domingo, 5 de agosto de 2018

Blanca de la Torre Polo: Envidia





Hasta hoy, el ritual siempre había sido el mismo: una mirada, una sonrisa, «buenos días», «buenas tardes», «buenas noches».

Ayer no pudo ser; estaba muy ocupado rumiando un discurso consigo mismo en compañía de varias latas de cerveza vacías, que llenaban la cesta del vehículo que utilizaba para moverse. Le faltaba una pierna y la otra sobrevivía maltrecha, tal vez, agonizante.

«Vengo del sur, vivo en la calle. Teniendo mi cerveza y mi tabaco no necesito nada más. Era feliz. Me puse malo y me trajeron aquí. Mi hermana me cuida, pero no nos llevamos...».

Eso me contaba después de varios intercambios de miradas, trece sonrisas, once saludos y una parada imprevista en el descansillo.

La lógica y la razón me poseyeron y hablaron por mí: «Ahora tiene un techo, un lugar donde vivir, comida todos los días, un familiar que está a su lado».

Él negó con la cabeza, agarró la barandilla con sus manos huesudas —de uñas larguísimas—, contempló el cielo y sus ojos vacíos me mostraron la otra vida. Un infinito techo celestial cubría nuestras cabezas y éramos los amos del tiempo. Un rincón, un sol para calentarnos y una luna que nos alumbraba.


Después, miró mis piernas. Y, conmovida, creí entender lo que sentía.



©Blanca de la Torre Polo



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