Vivía sola en una casa enorme. En plena cordillera
cantábrica. Su marido un día aciago no amaneció. Cuando esto sucedió, lloró sin
aspavientos. Después del entierro los hijos marcharon y Josefa se enfrentó a la
realidad, menos mal que tenía una gran fuerza interior porque en apariencia más
menuda y frágil no podía ser.
Se levantaba de madrugada y ordeñaba las vacas,
limpiaba los establos, daba de comer a los cerdos. Se hizo una experta partera.
Las gallinas cuando entraba en el corral la seguían a todas partes y entre
recoger los huevos, echarles agua, pienso y con el buen tiempo sembrar,
escarbar, desbrozar, recoger los productos de su huerta tenía todo el tiempo
ocupado. Nadie se explicaba cómo podía tener reluciente su casa y tan limpio y
atendido todo lo demás. Y es que hay personas a las que les cunde el trabajo.
En verano los hijos venían a verla y ella les
entregaba unos pequeños fajo de billetes. Mamá es mejor que nos envíes un giro,
no debes tener dinero en casa. Pero esos adelantos no eran para ella y además el
pueblo más cercano estaba a veinte kilómetros. Ya una vez en Francia, en la
única ocasión que fue a visitarles se había topado con el progreso intentando
entrar por una puerta giratoria y habían tenido que ayudarla para salir de
ella.
Un perro pastor alemán, Buddy era su ayudante, su
confidente, su amigo. Después de cenar se sentaba a leer en voz alta y Buddy no
perdía detalle de lo que le contaba, según ella, ladraba cuando deseaba que
repitiera algún párrafo.
Era sociable y amiga en el sentido, no de salir a
pasear, sino de ayudar a los cinco vecinos. Un solterón llamado Gervasio le
servía de gran ayuda. Cada día, muy temprano, venía en su carromato a recoger
la leche y los productos que ella y los otros vecinos le entregaban para que él
a su vez los llevase hasta el entronque donde un camión con el que habían
concertado la venta le esperaba. Josefa a su vez prestaba su tractor para que los
vecinos trabajasen sus tierras.
Una vez cada seis meses, Josefa iba al pueblo con
Gervasio para comprar hilo, aguja, telas, todo lo que necesitaba y que la
tierra y los animales no le daban.
Llevaba diez años en soledad cuando una madrugada
después de ordeñar sus vacas entró en la pocilga para sus quehaceres y se
encontró a la puerta un cajón de madera con un bulto dentro. Estaba todo tan
oscuro que no supo qué podía ser. Se imaginó que algún vecino le había dejado
algo para los cerdos, lo primero que hizo fue darles de comer a éstos y con el
farol se recostó en un poyete para averiguar de qué se trataba.
Un bebé cubierto de trapos apareció entre sus manos,
no lloraba, no se movía. Se desabrochó la chaqueta y la camisa, colocó al niño
sobre su pecho, se abotonó y salió corriendo con el bebé hacia la casa, se
sentó en una mecedora al lado de la chimenea intentando darle calor con su
cuerpo, con su aliento y con sus manos. Poco a poco el bebé fue tomando color
pero daba la impresión de que no respiraba, Josefa asustada le dio un buen
azote en el culo que le hizo toser y llorar, ella siguió dándole palmadas hasta
que soltó un buen berrido y salió del letargo en que estaba. En ese momento
ella respiró más tranquila y el bebé comenzó hacerlo de forma acompasada.
Lo sacó del refugio que era su pecho pero el bebé
hacía por volver donde había estado y ella se lo volvió a colocar en el mismo
lugar. Tomó dos cinturones, uno se lo puso alrededor de su cintura sobre la
chaqueta ahuecando ésta y el otro alrededor de su pecho abarcando al bebé. Esto
le permitía tener las dos manos libres. Puso a hervir un poco de la leche que
momentos antes había ordeñado y subió al sobrado en busca de un biberón y ropa
de canastilla que tenía olvidada en un arcón.
Rebajó la leche con agua e intentó darle el biberón
poco a poco. El bebé era tan glotón que fue visto y no visto. Así le devolvió
todo encima cuando se lo colocó al hombro. Le dio otro poquito y al tomarlo más
despacio le sentó mejor. Se le durmió en un santiamén. Lo puso sobre su cama. Sintió
llegar a Gervasio que se ofreció a ir a buscar al médico. El hombre cargó con
las lecheras y los huevos y se marchó.
El niño ya aseado y con la ropa limpia dormía
tranquilamente. Le colocó en el centro de la cama y se fue a lavar lo que traía
puesto. Lo revisó todo bien. Allí no había ningún indicio para saber de dónde
podía venir. Tendió la ropa al sol para que blanqueara más. Desayunó y se sentó
en el borde de la cama a contemplar aquella criatura. Movía las manitas, ella
le acarició pasando su índice por la cara, los brazos y las manos. El bebé le
agarró un dedo y ella sintió una emoción ya olvidada.
A media mañana regresó Gervasio con don Aquilino, el
médico y don Eutiquio, el Juez de Paz. Josefa contó escuetamente lo ocurrido y
el Juez de Paz tomó nota de todo mientras el médico atendía al niño. Don
Aquilino desinfectó y colocó correctamente el cordón, tomó la temperatura y
dijo que el niño estaba en perfectas condiciones. El pequeño seguía dormido
como si con él no fuera la cosa. Don Eutiquio le preguntó a Josefa qué pensaba
hacer y ella le preguntó ¿Qué se hace en estos casos? Bueno, hay que dar cuenta
a las autoridades y si no te quedas con él irá a un orfanato. No creo que nadie
le reclame. Si lo han abandonado en tu pocilga es que sabían que tú le
encontrarías allí. Gervasio estrujando la gorra entre las manos comentó: Se
sufre mucho en los orfanatos, yo lo sé muy bien. Y se preparó para marchar con
el médico y el juez de paz. Don Eutiquio comentó que no tenía que dar una
respuesta en ese momento. Al día siguiente podía enviarle recado y según lo que
decidiera así se haría. Gervasio se acercó al niño y le besó en la cabeza.
Mientras comía se puso a pensar que tal vez debía
llamar a sus hijos pero el teléfono más cercano estaba a veinte kilómetros. No
era una buena idea. Además no necesitaba que nadie le dijese lo que tenía que
hacer. Ella era incapaz de entregar al niño a un orfanato pero su aflicción
nacía de pensar cómo se sentiría esa madre que tuvo que abandonar a su hijo
recién nacido.
Trabajaba con la misma rapidez de siempre, en el pajar
encontró un trozo de papel de estraza y con un lápiz que siempre llevaba en la
oreja para llevar el control de lo que entregaba a Gervasio y con su mala letra
escribió: Tengo a tu niño en casa. Ven hablar conmigo esta noche. Buscaremos
una solución. Puso el papel en el mismo cajón donde habían dejado el niño.
Gervasio apareció al anochecer con un saco de patatas.
Hubo que explicarle que faltaban muchos meses para que el niño pudiera comer
patatas. Él no contestaba solo la miraba fijamente. ¿Tienes algo que decirme?
-Nada.
Entonces ¿qué miras?
-Nada. ¿Qué vas a
hacer?
No contestó pero le invitó a cenar. Y allí seguía
Gervasio cuando sonaron dos golpes en la puerta.
Una mujer joven bastante desaliñada y con golpes en su
cara se presentó diciendo que había leído el mensaje. Josefa la hizo pasar y se
sentaron en la mesa de la cocina. La mujer miraba de reojo al crío. Saludó a
Gervasio. Mira hija, tus razones tendrás para haber abandonado a tu hijo y yo
no soy quien para juzgarte. Lo que quiero es que me digas ¿Por qué a mí? Si no
nos conocemos y tú no eres de por aquí.
Después de un rato en silencio dijo que ella era una
buena persona y muy trabajadora. Llevo dos meses en el pueblo, se lo oí decir
varias veces a este hombre cuando utilizaba mis servicios y le conté mi
problema. Él me dijo dónde encontrarla. Y cuando se me presentó el parto aquí
lo dejé. Estoy con un hombre con el que vamos de un pueblo a otro, mañana nos
largamos. Tengo otros seis hijos y ninguno de él, cuando no bebe no es tan malo
aunque siempre está borracho y nos maltrata a los chicos y a mí. Yo quería que
éste al menos tuviera mejor estrella. A mi hombre le he dicho que el niño nació
muerto. No le importó pero me pegó porque no trabajé anoche. A los otros les
obliga a mendigar.
La mujer bajó cabeza y ojos. ¿Te gustaría cambiar de
vida? La chica dijo que sí con la cabeza. Mira, hija, yo tengo muchos años y no
creo que vea comulgar a tu hijo. Me dices que tu hombre es un borracho así que
me imagino que esta noche beberá como siempre. Si no apareces no creo que sepa
donde buscarte. Esto está muy apartado. Ahora te sientas y cenas que estás muy
flaca y tienes que alimentarte para que des de mamar a tu hijo. Gervasio te
llevará en el carromato hasta donde están los otros chicos y regresáis todos
con él. El borracho estará durmiendo la mona y no se enterará que te largas
para siempre. Venís a vivir conmigo hasta que la vida os vaya colocando a cada
uno en su sitio. No me falles jovenzuela. Te doy una oportunidad de vivir
decentemente así que aprovéchala.
Gervasio, tú y yo tenemos que hablar. Sabía que desde
niño te faltaba un hervor, lo que no me imaginaba era lo de bocazas. No vas a
cambiar. Así que mientras esperamos a que llegue la medianoche, para emprender
lo que tenemos que hacer, subamos al sobrado a buscar catres y preparar camas
para cada uno de los que vais a venir.
Y aquella casa en la que durante tanto años el
silencio podía masticarse se volvió tan alegre y bulliciosa que Buddy echado en
el suelo se ponía la dos patas en las orejas intentado acallar el ruido y
preguntándose horrorizado ¿qué había sido de su vida anterior?
(C) Marieta Alonso Más
Muy bonito relato. Gracias.
ResponderEliminarGracias a tí por leer mis cuentos y escribir comentarios. Un fuerte abrazo.
Eliminar