Hay que tener mucho cuidado
con lo que se pide, manifestó solemnemente mi marido. Y tenía razón. A veces te lo conceden. Es
el poder de la oración.
Siempre quise ser madre de
dos niños valientes y de una niña preciosa, por lo que rogué con tanto fervor,
justo cuando nos declararon marido y mujer, que no fuera estéril, por favor… y a
los doce meses nos llegaron seis en un mismo parto: cinco chicos y una niña.
Hoy, frente al retrato de
nuestra boda hemos resoplado con fuerza, mientras los niños nos preguntaban por
qué ellos no salieron en la foto. Frente a la puerta de la calle, en fila de
dos en dos, tiraron sus abrigos al suelo para ponérselos a la vez.
Nos íbamos al
Museo del Prado.
Ante la maja desnuda de Goya,
el primero en nacer, muy serio explicó a sus hermanos que le habían quitado la
ropa para cambiarle el pañal.
Salimos de allí escopetados y nos fuimos a
ver la fragua de Vulcano, pero por el camino encontramos a Saturno devorando a
sus hijos y el segundo dijo que ese señor estaba comiendo pollito y les entró hambre.
Se tiraron al suelo y hasta
que no les dimos unos quesitos en porciones no se pusieron en pie. Pudimos
llegar al cuadro que andábamos buscando para explicarles cómo se trabajaban los
metales, hicieron poco caso, lo que les llamó la atención fue que, con el frío
que hacía en la calle aquellos hombres estuvieran sin abrigo.
No estoy muy segura si mis
hijos llegarán a ser sabios porque ya en la calle, quisieron unos globos que al poco rato ‒pidiendo a gritos libertad‒ se elevaron hacia las alturas. Los seis, con cara de desconsuelo, pidieron a
su padre que cuando fuera en avión sacara el brazo por la ventanilla, y los trajera.
Por el camino había unos
carteles de Miró y la pequeña sentenció que ese señor no sabía pintar, se había
salido de la raya y a ella la regañaban y lo tenía que repetir, porque eso no
se hacía.
Al llegar a casa les metí a todos en la bañera, como siempre, pero parece que ese día estaban sembrados,
porque fue justo en ese momento, cuando cayeron en la cuenta, con gran horror,
que la niña no tenía colita.
© Marieta Alonso Más
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