Hace
tiempo que no veía un atardecer como este. ¿Qué cómo es posible? Bueno,
reconozco que casi tres milenios de vida dan para mucho, pero cuando llevas mil
de ellos atado a un pedazo de roca, sin quererlo te planteas muchas cosas. Pero
no voy a aburriros, las ñoñerías no son lo mío.
Cuando
has vivido tanto tiempo, crees haberlo visto todo. Viajas y eres libre para ir
de un lado a otro demostrando de lo que eres capaz. Yo lo hacía para complacer
a aquellos que una vez me dieron de lado, para que estuviesen orgullosos de mí…
Pero
ahora, subido en esta palmera en mi forma de halcón, mientras contemplo el
pueblo que comienza a florecer al pie de la colina, me pregunto: ¿mereció la
pena? Como aprendí hace no mucho, un solo error de arrogancia puede conducir
una existencia de gloria hasta la más absoluta miseria, teniendo que pagar el
precio y restañar la herida gracias a quien menos esperabas.
Mi
cuerpo expulsa el aire, casi sin que pueda evitarlo, en un suspiro
entristecido.
Puesto
que nunca hubiese imaginado que yo, Maui, semidiós del viento y el mar, «cambiaformas»
y «héroe de todos»… pudiese admirar a otra criatura.
A
una mortal, concretamente.
-¿Reflexionando sobre los
misterios de la vida?
-¡Por todos los… Su voz me
asusta y chillo, alzando ligeramente el vuelo. No me lo esperaba. Tiene esa
curiosa habilidad de hacer cosas capaces de sorprenderme. Sin embargo, mi salto
hace que la palmera se tambalee y ella pierda pie y se suelte de su asidero.
Rápidamente, salto al suelo en mi forma habitual y la recojo en mis brazos antes
de que toque la hierba. Pasado el susto, se ríe y yo la imito, dejando su
pequeño cuerpo apoyado sobre los pies.
―Algún
día vas a tener un problema si sigues haciendo esa clase de cosas «hija del
jefe» ―la regaño sin maldad mientras empuño mi anzuelo de nuevo.
Ella se
hincha como un pavo y carraspea mientras levanta la barbilla y coloca las manos
tras la espalda en un gesto que conozco bien.
―Futura
jefa de I Ka Hale, para ti, semidiós ―dice con retintín y burla mal disimulada.
Me
río con ganas.
―Disculpa,
«jefa» ―entrecomillo con los dedos y ella intenta darme un puñetazo en el
hombro mientras se ríe también. Me conformo con que no se te suba a la cabeza y
me lo restriegues cada vez que nos encontremos.
―¡Oh!
Y me lo dice aquél al que tuve que dar las gracias con mayúsculas cuando nos
conocimos ―enarco una ceja, sarcástico, pero tengo que rendirme a la evidencia
y morderme la lengua. Al fin y al cabo, tiene razón. Tocado y hundido. -¿Dónde has estado? ―me
pregunta entonces―. Hace tiempo que no te veía el pelo. Casi desde que me vine
de Motu Nui…
―Oh,
aquí y allá ―trato de quitarle importancia pero me conoce demasiado bien y lo
sé por su expresión, media sonrisa y ojos entrecerrados; este juego le divierte
tanto como a mí. -Ya
sabes, la vida de un semidiós es muy ajetreada. Y bueno… el mundo es diferente
a cómo lo recordaba. Los humanos habéis progresado, Elegida ―la alabo marcando
el apodo con retintín.
Se
sonroja y me río otra vez sin poder evitarlo mientras la observo. Sí: ha
cambiado desde que salió de Motu Nui. Ahora lleva una enorme corona de flores
en la cabeza, un brazalete y otra ropa diferente, más colorida. La que llevó en
el trayecto hasta aquí. Está cambiada… y preciosa. Pero si se lo digo voy a
parecer un cursi y no me apetece demasiado. Tengo un estatus personal que
mantener, ya me entendéis.
―Y,
¿te sientes orgulloso? ―indaga, dándome en mi punto débil.
Parece
que sepa exactamente cuándo tengo la guardia baja, pero sorprendentemente, no
me importa; al contrario, finjo reflexionar sobre ello.
―Hmmmm…
Quizá ―admito como de pasada a la vez que hago un gesto con los dedos de mi
mano izquierda, dejando un pequeño espacio entre las yemas del pulgar y el
índice- pero
solo un poquito.
Ella
sacude la cabeza con media sonrisa, comprendiendo, antes de girarse para encarar
el pequeño poblado bajo la colina. Ahora, en vez de divertida, parece…
pensativa. Y creo saber por qué.
―¿Nerviosa?
―pregunto, tanteando el terreno.
Ella
resopla, sin responder enseguida.
―Quizá
―dice finalmente― quiero hacer las cosas bien, Maui. Quiero que esta isla
florezca como lo hizo Motu Nui. He pensado en empezar a establecer algún tipo
de ruta comercial con ellos, pero aún no sé cómo hacerlo… ―me mira y reconoce
en voz muy baja, tanto que apenas la oigo―. Quiero que mi pueblo esté orgulloso
de mí, Maui. Es lo único que me importa.
Yo,
como es lógico, me río por lo bajo sin poder evitarlo porque esa canción me
suena demasiado.
―Créeme
que te entiendo mejor de lo que crees ―aseguro, y su sonrisa agradecida me
confirma que lo sabe y por eso me ha confiado sus temores―. Pero te conozco,
Vaiana. Y sé que lo harás muy bien.
―¿Tú
crees?
Alzo
una ceja. ¿Está de broma?
―Vamos,
hombre ―alzo una mano y enumero con los dedos―. Fuiste capaz de escaparte de
casa, cruzar el océano sin tener ni idea de navegación y sin morir en el
intento ―con un gallo pirado como única compañía, pero eso no lo añado que
además acabo de ver por mi costado que HeiHei anda haciendo de las suyas unos
metros más allá, junto a un pequeño cerdito moteado de aspecto ciertamente
adorable― me encontraste, me salvaste frente a Tamatoa cuando quise recuperar
mi anzuelo y devolviste el corazón de Te Fiti ―hago un gesto abarcando la bahía
que se abre a nuestros pies―. ¿Y me dices que no crees en tus posibilidades
como jefa de un floreciente pueblecito? ¿De una sola isla? ―suelto una
carcajada―. ¿Me tomas el pelo?
Cuando
se ríe y enrojece como un cangrejo sé que mis miedos son infundados. Sé que
puede hacerlo, y ella debería saberlo también.
―¿Bajarás
a la coronación? ―me pregunta entonces, pillándome despistado. Otra vez.
Por
un momento, no sé qué contestar a eso. Por una parte, me gustaría, y mi versión
«mini» tatuada parece estar totalmente de acuerdo. Pero por otro lado… Después
de todo lo sucedido… ¿Estoy preparado para volver a caminar entre los mortales?
¿Después de lo que hice? Yo robé el corazón y pagué el precio por ello, pero no
lo devolví. Fue ella.
Durante
una centésima de segundo, lo medito seriamente: ¿por qué Te Fiti no le concedió
lo que merecía? Vaiana sería mucho, mejor semidiosa que yo. Es valiente,
honesta y humilde… Bueno, quizá esto último sería más un defecto. ¿O no? Lo
cierto es que es un pensamiento que me ha perseguido desde que abandonamos la Isla
Madre. Sin pretenderlo pero picoteando mi cerebro cada poco rato, sobre todo
cada vez que volvía a cruzarme con ella en Motu Nui o durante su travesía hasta
aquí.
―¿En
qué piensas? ―me pregunta.
Pero
no puedo confesárselo. No es ya por las dudas que pueda tener sobre si siento
algo por ella o no: es la primera mujer en mil años a la que veo y puedo estar
confundiendo términos, aunque sepa que la aprecio. Es el hecho de que no creo
que deba cuestionar los designios de los dioses. Si no han convertido a Vaiana
en una semidiosa, por mucho que me escueza en ciertas partes de mi alma, será
por alguna razón. Así que, camuflando mis preocupaciones bajo mi acostumbrada
armadura de autoconfianza, respondo:
―En
que quizá sea hora de retornar al mundo de los mortales… Simplemente como Maui.
Ella
sonríe con algo que parece orgullo.
―Eso…
me encantaría ―responde, agradecida, y mientras bajamos por la ladera me
pregunta algo que jamás hubiese esperado―. Y después ¿te… quedarás por aquí? ¿O
te irás a buscar aventuras por ahí?
Ahora
sí, me lo pienso con cuidado antes de responder. Es cierto que un semidiós debe
estar allí donde se lo necesite y no soy una criatura acostumbrada a quedarse
mucho rato en un mismo lugar ―casi me vuelvo loco durante mi destierro en ese
asqueroso peñón en medio de ninguna parte― pero por otro lado… un resquicio de
mi corazón me pide que ponga los pies en la tierra. Que busque un lugar al que
siempre pueda volver… cuando lo necesite.
Y
no puedo concebir otra isla mejor que allá donde ella esté cerca. Sí, suena
ñoño de narices, pero es así.
―Pues…
puede que… me quede una temporadita ―finjo indecisión y observo su reacción por
el rabillo del ojo― ¿Quién sabe? A lo mejor me canso de volar de acá para allá
todo el día y necesito unas cuantas palmeras bajo las que vaguear…
Ella
parece contenta al escuchar mi respuesta, aunque apenas lo exterioriza con una
sonrisa y cogiéndome brevemente de una mano con afecto. Me aprieta los dedos y
yo le devuelvo el gesto con total confianza.
―Gracias,
Maui.
Ante
lo que no puedo evitar responder:
―De
nada… Vaiana.
(One-shot basado en la película “Vaiana” ―Disney―. Registro en
Safecreative © nº 1704121697062).
[1] [N.d.A.] “I ka hale” en hawaiano significa
“hogar”.
© Paula de Vera
García
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