las escaleras de la Torre Raikage con paso decidido. El leve eco de sus sandalias apenas se oía más allá del siguiente rellano. Llevaba la ropa de batalla doblada sobre un brazo y notaba cómo le bullía la mente de anticipación, algo nerviosa por la batalla que se avecinaba. Todo estaba listo para partir hacia el frente en unas horas, pero la sensación de vértigo en el estómago no la abandonaba.

No tenía miedo. No exactamente. Quizá era una punzada de dolorosa consciencia: un recordatorio de que muchos de ellos —algunos con los que había crecido, entrenado, discutido o luchado— no regresarían.

Suspiró mientras recorría el pasillo hacia los aposentos asignados a las visitas. Todavía tenía que cambiarse para la formación en el patio principal. Pero no podía evitar que su mente regresara una y otra vez a las figuras que más se habían destacado en esas reuniones. Entre ellas, una en particular: Shikaku Nara.

Lo había observado en silencio mientras discutía con los Cinco Kages, desde su posición tras la Quinta Hokage... Siempre con ese tono calmado y sereno de quien piensa más rápido de lo que habla. Admiraba su templanza, su capacidad para marcar el ritmo sin imponerlo y para ofrecer soluciones a los más impulsivos sin levantar la voz ni perder los nervios. Además, tenía la humildad de reconocer sus errores, aunque no eran frecuentes. Era evidente por qué lo habían escogido como estratega general para esa guerra.

Sin embargo, Temari no podía evitar compararlo constantemente con su hijo.

En su día, cuando Shikamaru fracasó en la misión de recuperar a Sasuke, apenas había visto a Shikaku de lejos. La primera impresión que tuvo fue la de un ninja serio, grave, estricto... Lo que Temari habría calificado como el ninja ideal para un mundo en el que la guerra y el odio nunca daban tregua.

Ahora se daba cuenta, tras haberlo conocido más, de que su discurso en ese momento también tenía un matiz que no supo percibir: una forma silenciosa y quizá poco sensible, pero efectiva, de decirle a su hijo que no se rindiera. Que siguiera adelante. En ese momento, Shikamaru era un muchacho derrotado, encorvado por la culpa, pero incluso entonces ya se vislumbraba en él algo especial. A pesar de su juventud, de ser el chūnin más joven de su generación y de ser más sensible de lo que Temari hubiera imaginado jamás en un compañero de armas masculino, su forma de comportarse y actuar ya denotaba esa especie de seriedad y templanza silenciosa que resultaba imposible de ignorar.

Ahora, años después, podía afirmar sin dudar que lo admiraba casi tanto como a su padre. Por supuesto, no lo admitiría en voz alta ni bajo tortura, pero había algo en él que la descolocaba más de lo que quería reconocer. Lo había visto tomar decisiones sin pestañear, con la misma cabeza fría que distinguía a su padre, y con una claridad en el juicio que, en ocasiones, la ponía nerviosa. No en un sentido romántico, por supuesto; Temari se consideraba más práctica que todas esas tonterías adolescentes. Le resultaba frustrante que Shikamaru se escondiera tan obstinadamente tras esa pereza fingida y esas quejas repetitivas en las que sabía que no creía. Porque, si había algo que no cambiaba, era que, en el momento de la verdad, ese “vago irremediable” era uno de los ninjas más firmes y decididos que había conocido.

«Shikamaru tiene ese mismo potencial, aunque no quiera admitirlo y a veces parezca el último en creérselo».

Resopló indignada, sin querer.

«Será idiota».

Lo más intrigante del primogénito de Shikaku era que, a diferencia de otros, jamás alardeaba de ello. Se limitaba a inclinar la cabeza y retirarse de nuevo a las sombras, sin pedir nada a cambio. Salvo, quizá, por una cosa.

Recordaba su última visita a la aldea de la Hoja, antes de su destrucción. El duelo en sus ojos por Asuma Sarutobi. La dureza con la que la recibió al principio... y lo que pudo entender, a partir de retazos de información que escuchó entre sus compañeros o en los rincones de la Torre Hokage, antes y después de ese encuentro.

Shikamaru se había vengado. Lo había planeado todo y su estrategia había acabado con dos miembros de Akatsuki. Se había vengado sin pestañear de aquellos que le habían arrebatado lo que más le importaba.

Tan absorta iba en sus pensamientos que apenas se dio cuenta a tiempo de que estaba a punto de chocarse con alguien al girar una esquina, junto a un pequeño mirador. Frenó y ralentizó el paso justo a tiempo, aunque su corazón dio un ligero vuelco, mezcla de sorpresa y algo más. Algo a lo que aún no quería poner nombre, sin estar segura de lo que significaba y sin querer darle más importancia.

Como si lo hubiera invocado con sus pensamientos, Shikamaru Nara estaba allí. Le daba la espalda a medias, pero ni siquiera se giró al percibir su presencia. Al contrario, se limitó a seguir caminando. Su expresión mostraba, como de costumbre, que andaba sumido en sus pensamientos. Sin embargo, Temari detectó algo que no había identificado en otras ocasiones: fruncía el ceño igual que su padre.

Ese gesto de concentración, que para alguien que apenas conociera a Shikamaru podría pasar por simple fastidio, era el mismo que tenía Shikaku cuando reflexionaba inclinado sobre mapas y documentos, justo antes de dar un veredicto o plantear un plan.

Al verlo, Temari sintió cómo se le aceleraba el pulso sin razón aparente en apenas un segundo. Sin querer, sonrió para sus adentros con algo que se asemejaba al orgullo por el ninja que tenía delante.

«Esto solo confirma lo que llevo años pensando de él. Tiene talento para más cosas y debería aprovecharlo».

Quizá por eso no le sorprendió cuando, al repartir los cinco destacamentos del ejército, Gaara aceptó sin dudar la sugerencia de nombrar a Shikamaru capitán sustituto de la Cuarta Unidad, que estaría directamente bajo su mando. Al barajar opciones, su hermano le había preguntado, por supuesto... Y no admitiría, ni bajo tortura, que ese había sido uno de los pocos nombres que había salido de su boca. Aunque Shikamaru solo fuera un chūnin, tenía talento para liderar, pero le faltaba un pequeño empujón para demostrarlo y hacerse valer de verdad. Por suerte, Gaara tardó muy poco en tomar la decisión.

«Tengo más fe en este cabeza hueca que él mismo», resopló Temari para sus adentros con resignación antes de dar un paso más en su dirección. «Solo espero no haberme equivocado».



Historia inspirada en Shikamaru Nara y Temari, personajes del manga/anime “Naruto/Naruto Shippuden”

Imagen: “Stargazing”, de Paula de Vera

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