La flor del azafrán |
Otoño, la rosa del azafrán
Vivimos el otoño, a veces
con validez estival y a veces con barruntos invernales. Según le dé a la
Naturaleza, Manu Leguineche, en uno de sus últimos libros, escribe: El otoño es
el silencio atravesado por el crujido de las hojas muertas, lo que nos parece
muy cierto y muy bello. Pero nos entristece más que nunca que la amadísima rosa
morada de nuestros campos se va mustiando antes de tiempo, sin saber cuánta
vida activa le queda. De unos otoños a esta parte, la rosa del azafrán ha
perdido casi toda su vigencia y nadie sabe cuánto ha de tardarse hasta que se
le cante el gorigori o, ¡felicidad!, recupere alientos, si hay milagro por
medio. ¿Admitimos los milagros? Recordemos un trozo de historia, ya casi olvido…
Era un otoño. Cinco
soldados hacían una descubierta por los helados y nevados montes aragoneses. En
esto apareció un avión enemigo que dejó caer dos bombas y disparos de
ametralladora. Uno de los jóvenes militares reaccionó al cabo de dos o tres
horas, no vio a nadie en derredor y se dedicó a buscar a sus compañeros.
Sin árboles ni arbustos,
solo el manto de nieve cubría el abrupto suelo. A los pocos pasos, el militar
halló una bola blanca, que creyó una bola de nieve; era, envuelta en el albo
meteoro, la cabeza de uno de los soldados. Poco a poco dio con todos ellos y
completamente destrozados… Pasados los años, el superviviente, único para
contarlo, amistó en un viaje por tren con un eclesiástico levantino, a quien le
contó la dolorosa aventura. El religioso le animó diciéndole: ¡Fue un milagro
lo que Dios hizo con usted!... Él, pesaroso, emitió un suspiro y se limitó a
decir: Sí, pero ¿qué milagro tuvieron los otros?
Se cultiva ya muy poco
azafrán, perdiéndose una de las plantas más tradicionales de nuestros pagos. Si
no lo remedia Dios (bueno, más o menos como un limpio milagro…), nos quedaremos
sin rosas moradas en el campo y únicamente quedará el folclore.
Un día el excelente pintor
manchego Dávida pintó un cuadro, al que nosotros hicimos unas humildísimas
seguidillas… Con perdón, aquí van. Siempre fuimos unos enamorados de la rosa
del azafrán.
Hebras de azafrán |
A una rosa del azafrán
pintada
A
esta rosa morada
que
aquí se posa
le
pintó el pintor alas
de
mariposa.
Y
le puso arbolillos
con
labrantío,
molinitos
de viento
y
el caserío.
Vense
alfombras bordadas
en
los alcores,
por
las que triscan mozas
soñando
amores…
¿Y
aquéllos puntos blancos
sobre
las lomas?
quizá
sean angelotes,
quizá
palomas.
Animosas
comadres
de
la rodera,
cuando
estáis con la monda,
¿quién
os espera?
No
reposan las manos,
el
rolde afana,
y
va por seguidillas
la
veterana…
Y
le pide a la Virgen
(…
«de Ti lo espero»)
que
hogaño traiga el clavo
plata
y platero.
x
x
x
¡Viejos
predios de trigos
y
azafranales…,
ya
no quedan zagalas
sin
sus zagales!
©
Miguel García de Mora
Lanza
/ martes, 30 de octubre de 2007
Miguel García de Mora Gallego, «El narrador de La Mancha» nació en Manzanares en 1916 y murió en La Solana en 2013. Llega a este Blog de la mano de su hijo Luis Miguel que lo define como un hombre sencillo y un periodista incansable. Para su hija Gloria, su padre, fue un manchego de pro, de franqueza campechana y corazón abierto, que se sintió Quijote y Sancho en extraña confusión.
Muchísimas gracias a los dos por permitirme publicar algunas de sus crónicas.
Muchísimas gracias a los dos por permitirme publicar algunas de sus crónicas.
¡Viva La Mancha!
¡Vivan los manchegos!
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