Felipe
V, el primer rey Borbón de España, añoraba el Palacio de Versalles, el
madrileño de los Austrias le parecía frio, carecía de tapices, el mejor ornato para una mansión real y
decide crear en la Villa y Corte una fábrica de tapices análoga a la de
Gobelins de Paris.
Para
realizar su deseo hace venir de Amberes a uno de sus mejores tejedores Jacobo
Vandergoten, acompañado de sus cuatro hijos, diestros en el oficio, que se
instalan en un antiguo taller de la calle Santa Isabel ya existente muchos años
atrás, como atestigua el cuadro de Velázquez, “Las Hilanderas”.
Vandergoten
monta los telares de alta y baja liza y contrata a doscientos operarios que muy
pronto igualan e incluso superan la destreza de sus maestros holandeses. El
éxito fue total y los encargos tan numerosos que el taller resulta insuficiente
y deben trasladarse a una abandonada fábrica de pólvora situada junto a la
Puerta de Santa Bárbara.
La caza de la Codorniz. Francisco de Goya Lucientes Cartón que Goya entregó a la Real Fábrica en 1775. |
Paralizados
los trabajos en 1808 por la Guerra de la Independencia, será Fernando VII el
que vuelva a abrir la fábrica con Francisco, Jacobo, Adrián y Cornelio, los
hijos del fallecido Vandergoten, los pocos oficiales que quedaban y un
considerable número de alumnos, con tanta eficacia que en menos de diez años
los Palacios Reales y el Monasterio del Escorial vuelven a lucir hermosos
tapices. Hasta que, a finales del siglo XIX, el vetusto edificio amenaza ruina
y se decide el traslado a un edificio de nueva planta en el, entonces, llamado
Olivar de Atocha, muy cerca del Santuario de la Virgen del mismo nombre, una
edificación austera, funcional con altos techos donde poder ubicar los grandes
telares verticales, amplios ventanales que dejaran pasar luz abundante y una
amplia estancia con fogón y chimeneas donde se cocían los tintes naturales, el
amarillo de las capas exteriores de la cebolla, el azul del índigo de la India,
el rojo de las cochinillas…
Hay
que señalar que hoy, como única innovación, la cocina se ha sustituido por un
laboratorio de tintes, porque lo demás prácticamente sigue igual, las mismas
ruecas para devanar las madejas de lana, los mismos telares, las mismas
estanterías donde se apilan miles de madejas de todos los colores, el mismo
estilo de trabajo, los oficiales delante del telar, una fila de nudos, dos de
yute y compactar con un peine especial, un trabajo duro que encallece las manos
apenas protegidas por un fino guante que no estorbe el manejo de la plana
tijera con la que “recortean” las alfombras
que también se elaboran en la fábrica, tarea que hay que realizar a
mano, lo que encarece el precio pero garantiza la belleza y duración.
Actualmente
los tapices sólo se hacen por encargo, suelen ser de pequeño tamaño ya que su
pecio actual excede los catorce mil euros por metro cuadrado y es que llevan
cuatro meses de trabajo, hilo de seda y, muy pocas veces, de plata y oro.
Cuando
murió el último Vandergoten se hizo cargo de la Real Fábrica su sobrino Livinio
Stuyc, al que ha sucedido su hijo Gabino, ya que por tradición los directores
se nombran de padres a hijos, que cuidan, personalmente, de los tres mil bocetos de cartones y de
rehabilitar los magníficos antiguos tapices que puntualmente llegan de todo el
mundo cuidadosamente protegidos y embalados.
En
resumen, una Real Fábrica de tapices y alfombras milenaria, artesanal cien por
cien de la que Madrid se siente muy orgullosa y que se puede visitar como museo
porque, en realidad, es un museo.
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