martes, 7 de octubre de 2025

Amantes de mis cuentos: Historias de la niñez. El tendero

 


 

En el colmado del tío Genaro había todo lo que un niño podría desear. Y mi amigo Manolito era uno de esos niños. La mercancía estaba tan abigarrada que nadie, ni siquiera él, podría saber a ciencia cierta, lo que, en verdad, quería.

Al ir para el colegio, cada mañana, allí se paraba, tras dar los buenos días preguntaba al anciano vendedor lo que podía comprar con un centavo. Era su paga del mes y tenía que administrarla.

El tío Genaro ni siquiera se molestaba en contestar. Sacaba tres patatas, tres zanahorias, tres cebollas y lo ponía en la esquina derecha del mostrador.

—Elige.

A Manolito se le iban los ojos para la carne, los tomates, el aguacate.

—Lo pensaré —contestaba.

Así desde el día primero de mes hasta el día treinta o treinta y uno Manolito miraba, remiraba, manoseaba, hasta que por fin decidía qué comprar. Para no engañar, pensaba Genaro, en febrero la decisión la tomaba el veintiocho o veintinueve, si era bisiesto. Y le cobraba el centavo.

Pero, lo bonito, lo que esperaba con ansia aquel niño esmirriado era que una, dos o tres veces a la semana, por sorpresa, aquel hombre con mirada tenebrosa y encías medio deshabitadas dejaba caer un trozo de pan, dos lascas de chorizo y un plátano: Si lo quieres, ahí lo tienes. Regalo de la casa. Y Manolito arramplaba con todo, le daba las gracias cientos de veces, su madre le decía que tenía que ser educado y se iba corriendo al colegio. Aquel día, merendaba.

 

© Marieta Alonso Más

 

    

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