Todos los años, finalizando la primavera o al
comienzo de otoño; se hace un cambio en los armarios, se sustituye la ropa cálida de invierno por la más liviana del
verano, para tratar de afrontar, en la
vestimenta, el cambio de estación.
Las mujeres que crecimos con una tremenda educación
machista, entre los años 40 y 60 del siglo pasado, difícilmente dejamos de
hacer esta tarea. Ya que nos educaron prácticamente para un solo fin: el matrimonio, el sometimiento al
marido, debíamos ser buenas “amas de casa”, muy ordenadas, incluso haciéndonos creer que no teníamos
capacidad para determinados estudios, si es que se estaba en el pequeño grupo
que podía acceder a ellos. Dificilísimo en el mundo rural.
No es una apreciación subjetiva. Entre los pocos libros de primera enseñanza que mi
hermano ocho años menor que yo me permitió conservar. Y digo esto porque así
fue. Tijera en mano hizo montoncitos con
sus imágenes. Recortó prácticamente todos, en esos ratos de silencio, en que mi
madre buscaba al niño por estar
demasiado entretenido. No fallaba, en situaciones así o tenía fiebre, o estaba
realizando alguna faena. Era muy inquieto. Me ha quedado uno titulado, ¡Adelante!, Primer Curso Escolar (seis
a siete años), Editorial Escuela Española, que bajo mi punto de vista, demuestra
mi creencia. En la página 176 dice “Yo
veo que mi mamá tiene todo en casa puesto con mucho orden, y así, cuando me
dice que le alcance la camisita de mi hermano Toñín, voy al armario, al sitio
que me ha dicho, y allí está, sin necesidad de buscar y revolver”. Esto
era un trabajo de niñas, no de niños. Me gusta el orden, pero ¿es trabajo
exclusivo de la mujer? Entonces sí, ahora afortunadamente parece se va
compartiendo.
En la página 181, “Quique no sólo enseña a
practicar deporte a su hermanito, sino que también lo hizo con su hermana, la
enseñó a montar en bicicleta. Más adelante, lo remata y dice lo bueno
que es practicar deporte, “Porque con el deporte Ana Mary, va teniendo
gran agilidad y no le cuesta trabajo moverse; con ello se va acostumbrando a
ayudar a mamá sin cansarse. Todas las niñas deberán ser como Ana Mary, y así,
al llegar a mayores serían unas estupendas deportistas en el trabajo de su
casa, manejando con gracia y soltura la escoba y los zorros para limpiar el
polvo”. Vamos que las que aprendimos a montar en bicicleta limpiamos
mejor y somos salerosas, realizando esa labor.
Aunque a priori, parezca que pretendo efectuar
reivindicaciones feministas; no es mi intención. El pasado y las circunstancias
de entonces, cada uno lo vivió como pudo, o se le presentó, pero no puedo
evitar enfadarme cuando me acuerdo. Si escribo sobre ello, se debe a que, en
estos cambios temporales del contenido de los armarios, aunque hay que
hacerlos, lo tenemos grabado a fuego, independientemente de que sea una
necesidad por higiene y problemas de espacio. ¿Cuántos hombres lo hacen de Motu
propio?, lo ignoro, presiento que pocos, al menos de mi época.
Volviendo al origen de la labor que estaba
realizando, aparecen cosas que pensamos
se deben tirar. Están ocupando espacio necesario para prendas más actuales, y
que utilizamos, mientras que otras no, por eso del aprovechamiento, se van
quedando ahí, no sabemos la razón. Yo termino pensando que sufro el Síndrome de
Diógenes.
He encontrado unas postales con toques de
purpurina, y los versos
correspondientes, unas veces dictados por las maestras y en otro caso impreso,
por ejemplo una para el día de la madre:
A NUESTRA QUERIDA MAMAITA
Felicitarte
queremos
con cariño y
reverencia
pues, mamá
siempre seremos
trocitos de tu
existencia.
o la del día del padre:
Quiero darte
muchos besos
y darte muchas
gracias
por todo lo que
sé estás haciendo,
en unas palabras,
ganando nuestro
sustento.
Por ser la
primera postal
que de mis manos
recibes
guárdala en tú
corazón
para que nunca
me olvides.
Dispongo de muchos más versos de éste tipo,
pero como muestra sirven para recordar pequeñas vivencias, anécdotas de
mediados de los cincuenta del siglo pasado, en una España que carecía de muchas
cosas.
Mi enfado inicial, se ha
transformado en una sonrisa. Epicuro decía que “El tiempo es el latido de mi
corazón” y Emilio Lledó, designado recientemente Premio Princesa de Asturias de
Humanidades habla de “Una escuela libre, que anime a pensar en libertad, sin
yugos. No hay nada más esperanzador que ver la frescura de la mente de un niño
con seis años”.
Yo que soy más sencilla,
agradezco que en mi molesta labor, con todas sus reminiscencias, gracias al
Síndrome del griego, haya encontrado estas reliquias e intentar haceros pasar
un ratito agradable.
¡Aquéllas postales! por Marisa Caballero se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
¡Aquéllas postales! por Marisa Caballero se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Has conseguido lo que pretendías, que pasáramos un ratito agradable. Me he reído un montón. Y por supuesto no se puede cambiar el pasado, pero si el futuro. Gracias.
ResponderEliminarDe parte de Marisa Caballero: Muchas gracias, Ana, si lo he conseguido es para mi una gran satisfacción.
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